lunes, 28 de enero de 2013


CÓMO ME HICE LECTOR (II de II).

Lo bueno de la primaria es que tarda lo mismo que un periodo presidencial: un sexenio. ¿Imaginan que tardara más? ¿Imaginan, por ejemplo, doce años de Felipe Calderón? Así que mi gusto por la lectura sobrevivió gracias a las revistas de monitos. Si no hubiese tenido tal pasión, seguro que mis maestros de primaria habrían cancelado mi gusto por la lectura y la habría terminando odiando. Tuve maestros que eran pésimos lectores.
Cuando terminé la primaria entré a secundaria. Dios mío, pensé, no es más que una extensión del hartazgo multiplicado a la ene potencia: química, algebra, física, ética… Por fortuna, una ventana me esperaba: “El Cid Campeador” y puntos intermedios. Las clases de literatura del Padre Carlos eran como revistas de monitos; y luego, ya en la preparatoria, Óscar Bonifaz terminó de apuntalar la vocación. ¡Ah, qué prodigio de historias!
La poeta y narradora Cristina Peri Rossi ha dicho que la vida de los hombres es limitada. No tenemos más que una y ésta es jodidita. Pensemos en nuestra vida: tomar la combi o el carro propio, soportar calores, sudores, olores. Entrar a salones donde tenemos que cuidar a niños que no son ni nuestros parientes. Ah, el cabrón muchachito que jode a todos; el papá que se cree la mamá de los pollitos y nos da lecciones de cómo debemos dar nuestras lecciones. Los domingos de juego en el campo de fútbol; los caminos de terracería, llenos de polvo; las cantinas con las cervezas tibias; los mingitorios llenos de meados con espuma. Sí, Cristina, nuestras vidas son rutinarias y jodiditas. La televisión con los programas de Chabelo; la radio con canciones de El Tri o con ese vómito que se llama Ricardo Arjona. De vez en vez le damos una torcedura a la vida y queremos hacerla agradable y vamos de vacaciones a Las Nubes o a El Chiflón o a la ciudad de México o a París o a Tokio. Pero, un mes después volvemos. ¿Y qué decir de nuestras relaciones interpersonales? Las novias o esposas posesivas que se molestan con la simple mirada que echamos a un par de nalgas o de pechos que pasan frente a nosotros. No podemos vivir más que una vida, una vida limitada, cercada, casi ajena.
Siempre he dicho que mi vocación lectora se inició con Tawa, con el Diamante Negro, con Memín Pinguín, con la Familia Burrón. Hoy, que comparto este testimonio con ustedes, doy gracias a Dios por haberme topado con ellos. El brinco de la historieta a los libros fue muy sencillo. Bastó pasar de la imagen y de la palabra a la palabra que me hizo imaginar.
¿De qué me ha servido para fines prácticos haber leído tantos libros? ¡No creo que para mucho! Tal vez para nada. La literatura no sirve para hacer dinero, por ejemplo, pero sí puedo decir que mi vida no ha sido tan limitada. La lectura me ha permitido vivir más vidas, muchas. A la hora que se me antoja viajo a París (sin conocerla físicamente) o estoy en la cima de una montaña en el Tibet o descubro un tesoro al fondo del mar (yo, yo que no sé nadar y que tengo pavor sólo de pensar que debo meterme a una tina).
Lo que me gustaba de la escuela era el salón de dos puertas. Tal vez, ahora que lo pienso, Dios me dio ese salón para que entendiera que, en la vida, siempre existe otra puerta, una que nos otorga la posibilidad de vivir más, más vidas. Mi salón tiene dos puertas: una da a la vida real, la jodidita; la otra me permite entrar a la vida de ficción, la maravillosa vida. Y todo, como dijera El Ratón Macías, mítico boxeador mexicano, todo se lo debo a mi mánager y a las revistas de monitos.