lunes, 29 de abril de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE PAVONEA EL QUETZAL

En Comitán le llaman “Cola de quetzal”. Acá está al centro de la fotografía. El contraste, disculpen ustedes, pareciera a propósito: la pared ¡blanca!, y el piso ¡rojo! Suena a bandera mexicana. A pesar de que el quetzal es el símbolo de la bandera de Guatemala. Pero, ya lo dijo el poeta cursilón: México y Guatemala son plumas de una misma ave. ¡Pucha! Tal vez por esto, en Comitán andamos enredados en ambos territorios. Para un comiteco es más sencillo ir a Guatemala que ir a la capital del estado. “La línea” la tenemos a la vuelta de la esquina. Ahí, desde siempre, los comitecos compran las vajillas japonesas (que sean de carita, dicen las expertas). Las tazas con carita son delicadas.
Dicen que en la zona de los Lagos de Montebello hay un lago que se llama Tzizcao; dicen que ese lago pertenece a México y a Guatemala. Hay una línea movediza que divide a los dos países. Quien sube a una balsa no tiene inconveniente en navegar por ambos territorios. ¡Son cosas que sólo pasan acá en el Sur! De igual manera, dicen que un señor de Comitán tuvo un rancho en la línea divisoria y la cocina de la casa grande estaba sobre las mojoneras: la mesa estaba en territorio mexicano y la alacena en territorio guatemalteco. Dicen que la hija jugaba con ello, decía: ahora vengo, voy a Guatemala, cada vez que iba por la botella de mermelada. Dicen que sus familiares le seguían el juego y preguntaban: ¿cómo te fue en Guatemala?, y ella respondía: salí de Guatemala y entré a Guatepeor. Dicen.
Los comitecos estamos tan acostumbrados a ver este helecho que casi casi ya no le ponemos atención, pero ahora, que está en el centro de la fotografía vemos que, en efecto, es como si correspondiera a un ave pequeña, casi inadvertida, que está, como si fuese avestruz, con la cabeza enterrada en una maceta, porque sólo se advierte la cola, la inmensa cola que es como un abanico de espigas verdes. ¡Qué bello ornato! Esta planta está colocada en el zaguán de la casa, es la manifestación de manos que se extiende para dar la bienvenida. Por ello, qué pena, los demás elementos pierden su esencia. Todas las personas que entran a la casa ven “la cola de quetzal”, elemento típico de los corredores y pasillos comitecos. Si los de Jalisco dicen que no fuiste a su tierra si no probaste un caballito de tequila y escuchaste el mariachi; de igual manera, los comitecos dicen que no viniste a este pueblo si no probaste un pan compuesto y no viste una “cola de quetzal”. Y esto es así, porque esta planta es como un símbolo del corazón prodigioso y pródigo de los comitecos. La planta se desparrama, generosa. Se abre con una modestia impecable. No existe en ella un tufo de petulancia; al contrario, ella se tiende, como si hiciese una reverencia japonesa, como si supiese que las alturas marean. Ella se inclina ante los visitantes y los propios de casa. Dicen (yo ¡qué voy a saber!) que hubo un tiempo que la planta tuvo las hojas de color azul. ¡Sí, de color azul! Debió haber sido en los inicios de la creación, pero el cielo se enojó tanto porque rivalizaba con su belleza, por lo que el cielo pidió a los Dioses que le dieran un castigo. Entonces los Dioses decidieron que “la cola de quetzal” jamás tendería hacia el cielo y tendría un “modesto” color verde. Y el castigo se cumplió. Muchas personas se arroban ante el cielo y pocos, muy pocos, admiran la modesta planta que, discreta, permanece en los zaguanes y corredores de las antiguas casas comitecas. Pero ahora que nadie ve el cielo, podemos admirar este prodigio de brazos que, como gusanos, suben hasta el tronco de nuestra memoria y nos abrazan y nos dicen que la vida bien puede caber en una maceta, siempre y cuando se sepa acomodar. Acá, por el entorno, pareciera una bandera mexicana; pero hay ocasiones en que es como una campana, como una casa de campaña, como un cohete que nunca alcanzó a despegar de la tierra.