miércoles, 2 de enero de 2013


DE PRINCIPIO A MITAD

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como el inicio de un amanecer y mujeres que son como el instante en que la botella está medio vacía.
La mujer inicio de un amanecer tiene la manía de comer mientras conduce el auto. No sabe que ya existen hamburguesas con las manos libres. Se delinea el labio superior con un lipstick hecho de materiales reciclables como baterías al cero por ciento y con altavoces rotos.
Se para a mitad de una carretera, prende el faro de su auto e imagina que es una guitarra eléctrica como ofrenda para los Dioses de la oscuridad y de los ríos sin agua. Se para sobre el cofre de un camión de ocho toneladas e imagina que es una pulsera que se mueve al ritmo de la mano que dibuja, que acaricia, que prepara el pan para la cena, que se la pasa por el cabello en intento de alisar ese rizo que insiste en volverse pájaro y tomar vuelo.
No tiene empacho en somatar el piso para despertar la tierra que hace años no se descuelga en un temblor de ocho o de nueve grados. No tiene ningún asomo de pudor al desenfundar el pie para iniciar el destierro que le vaticinó Moisés y el grupo de rock llamado “Los impronunciables”. Asimismo deshace con facilidad los complejos que están inmersos en cubos transparentes o en discos de setenta y ocho revoluciones.
Le gusta escuchar música mientras imagina que es una mujer que baila el tubo en un antro. Le gusta tomar una copa de vino tinto mientras un juez pide que se ilumine el escenario para dictar sentencia. Le gusta asistir al teatro e imaginar que Fred Astaire baila en un campo de concentración de fans.
En temporada de vacaciones va al campo y despliega el sleeping bag sobre el pasto húmedo y duerme encaramada sobre la rama de un árbol. Lo hace así porque siempre ha soñado en dejar de ser un gusano y ser como el ave que desnuda las frondas de los pinos y de los arces.
Se coloca cintas en la frente. Lo hace para detener su cabello, como si fuese tenista para evitar la carrera loca del sudor; como si fuese una casa que desea ser hogar para ancianos o para lisiados.
Deja que su mano toque lo que se le antoja y esto le ocasiona problemas. Porque, a veces, las manos son muy tentonas. Cuando la mano está embarazada es cuando más problemas tiene. Los antojos están a la orden del restaurante y de la mesa. En dos ocasiones la han llevado a la cárcel. Una vez fue cuando su mano izquierda tomó del fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal, y la otra fue cuando la mano dejó que hurgara debajo de la sotana de un cura pedófilo.
Cuando se siente deprimida sube a su auto y deja que éste la conduzca a los círculos del infierno de Dante. Ah, qué bonito siente pasar por donde los lujuriosos se revuelcan como cerdos y ella no se detiene porque sabe que la mierda mancha para siempre la ropa que es inmaculada. Ah, qué bonito siente cuando mira cómo los golosos se atascan con la carne de esos cerdos que antes fueron lujuriosos, llenos de manteca, llenos de granos, de cisticercosis, de sombreros para hombres que van a billares y se agarran a golpes sobre las mesas de juego.
Le gusta ponerse lentes para protegerse del sol y de la mirada de los lúbricos. No soporta la mirada de aquéllos que siempre están viendo la luna en medio del sol, de los que tienen la conciencia llena de grafitis, de los que creen que la sala de hospital es la cama de un burdel.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como la siguiente puerta, y mujeres que tienen al universo como su próximo destino.