sábado, 5 de enero de 2013


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO TODO ES UN ACTO DE MAGIA

Querida Mariana: inició el 2013. Desear o pedir felicidad para todo el año ¡es un exceso y un acto de soberbia! La felicidad, lo sabés, son instantes. ¿Quién puede ser feliz todo un año? ¡Por el amor de Dios! Los humildes piden “el pan nuestro de cada día”, saben que es imposible guardar trescientos sesenta y cinco panes en una alacena, porque, si fuese posible, a los tres o cuatro días se pondrían duros y llenos de moho. Lo mismo ocurre con la felicidad. Ésta es como el pan recién salido del horno y debe comerse ahí mismo para que no se endurezca. La felicidad es como el sol cuando aparece sobre el horizonte: tibio, sensual y estimulante. Cuando el sol asoma por completo y alcanza su punto máximo ¡hiere a los ojos! La felicidad no es una bola, es, apenas, un guiño que da la vida.
El primer día del año fui testigo presencial de dos actos impensados: un pato fue acosado por una jauría y un programa de radio jamás se escuchó. Dejá que te cuente.
Sentí impotencia y temor cuando vi que el pato no podía volar bien y cuatro chuchos nadaban hacia él para convertirlo en su primer desayuno del año. ¡Pucha, qué perros tan refinados y perversos! ¡Querían adobarse un pato al orange! Por fortuna no lograron su objetivo, pero fue intenso pensar que podían hacerlo. Estuvieron tan cerca de lograrlo. Y yo, desde la ventanilla del auto, cerca de la orilla de la laguna, me sentí impotente para evitar la posibilidad de la tragedia. Me sentí estúpido porque hice lo que siempre he criticado. Saqué la cámara y tomé fotos para dejar constancia gráfica del hecho, mientras, a mitad de la laguna, el pobre pato nadaba y movía sus alas en intento de salvar su vida.
Resulta que, ese mismo día, horas más tarde, en el programa de radio “Crónicas de adobe”, nos hicimos patos y nunca alcanzamos el vuelo. Ninguna jauría nos acosó, pero el programa no se trasmitió. No me preguntés por qué. Daniela Rodríguez Campo, comiteca, estudiante de Diseño y Producción Publicitaria (DPP), de la UPAEP, quien fue nuestra invitada de honor, recibió un mensaje en su celular, a los veinte minutos de iniciado el programa, y me dijo: “Dice mi hermano que nada se oye”. Su hermano estaba en casa y trataba de escuchar lo que Dany, Paty y yo argüendeábamos en la radio. “Ah -le dije- decile que nos busque en FM”, y seguimos en el programa (vos sabés que radio IMER trasmite en AM y en FM). Más tarde, Paty también recibió un mensaje en su celular y dijo: “Mi papá dice que no nos oye”. El programa ya estaba por terminar. Cuando terminó, tomamos la foto del recuerdo (que acá te comparto), subimos al carro, prendimos la radio y nada oímos. La estación de radio estaba, como se dice, ¡fuera del aire! ¡Nos hicimos patos! Estuvimos una hora hable y hable y hable y hable y nadie nos escuchó. ¿Por qué estuvimos fuera del aire? ¡Nos hicimos pijijis! ¡Nunca me había sucedido algo similar!
El pato nadaba y una vez que los perros estaban cerca ¡movía sus alitas temerosas! Lo hacía apenas, como si fuese un avión sin atreverse a despegar de la pista. ¿Qué le ocurría al pato? Al lado de la laguna hay otra más pequeña. Ahora que escribo imagino cómo fue el principio de la historia: la jauría llegó a acosar a los patos que, por lo regular y en número de más de diez, siempre están tranquilos por ahí, porque los habitantes de la ranchería son muy respetuosos de ellos. Imagino que cuando los perros se acercaron, amenazantes, y cuatro de ellos se aventaron al agua, los patos volaron, volaron, a la otra laguna, pero el patito enclenque (nunca falta, ¡Dios mío!), quedó atrapado en el círculo de fuego. Algo le impedía volar, tal vez (ahora lo pienso) tenía una alita dañada, algo así como si fuese un avión con un motor averiado. Yo quería que volara de una vez y dejara a los chuchos con las ganas, pero no era así. Metros adelante volvía a acuatizar y los perros desviaban la ruta y se dirigían contra él. Nadie cejaba en su empeño. Yo, lo juro, pedía a todos los Dioses que el pato se escabullera de una vez. Veía las cabezas de los perros avanzar en el agua y al patito mover sus alitas como remos deshilachados. Los perros eran como icebergs, como si estuviesen cercenados del cuerpo, pero no. ¡No! El resto del cuerpo les servía para impulsarse por debajo del agua. Entendí porqué cuando alguien dice, a propósito de un manejo irregular, que fue “por debajo del agua”. El rostro puede mostrar una sonrisa, pero, debajo del agua, el hombre lleva una piedra. No podía cerrar los ojos, porque estaba (¡qué tonto!) tomando fotos. Me sentía un poco como espectador de toros, esperando el instante fatal. ¿Esperaba la muerte del pato? Hubo un instante en que imaginé que el pato volvía la cabeza y me pedía auxilio. En ese instante tuve el deseo de bajar del auto y aventar piedras a los perros, pero no lo hice. Pensé que estaban muy lejos y mis intentos iban a ser mínimos. La laguna debe tener un diámetro como de cien o ciento cincuenta patos en fila y la persecución se escenificaba a mitad de la laguna. Pero luego, mientras me limpié un sudor inexistente en la nuca, supe que no bajaba porque el miedo me ataba. Y fue así, porque dos compas de los perseguidores estaban en la orilla, corrían de un lado para otro, igual de pendientes que yo. Si estos perros me miraban al bajar del carro seguro que se venían contra mí. Era terrorífico, mi niña, presenciar lo que presencié. Uno de los perros de la orilla, blanco con negro, chaparrón, más bien desnutrido, parecía ser el líder. En cada movimiento y en cada ladrido, imponente, enviaba instrucciones a los perseguidores. Por fortuna, como ya te dije, el pato, después de no sé cuántos minutos, voló a ras de agua y cruzó la línea de tierra que divide, y une a la vez, a las dos lagunas. Yo descansé. Los acosadores siguieron dentro del agua y los dos de la orilla ladraron de más, fueron de un lado a otro de la orilla sin sosiego. Yo quise interpretar sus ladridos, convertirlos a idioma humano, pero no pude hacerlo.
Y ahora digo que nos hicimos “pato” en el programa porque tampoco es grato saber que estuviste hable y hable durante una hora, creyendo que medio mundo te escucha y luego, al terminar, te das cuenta que no fue así. Una vez hice una entrevista y después de media hora me di cuenta que la grabadora nada había grabado. Mi entrevistado sonrió y me dijo que no había problema, que podíamos intentarlo de nuevo, pero la segunda entrevista ya fue mecánica, sin la emoción de la primera.
Ahora, lo sé, jamás olvidaré la carita temerosa del pato perseguido. Ahora, cuando menos lo pienso, asoma la imagen del ave moviendo sus patas y sus alitas en intento de no caer en las garras de esa jauría. Los perros, a mitad de la laguna, jamás abrieron sus fauces. Se desplazaban en un infinito silencio, el mismo silencio que se hace a la hora en que comienza la noche. Apenas se oía el chapaleo de las alitas del pato. Lo que era intenso era el ladrido de los dos perros de la orilla. ¿Siempre es así? Parece que, la mayoría de veces, es el griterío de los otros, de los espectadores, lo que provoca el terror. El terror, lo entendí esa mañana, mi niña ala de viento, proviene no tanto del silencio sino del sonido. Una vez caminé por un camino a media noche, solo, en medio de una calzada llena de espinos. Iba temeroso, miraba para atrás y a los lados, en espera de algo inusual; de pronto sentí “la mano del muerto” cuando, a pocos metros, “algo” hizo un ruido como si quebraran un hueso. ¡Fue el sonido lo que potenció el temor latente! Sé, lo sé, que el patito jamás olvidará los ladridos de los perros que se paseaban de un lado a otro de la orilla. Por eso ahí estaba el líder. El líder jamás entra a la batalla, él mira, desde lo alto de la montaña, cómo se desarrollan las acciones y dicta órdenes para ganar el territorio o la presa.
Por fortuna, insisto, el patito se salvó. Fueron instantes de vértigo los que vivió. Si ya dije que la felicidad es apenas un instante, gracias a Dios, el temor ante la vida también es pasajero. Nada, ¡qué bueno!, es para siempre. La felicidad no es eterna, tampoco es infinito el pánico. Algo sucede en el Universo diario que compensa los instantes. Por eso se me hace un exceso desear un año lleno de felicidad. Sería tanto como esperar un año lleno de miserias. La vida tiene su compensación en un equilibrio casi perfecto.
Y esto es así ¡siempre! Días después, Julio me dijo que, en efecto, a la hora del programa de radio, la estación estaba fuera del aire, pero (en compensación) el programa se escuchó a través de Internet y por eso dejó que lo hiciéramos. Me reconforta saber que los radioescuchas atentos a la señal de Internet oyeron nuestros comentarios. Tal vez un escucha de Pekín oyó lo que Daniela dijo acerca de las nuevas estrategias para realizar una campaña publicitaria. Esa tarde ella dijo que a nuestro pueblo, Comitán, debemos venderlo a través de uno de sus rasgos fundamentales: la alegría. ¿Dije Pekín? ¿Nos escuchó un pato mandarín?

