lunes, 15 de abril de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UN HOMBRE ESCARBA EL AIRE

¡Hay algo detrás de todo! Debe haber una ventana por donde se pasa a otro cuarto, uno que, igual que éste, está construido con ladrillos de aire.
El hombre del gorro rojo, el que tiene las manos al lado de su cara, el que viste una indumentaria como de navegante sin barco, el que está sentado frente a la puerta (que parece la proa de un barco de guerra, con decenas de cañones apuntando a levante), él recibe la luz de la madrugada. Los rayos del sol tierno son generosos, son como de una mano que reparte alpiste. La sombra que está embarrada en la puerta así lo demuestra. Esta sombra se diluye como mercurio. A medida que el sol ¡crezca!, en esa medida, la sombra se hará más pequeña, se embarrará sobre la piedra laja, sobre el piso. Por esto, el hombre del gorro rojo se sentó, a esa hora de la mañana, para escarbar el aire.
Quienes saben, recomiendan que para escarbar el aire es necesario la inmovilidad y la carencia de objetos como picos o cuchillos o puñales (perdón, esta palabra es ofensiva. ¡La borro, no la escribo, no la digo!). Quienes saben, recomiendan que es bueno (aunque no imprescindible) rodearse de colores cercanos a la tierra, para escarbar el aire. Tal vez por esto, el hombre del gorro rojo se ve como un hombre que sabe lo que hace. El color de la pared tiene el color de las laderas más cálidas; el color rojo del remate también es un color muy cercano a la tierra; lo mismo sucede con el color deslavado de los listones de madera de la puerta y de la laja apoltronada en el suelo. Los vestidos del hombre son opacos, como la tierra donde sólo crecen piedras. Si la pared estuviese pintada de azul o de verde el hombre no podría ver más que un muro. Los muros de aire no son buenos para la mirada, no son buenos para el espíritu. Por el contrario, cuando una pared está pintada del color marrón de la tierra buena ¡el hombre puede tener un acercamiento a la ventana del aire!
Se ve que el hombre tardará bastante tiempo con las manos entrelazadas, cerca del rostro. Las tiene en la misma posición que las tendría si en sus manos un “miralejos” estuviera posado como pájaro. Pareciera que juega a hacer un hueco en sus manos, como si fuesen un telescopio. Es un prodigio lo que un niño logra cuando hace un hoyito en su mano y mira como si fuese un hombre viendo en un microscopio.
Mientras sucede el prodigio de la mañana, el hombre está sentado, sin hacer más que soltar su mirada, como sueltan las amarras los navegantes. Su “barco” ya está a medio mar. Él no lleva salvavidas, porque el hombre que trata de abrir ventanas en el aire no tiene el riesgo de ahogarse entre tanta agua. Al contrario, los tsunamis son recomendables. Dicen los que saben que en una de esas ¡una puerta puede abrirse! No es fácil, pero, a la vez, es la cosa más simple. Para abrir ventanas en el aire basta sentarse frente una puerta, darle la espalda, ver al horizonte y dejar que la luz haga el prodigio.
Una hora después de este momento, alguien, por dentro, abrirá la puerta del templo. Mujeres con chal entrará para oír la misa y algún hombre le pedirá al hombre del gorro rojo que se quite; le dirá que “tapa el paso”; le dirá que ahí no está permitida la presencia de limosneros. Entonces el hombre levará anclas y volverá al mar tonto y estéril del mundo de los hombres tontos y estériles.