lunes, 21 de enero de 2013


DINASTÍA MING

Romeo, el anfitrión de la cena, cerró la puerta y dijo: “Acá se rompió la taza y cada quien a su casa”. Pero, cerró la puerta con llave por dentro. Todos quedamos en la sala, viéndonos. Lucía se me acercó y dijo, en voz baja: “Este cabrón casi nos está secuestrando”. María, nerviosa, quien fue la única que no aceptó el vino y tomó café, movió la cuchara varias veces, como si endulzara el vacío. Todos teníamos aún la taza en la mano. Romeo, minutos antes había hecho un brindis por la amistad y nos había impelido a terminar el vino que, cosa rara, había servido en tazas para té.
“Bueno -Marcos intentó romper el bloque de hielo-, creo que Romeo tiene razón, ya es tarde, todos tenemos que trabajar mañana: acá se rompió la taza y cada quien a su casa”. “Sí -dijo María, al momento de dejar la taza sobre la mesa de centro- es hora de irnos”. Todos buscamos dónde dejar la taza e hicimos fila para despedirnos de Romeo. El compacto de Michael Bublé ya había terminado. Le dimos la mano, ellas se despidieron de beso. Cada uno tuvo palabras de elogio, como: ¡excelente noche!, ¡el vino, exquisito!...
Fuimos por nuestros suéteres y abrigos y, de nuevo, hicimos fila, ahora ante la puerta. Pero Romeo, en lugar de abrir, entró a la cocina. Todos nos quedamos viendo. Lucía forzó el pomo de la puerta. Marcos se acercó a la ventana y constató que tenía una protección metálica. Romeo salió de la cocina y llamó nuestra atención con unas palmadas. “Acá se rompió la taza y cada quien a su casa”, repitió y sacó un carrito de servicio. “Vean”, dijo. Nos acercamos y vimos unos fragmentos de cerámica. “Sí -dijo- algún simpático rompió la taza”. Levantó uno de los fragmentos y, con voz de duelo, dijo: “el pinche simpático no sabe que estas tazas son de colección”. Dejó el fragmento sobre la mesa y preguntó quién había sido. Todos, como si fuésemos niños llevados a la Dirección, guardamos silencio. Él, entonces, levantó el mantel y sacó un cuchillo. “¿Quién fue? Sólo quiero saber quién fue”. Marcos se apoyó en el respaldo del sillón y le pidió a Romeo que se calmara: “mañana te reponemos la pieza, ¿verdad que sí, muchachos?”. Todos asintieron. Lucía me agarró de la mano. Estaba sudando. “Sólo quiero saber quién fue”, dijo Romeo y, sin soltarlo, puso el cuchillo sobre el carrito. “Me está dando miedo este cabrón”, me dijo Lucía, en voz baja. “¿Te doy miedo?”, preguntó Romeo, quien escuchó el murmullo. “¿Por qué tienes miedo?”, preguntó y se nos acercó. “¿Acaso fuiste tú la simpática que quebró la taza?”, conforme lo fue diciendo remarcó más cada palabra y subió el volumen, a grado tal que la palabra taza casi la gritó. Lucía comenzó a temblar. No supe si por temor o por coraje. “¡Fue el gato!”, dije de pronto. ¿Cuál gato?, dijo Romeo. No tengo gato. Sí, dije, el gato entró por la ventana abierta, dio un salto a la mesa y tiró la taza. Si te das cuenta, la taza no está mojada. Aún no habías servido el vino, dije. Aproveché el instante de turbación. Ven, ven, me acerqué y lo jalé de una mano. Ven. Mientras lo llevaba a la cocina, Marcos tomó el cuchillo y lo guardó en la bolsa de su chamarra. Ambas mujeres fueron a la puerta. Ven, ven, dije, una vez adentro de la cocina, y, desde