Posdata: hay instantes en nuestra vida que somos el patito de la laguna. Los perversos nos acosan. Sé que el temor del patito, el aleteo por la vida, también lo dan los que están en medio de curas pederastas; los que (en el aula) reciben el castigo estúpido de maestros golpeadores; las que, a mitad de la noche, sienten que el esposo borracho se mete a la cama y las obliga a abrir las piernas; los que, a mitad de otra ciudad, no reconocen ya la suya y saben que perdieron todo, porque, como dijera la canción, “ni son de aquí ni son de allá”.
Ahora hay campañas intensas en contra del bullying. ¡Qué bueno! El bullying, vos lo sabés, es esa pinche nube negra que ensucia los cielos limpios de los niños en las escuelas. Nunca falta el grosero, el abusivo, el perro que la agarra contra el patito escuálido del salón. Siempre hay patitos desvalidos, con alitas torcidas. Y siempre, ¡Dios mío!, hay chuchos llenos de mierda que acosan a los niños buenos. La maldad está en todos lados. ¿Fue un acto de maldad lo que presencié en la laguna? ¡No, no! Eso fue una simple muestra de un instinto animal, natural.
Fueron dos actos impensados. Así comenzó mi año. Cuando, por la tarde, te miré en el parque y recorrimos la muestra de la historieta mexicana y vimos cómo los niños disfrutaban la pista de hielo y luego subían al trenecito que la Presidencia Municipal proveyó, de manera gratuita, para todos los niños del municipio y de la región, supe que la bendición de Dios es perfecta. Dosifica los instantes de felicidad y los de temor. Contigo fui feliz. Pido a Dios que me mande más de estos instantes, pero sé que todo tiene su justa medida y debo aceptarlo. La vida ¡es así!