sábado, 12 de enero de 2013


Con un reconocimiento a María Elena Jiménez,
por su desempeño en el Centro Cultural Rosario Castellanos.

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN CAMPANARIO SIN CAMPANAS SUENA TRISTE

Querida Mariana: nunca he visto un puente “tachilgüil”; es decir, un puente con una orilla de lazo y madera y la otra de hormigón y varilla. También los materiales tienen afinidades. Esto lo escribo para agradecer el puente que me has tendido. Sé que no es fácil para vos congeniar con un hombre de cincuenta y cinco años (ya “andando” en los cincuenta y seis). No es fácil para los jóvenes convivir con los viejos. Vos has sido la orilla moderna que permite que el lazo podrido de mi orilla esté a tu lado. A finales de los setenta estuvo de moda una canción de Chico Ché que decía: “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas”, un poco como si ahora yo dijera: “los viejos con los viejos, los chavos con los chavos”. La brecha generacional es un abismo que dificulta la construcción de puentes.
Y esto es así porque hablamos lenguajes diferentes, a pesar de hablar la misma lengua. Los códigos lingüísticos que ahora usan ustedes son diferentes a los nuestros. ¿Cómo evitar estas diferencias aparentemente irreconciliables? Tal vez haciendo lo que vos has hecho durante ya varios años, casi tres: acercándote a mi mundo y permitiendo que yo atisbe en el tuyo. Sin imposiciones, sin andar de metiches. Con la alegría de compartir, sin establecer juicios, sin juzgar. El mundo que ahora ustedes viven es diferente al nuestro, ni mejor ni peor, solamente diferente.
En el más reciente número de “Playboy” aparece Marilyn Monroe en la portada. ¡La Marilyn eterna, la rubia que fue como una nota de blues en un sax desafinado! El mito que movió nuestras neuronas al máximo. ¡Ah, millones de hombres en el mundo soñaron con esos labios, con esos pechos, con esos muslos! ¿Cuántos jóvenes de este siglo la tienen como causa de sus insomnios? ¡Pocos, muy pocos! Los símbolos sexuales de tus amigos ahora son otros: ¿Scarlett Johansson? ¿Avril Lavigne? ¿Britney Spears? Las muchachas de mis tiempos adolescentes morían por Paul Newman o por Burt Reynolds o por algún actor mexicano, como el mamado de Jorge Rivero. Ahora ¿por quiénes se mueren ustedes, jovencitas de diecinueve años? ¿Por quién te morís vos? ¡No, no, no me lo digás, me entra como un telele de celos! Y es que, has de entender, hasta en cuestión de celos hay una gran distancia. Ustedes los jóvenes soportan más esa vaina de la celotipia. Son más libres, más independientes. Los viejos no entendemos esas lianas de “amigos con derechos”. Yo tuve una novia, ahora vos tenés pareja. ¡Dios mío! ¿A poco hay desiguales, disparejos? A una famosa prostituta de mis tiempos le decíamos “Llanta Baja”, porque tenía una pierna más corta que otra y cuando caminaba lo hacía como si una pierna fuera minutero y la otra segundero. Ella, la Llanta Baja, fue la única que no fue pareja. ¿Por qué ahora ustedes le dicen pareja a su novio o amante? Cuando lo oigo pienso que se contagiaron del lenguaje de los policías: “Sí, pareja, cambio y fuera”. ¡Oh, por Dios!
Para que mirés cómo eran mis tiempos, te cuento que José Martí escribió un poema que tituló: La niña de Guatemala, la que se murió de amor. En uno de sus versos, dice: “él volvió, volvió casado / ella se murió de amor”. ¡Santo Dios! Pues lo mismo sucede con los viejos que sufren por ver a su amada con otro tipo (que ahora se llama Sancho. ¿Qué pensaría don Quijote?) ¡Los viejos nos morimos de verdad! Los celos son como una cuerda que asfixia nuestro corazón. Ustedes los jóvenes lloran tantito una ausencia amorosa y cuatro o cinco días después ya andan en el antro buscando un nuevo amor, porque son más sabios, porque saben que el tiempo es su mejor aliado, ¡tienen muchos ríos por cruzar y por gozar! Pero, ¿nosotros? Los viejos ya cruzamos el río y, como sol, caminamos en búsqueda del horizonte.
Tal vez sea bueno que los jóvenes se acerquen más a lo antiguo y los “antiguos” nos acerquemos más a la posmodernidad. Me da gusto ver cómo algunos de mi edad o más viejos andan bien metidos en esas ondas de las redes sociales y “guglean” sin ningún temor.
Marlene, quien fue mi compañera en prepa, y tiene los mismos años que tengo yo, se metió al facebook para fisgonear en qué pasos andaba su hija. Su hija la recriminó porque se dio cuenta que era una intromisión, no era un compartir honesto. Marlene tuvo que recular. Entendió la lección. Ahora volvió al face, ya sin esa ansia de andarla haciendo de Sherlock Holmes. El otro día, muy contenta, me dijo que su hija le había solicitado ser su amiga en ese chunche. Los jóvenes son francos, no están maleados. El zapapico de los años causa estragos en la pared de los viejos. Nos hacemos viejos tacuatzones y perversos.
¿Cómo aliar tiempos diferentes? Entendiendo que nosotros crecimos con la cámara analógica y ustedes crecen con la cámara digital. Así está conformada nuestra mente: nosotros aún entramos al Cuarto Oscuro y le ponemos fijador a nuestras imágenes, mientras ustedes tienen la imagen de manera instantánea; nosotros cambiamos rollo cada treinta y seis exposiciones, ustedes captan cientos de imágenes en glorioso color. Nosotros, aún, tenemos la nostalgia del blanco y negro.