la ventana, señalé hacia el patio. ¿Viste la sombra que pasó? ¿Cuál sombra? Todo está oscuro. ¡Allá va! ¿La viste? No, no sé. Lo jalé de la manga y lo llevé a la sala. Mira, huele. Y puse frente a su nariz un fragmento de la taza rota. ¿Ves? No huele a vino. Está seca. Pero, no te preocupes. Mañana te compramos una y la reponemos. No, no, se disculpó. No es necesario. Yo sólo quería saber quién había sido. ¡El gato!, ya te lo dije. Sí, sí, perdón, dijo. Metió su mano en la bolsa de su pantalón y sacó la llave. Perdón, insistió. Abrió y nos dijo si queríamos un taxi. No, le dije, caminaremos. Marcos abrazó a ambas mujeres. Perdón, dijo Romeo, desde el quicio de la puerta. Bajamos las gradas. Una vez en la calle, Marcos me preguntó qué hacía con el cuchillo. Guárdalo, le dije. Puede servirte en tu cocina. ¿Y si Romeo lo encuentra? No, capaz que me acusa de ladrón. Levantó la tapa del basurero de la esquina y lo tiró. ¿Fue el gato? ¿Qué gato?, me preguntó Marcos. Yo me subí el cuello de la chamarra y le dije que sí, que había sido un gato callejero que entró por la ventana. ¡Qué raro!, dijo, nunca oí el ruido de la taza al quebrarse. Yo tampoco, dijo María. El sonido del tocadiscos estaba muy fuerte, dije. No, dijo Lucía y se paró: fui yo, se me resbaló de las manos. Claro, dijo María, tuvo que haber sido uno de nosotros. Ni modos que el gato lo metiera en el bote de basura. ¿Cómo sabes que los pedazos estaban en el basurero?, preguntó Marcos. Porque yo los metí ahí, dijo María. ¿Tú?, preguntó Lucía. Sí. ¿Por qué, entonces, nada dijiste a la hora que Romeo preguntó quién fue? Romeo me da miedo cuando se pone así. ¿Cómo sabes cómo se pone?, preguntó Marcos, ya celoso. Ah, todo mundo lo sabe, dijo ella. Bueno, bueno, ya es mucho de esta historia. Ya, no fue más que una taza rota. Y como se quebró la taza, ahora sí, todo mundo a su casa, dijo y levantó el brazo para parar el taxi con la torreta encendida. ¿Los llevamos?, preguntó María a Lucía. Ésta me vio y agradeció. Marcos y ella subieron. María sacó la mano y dijo adiós. Nosotros caminamos. Le hice la parada a otro taxi. Subimos. Le di la dirección al taxista. ¿Fuiste tú o María?, pregunté. Ya dije que se me resbaló a la hora que Romeo me quiso besar. ¡Cómo! ¿Romeo te quiso besar? Espera, espera, entonces Romeo se dio cuenta de la taza. Claro. ¿Entonces? ¿Entonces qué? ¿Por qué? Ah, ya sabes. María dice que siempre se pone así y es cierto, se vuelve insoportable. ¿Tú cómo sabes cómo se pone? Ya, ya, Alejandro, dijo. Abrió su bolso, preguntó cuánto era y pagó. Me ofreció un cigarro. ¿Me puedo quedar en tu casa?, pregunté. Ella sonrió, me agarró de la mano y dijo: No, no. Hoy no. Hoy cada quien para su casa. El coche se detuvo y ella bajó. Desde la ventana me llamó, yo me acerqué, me besó. Mañana, mañana, si quieres, pasamos la noche juntos, dijo. La vi subir la escalera, abrir la puerta y desaparecer detrás de ella. Me recliné sobre el asiento, cerré los ojos y pensé si Lucía se había dejado besar por Romeo y cuál era el juego que estaban jugando con el cuchillo. ¿Por qué María quiso culparse y provocarle celos a Marcos? Vi mi reloj, ya eran más de las once de la noche. Me sentí estúpido. ¿El gato? Romeo sabía que nunca hubo un gato.