miércoles, 3 de abril de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE LA TELA ES COMO UN MAR

Vicente Antonio Vásquez es un escritor Guatemalteco. Él me envió una fotografía. Siguiendo el juego que inició Ángel Gabriel Penagos, fotógrafo chiapaneco, Chente me dijo: “¿Qué ves?”. Veo una pareja, hombre y mujer, felices, en una plaza. Al fondo, la portada de una catedral. El cielo está oscuro, sólo una lámpara, a manera de luna, dice que es posible iluminar la oscuridad. Tal vez por esto, la pareja está iluminada. Sin duda, frente a ellos, al lado del fotógrafo, un reflector los ilumina. La fachada de la catedral está, también, iluminada. Las luces del templo están colocadas de tal suerte que producen un efecto de sombra. La luz no ilumina de manera directa las imágenes de los santos. Por el contrario, la pareja sí está iluminada en forma total. No hay una sola sombra en los dos rostros. Por esto ven de manera directa hacia donde está el fotógrafo, pero es una mera ilusión, porque, en realidad (se ve de manera obvia), ellos caminan hacia el frente, hacia donde no ven. No ven al frente, porque saben, en este instante, que no hay motivo de tropiezo. Las piedras se colocan después. Los caminos, desde siempre, son libres. Todas las parejas lo saben, pero, ¡oh, Dios!, conforme caminan olvidan que un día tuvieron la certeza del camino libre. Por esto, el hombre feliz, a manera de puente, coge con ambas manos el velo que, como nube extendida, se desprende del cabello de ella. Es la metáfora de un puente. Las parejas, siempre, salvan los abismos que los hombres encuentran, porque, lo saben, jamás lograrán entender a cabalidad al otro. Todo en la vida es un acercamiento, un eterno descubrir. Las parejas que siguen siendo niños sorprendidos ante cada paso, ante cada vuelo, siguen así, felices, como felices están ellos. Lo que veo en esta foto es el instante en que un velo los une; en que un puente frágil, pero tenue, ¡los une!; en que un puente liviano, pero dúctil, ¡los une! Los hombres y mujeres felices saben que el aire es tímido y generoso con los amantes y no necesita puentes de cemento, les basta con los velos que son como alas de mariposa.
Por esto, el vestido de ella forma un círculo y él permanece en la orilla de ese sol. Será el cometido de él, que ese círculo, como mandala, permanezca albo, sin mancha. Si el lector se acerca al detalle verá que el círculo blanco se deshace en orlas que son como olas que besan los ladrillos. Es la antítesis de los huecos negros que retozan en el universo. Es un hueco blanco, porque blanco el camino que recién comienzan. ¡Ah, si su camino fuese como el Camino de Santiago y continuaran sin las piedras que luego el tiempo comienza a desgajar! ¡Ah, si su camino, por siempre, fuese este tránsito sin cargas, sin pesos, sin nubes negras! El deseo es que ella siempre lleve un ramo de flores para ofrecer a su amado; el deseo es que él siempre, entre sus manos, sea el asidero de ese puente de agua que ofrece la posibilidad eterna de la unión. Que ellos siempre tengan cuidado en no manchar ese pozo blanco que, esa noche, era como el sustituto perfecto de la luna, en esa noche oscura que sirvió como telón.
El lector atento advertirá que, en ese instante, pasa un auto por la calle y, si el ojo le alcanza, verá que al lado del hombre, detrás de los arbustos, existe una pareja sentada en una banca. Casi no se advierten, porque, esas historias ahora no cuentan. La historia principal es la que cuenta la imagen del primer plano, donde se ve la pareja feliz en el inicio de su peregrinar por el Camino de Santiago.
El hombre sostiene el velo para formar un pabellón, como si fuese un cielo que cubre y protege el círculo blanco. ¿Quién más es testigo esa noche? ¿El fotógrafo? ¿El iluminador? ¿Algún familiar enredado del lado donde está el fotógrafo? Ahora ya no importa quién estuvo. Ahora entienden que nunca aparecieron en la fotografía. No era necesaria su presencia. Al final esto fue como un trato entre ella, la mujer feliz, y él, el hombre feliz. Un trato ante un solo testigo, la Divina esencia que está enredada en el interior y en la fachada de la Catedral y en el hueco negro del Universo, pero, sobre todo, en el círculo blanco que ella sostiene, que ella alimenta, que ella mueve a su lado a la hora que da un paso hacia el camino sin titubeo. ¿Qué veo? ¡Eso, un camino sin titubeo! ¡Ojalá por siempre!