Nuestros papás tuvieron el desatino de alarmarse ante nuestra música moderna. Pegaron el grito en el cielo cuando supieron que escuchábamos a sus Satánicas Majestades: los Rolling Stones; se dieron de topes en las paredes cuando nos vieron bailar al ritmo de las canciones frenéticas de Los Beatles; hicieron berrinche cuando íbamos a jugar billar al “Nevelandia” o cuando tomábamos un café en el “Intermezzo”; y se jalaron de los cabellos (escasos) cuando salimos a la calle con pantalones acampanados, camisas floreadas y cabello largo. Vaticinaron que el fin del mundo estaba cerca. ¡Oh, Señor -clamaron-, en qué hemos fallado!
En nada fallaron. Al contrario. En el fondo fueron padres hermosos, gentiles, comprensivos y muy tolerantes. Lo que sucedió es que el tiempo avanzaba de tal forma que avasalló su capacidad de comprensión. Los años sesenta fueron tiempos de vertiginosos cambios sociales; éstos son tiempos vertiginosos de cambios tecnológicos. El tiempo es agua que no tolera diques.
Hoy ustedes escuchan a Coldplay, Enigma, Maroon 5 y Pesado. Tal vez, los viejos de ahora, no debemos hacernos los “pesados” y oír esos grupos, tratando de entenderlos. A final de cuentas, “Pesado” ahora recicla y canta: “Cielo azul, cielo nublado…”, mil años después (exagero) de que “Los broncos de Reynosa” lo hicieron éxito. Tal vez ésta sea la clave: reciclar. Hacer que los cartones húmedos vuelvan a transitar. Entender que nosotros también tuvimos nuestro Iglesias. Ustedes tienen y padecen a su Enrique y nosotros padecimos a nuestro Julio (el papá). Tal vez para ustedes pueda ser una “experiencia religiosa” oír que Julio “tiró (su) pañuelo al río, para mirarlo cómo se hundía”. Tal vez un día ustedes puedan entender que el mundo que viven, para bien o para mal, es consecuencia del mundo que, bien o mal, vivimos nosotros. No lo advertimos pero hay un sistema de vasos comunicantes que dice que esta posmodernidad es fruto del pasado.
Todo lo que vivimos en este siglo tuvo su fundamento en el tranvía que circuló el siglo XX. En literatura es norma decir que todo proviene de la tradición. Gabriel García Márquez no hubiese sido sin la presencia anterior de Graham Greene o de William Faulkner. El otro día fui a un museo donde exponen una historia gráfica de los inventos. Ahí, un radio de bulbos llamó mi atención. Mi papá tuvo una radiola que alegraba las mañanas en mi casa. Esos radios debían “calentarse” para funcionar. Los radios actuales prenden al instante. En el Internet podemos escuchar estaciones radiofónicas de todo el mundo. ¡Nunca habíamos tenido al mundo tan a la mano! Ustedes tienen poco que añorar. Pero, es mi convicción, el mundo de los jóvenes se enriquece cuando se acerca al mundo de los viejos. Los escritores son nada si no leen y estudian a los clásicos. Vos has sido generosa con mi historia, has dejado que yo te enseñe el álbum de mi tiempo. Mi tiempo abarca los finales de los años cincuenta hasta el día de hoy. Y yo, en compensación, he decidido, en forma humilde, acercarme al mundo que ahora vivís. Acepto estos tiempos que también son mis tiempos. Al hacerlo he ensanchado mi mundo y he logrado, bien o mal, acercarme un poco a vos. A veces me ganan los celos cuando te veo con tus amigos, pero, un instante después, entiendo que Chico Ché tenía razón: “los nenes con las nenas”. Así debe ser. Sonrío, entonces, y disfruto verlos bailar, tomar una cerveza y perderse en la oscuridad donde sé qué hacen, porque yo también un día busqué el amparo de la penumbra para descubrir el misterio de la sexualidad.
El mundo que ahora los adultos les vendemos ¡es perverso! Pero ustedes lo aceptan. Ya no veo el mismo afán crítico de los años sesenta cuando los alumnos universitarios exigían un mundo más justo en lo social. Ahora noto una inercia. Tal vez ustedes tienen razón. Nosotros no pudimos transformar al mundo y ahora, ya viejos, vemos qué el mundo que soñamos (más justo, más igualitario) no existe. ¡Fallamos! Tal vez ustedes, con esa ingenuidad con que reciben todo, sean más sabios y viven su presente en el conformismo que tiene el ave que no se preocupa por su vuelo.

Posdata: ya no critico la forma en que ustedes, los jóvenes, escriben sus mensajes. Lo hice hace tiempo, pero me he dado cuenta que el lenguaje, como la misma sociedad, está en constante evolución y ustedes están formando sus códigos. ¿Esto es bueno? No lo sé. Sólo sé que es un contrasentido hablar en latín en estos tiempos en que ya pasó a mejor vida. Todavía en los años sesenta la iglesia católica insistía en ofrecer sus rituales en esa lengua. Era una manera de marcar distancias, de hacer más grandes los abismos. Cuando el Vaticano decidió tender un puente cambió el latín por el español y todo fue más cercano, más afectuoso. Yo he dejado un poco mi “lengua” muerta y vos te has acercado con tu lengua novedosa. Hemos tendido un puente. A mí me ha enriquecido tu presencia juvenil y sé, me lo decís a cada rato, mi presencia “viejil” ha servido para enriquecer tu universo maravilloso. Sigamos así, yo con mis lazos podridos y vos con tus luces de neón. Es bueno, lo sé, que los jóvenes se acerquen y platiquen con los viejos. Vos sos aire de pino para mis años de ceiba. Estamos haciendo un puente “tachilgüil”. Que Dios lo riegue todas las mañanas.