miércoles, 17 de abril de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL JUGUETE ES EL JUEGO

Un juguetero, un juguetero enorme. Al lado: una puerta. Ambos chunches tienen cristales. ¿Para que reflejen?
Un juguetero enorme, con un cristal y con el reflejo de un cielo, igual de enorme: enormísimo.
El juguetero está pintado de rosa mexicano y de azul. ¿Azul mexicano? En la parte alta del juguetero también hay cientos de juguetes. En esta fotografía no se ven porque el cielo reflejado se apoderó del espacio. El juguetero es de madera. En la parte inferior tiene dos gavetas (dos gavetías, dijera mi abuelo Enrique). Los niños que se acercan al juguetero se sorprenden ante el contenido. Pero, ¡Dios mío!, se sienten frustrados cuando ven que no pueden jugar con esos juguetes. El mundo, es una pena, tiene muchos letreros de No tocar (gracias a Dios mi prima Lupita nunca se puso ese letrero y fue feliz en su adolescencia). Una vez, sólo una vez, crucé la frontera del Norte y conocí una ciudad norteamericana: Brownsville, Texas. Estuve apenas unas dos o tres horas, pero entré a una tienda enorme que valió la estancia. En el departamento de juguetes todo se podía tocar. Yo, niño comiteco de los sesenta, acostumbrado a ir a la tienda de doña Angelita a mirar los juguetes en estantes detrás de un mostrador, me sentí privilegiado. Mientras mi mamá compraba en el departamento de damas, yo me puse a jugar como alucinado. Cuando mi mamá me dijo que ya, que ya era hora, yo no quería dejar los juguetes, así que mi mamá me dijo que estaba bien, me compraría dos, los que más deseara. Pensé, dentro de mi ingenuidad, que los gringos eran fregones, porque así creaban una necesidad.
Pero este juguetero es sólo para ver, es como una pieza de Museo y, sin que lo diga, tiene en el frente un enorme letrero de No tocar. Ah, los museos son tan aburridos. Es sólo para recordar qué clase de juguetes jugaban los niños de los sesenta. El fondo está lleno de canicas y encimas de éstas vemos soldaditos de madera, muñecas de trapo, caballitos, títeres, baleros, soldaditos de palma (¡sí, de palma!), y cientos de juguetes más.
No es un juguetero para niños, ¡no! Es un juguetero para la nostalgia de los viejos. Los mayores se acercan y sonríen al encontrar un juguete igual que tuvieron de niños. Ponen el dedo en el cristal y le dicen al hijo o al nieto que con ese juguete fueron felices. Y sí, la felicidad se vuelve a instalar en las ventanas de sus caras, pero, ¡oh, Dios mío!, un segundo después el pájaro vuela. La felicidad no se recupera, es como el agua entre los dedos, siempre se va al albañal.
¿Por qué el cielo domina el espacio superior del juguetero? ¿Por qué en la puerta de madera también se refleja el patio del edificio? Ningún niño o adulto puede entrar a ese juguetero, el cristal lo impide. Lo mismo sucede con la puerta cerrada. Todo está vedado. Sin embargo, si el espectador juega a que juega el juego de la imaginación, puede, sin duda, entrar. Entrar al juguetero. Puede jugar a que es un ser minúsculo, del tamaño de un dedo, del dedo pulgar: Pulgarcito. Puede entrar y ver cómo la muñeca de trapo es grande. Puede, si quiere, imaginar que detrás de la puerta cerrada, también hay un salón lleno de juguetes futuristas. Puede entrar, colándose por la hendija inferior, y jugar los juguetes que jugarán los niños del año dos mil cincuenta y dos.
Y es que si el espectador ve con atención verá que en el juguetero, al fondo, hay un ropero pequeño, como de treinta centímetros de alto. Un ropero semejante al que tiene la abuela; un ropero que servía para jugar en la casa de muñecas. El ropero tiene un espejito y ahí es donde el niño con imaginación puede jugar a que abre la puerta y se introduce y encuentra otro mundo. Para llegar al Universo paralelo es necesario entrar al juguetero y luego entrar al ropero. ¿Se puede regresar de ese Universo paralelo? Tal vez no sea necesario, tal vez la gente no desea volver. Tal vez es un mundo sorprendente. Yo no he visto que un muerto regrese. Tal vez se está tan bien en otro espacio, tal vez no hay letreros de No tocar.