lunes, 22 de abril de 2013
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE CORTÁZAR ESTÁ AL LADO DE UNA LÁMPARA
Los elementos son mínimos: una pared, una lámpara y un retrato colgado en la pared. Claro, si desmenuzamos los objetos hallamos otros elementos. Si vemos la lámpara encontramos un foco y un aro. Esta forma circular contiene todo un Universo conceptual; de igual manera, si nos ponemos exigentes vemos que la pared está pintada en un color amarillo hueso y, se sabe, los huesos tienen una especial simbología. El retrato no es cualquier retrato. Todo mundo identifica a Julio Cortázar. Julio está a punto de retirar el cigarro de su boca, a punto de exhalar el humo, a punto de acercar su mano enorme, con sus dedos enormes. Parece que este escritor era enormísimo en todo lo que hacía, incluso en la forma de ver hacia abajo, tal como lo hace en este retrato. Por lo regular, los hombres regulares, a la hora que quitan el cigarro y exhalan el humo, lo hacen con la vista hacia arriba, como si el acto común fuese un acto sublime. ¡Ah, cómo elevan la mirada, cómo sueltan el humo! Por el contrario, Julio (¡qué raro, lleva corbata, debajo del impermeable!) mira hacia abajo, a un lado. Tal vez está en un parque y mira las palomas que picotean en el piso.
Y digo que lo sorprendente de la lámpara es la forma circular, porque cuando uno piensa en el Centro siempre piensa en un punto y un punto, siempre, es circular. Cuando uno piensa en el Universo siempre piensa en una forma circular. ¿Quién, mortal en plenitud de sus sentidos, piensa en el Universo como una raya vertical? ¿Quién diría que el Universo, en infinita expansión, tiene una forma como de cigarro? De igual manera, nadie imagina un cigarro circular. Sería tan difícil fumar algo como una pelota o como un planeta. La forma Príncipe del Universo es el círculo. Por esto tienen razón los que son fanáticos de los deportes como el fútbol, como el tenis, como el béisbol, como el básquetbol, porque saben que la pelota es el Mandala superior. ¿Quién ha imaginado un balón con forma de cigarro?
Y digo que lo sorprendente es la mirada de Julio, porque es como si estuviese pendiente del aire que, como anillo de Saturno, rodea esa lámpara circular. Julio mira lo que está debajo de la lámpara. Como el foco está apagado, sin duda ve los pasos que la luz dejó en el camino del aire. Se sabe que la luz, a diferencia de lo que cree García Márquez, no es un chorro sino que es una fila de millones de cronopios que juegan a la ronda del torotoronjil.
El retrato de Cortázar está en las alturas, casi casi al mismo nivel de la lámpara. Bien pudieron colocarlo más abajo, pero no lo hicieron. Las personas tienen que levantar la vista para ver el retrato. Imagino, sólo imagino, que cuando el foco está prendido debe ser difícil ver con claridad el retrato; imagino, sólo imagino, que cuando alguien ve el retrato también se deslumbra. Y esto es así porque Julito siempre dio luz. Sus libros son como lámparas de un millón de watts, como turbinas Pelton generadoras de energía infinita.
Muerde el cacho de cigarro que tiene en la boca. “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca…”. Su boca, cuando pronuncia la O, toma la forma de la lámpara, toma la forma del Universo.
Dicen que nada es casual en la vida. No es casual que el marco sea negro y que la María Luisa sea de color blanco, como blanco el aro que circunda al foco de la lámpara. No es casual que el retrato esté al lado de la lámpara, que esté en las alturas, que él, Julito, mire hacia abajo, hacia donde siempre vio, porque él, ángel cronopio, jugó siempre en las alturas. No hay otra forma de crear una de las obras literarias más excelsas. El verdadero creador juega a que tiene alas y juega a que vuela.