lunes, 1 de abril de 2013
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE EL ALA DEL VUELO
La niña es hermosa, la niña más hermosa de la región. El círculo concéntrico está difuminado. Es así porque el verdadero Centro es ella, la niña que levita. No se sabe si el parasol la ayuda a levantarse del suelo, no se sabe si baja o si asciende o si, ¡prodigio de prodigios!, permanece suspendida en el aire. Aún cuando la consigna popular asegura que no puede taparse el sol con un dedo, en esta fotografía se advierte que sí es posible hacerlo con un parasol. Y esto es así, tal vez, porque el sol es ella, la niña que, con una cinta en la cintura y un vestido color melón, sonríe, como si la vida fuese el aire que pasa, sin misterio, a través de la baranda que está al fondo. Una baranda metálica que sirve como colgadero para secar la ropa, esos lienzos que son como banderas de países no identificados.
La niña es hermosa, con el brazo derecho sostiene el mango del parasol, que, a veces, también sirve como paraguas. La niña es la vida. No hay otro elemento que así lo indique. Todo está como inerte, el mismo sol no es más que una mancha luminosa en el fondo, en el mismo fondo donde las frondas de dos árboles también son meros pilares para sostener la estructura principal: ella. Pero no se piense que ella es el Centro del Universo, su modestia, su sencillez indica que es apenas el Universo.
El mango del parasol oculta el brazalete que ella lleva en la muñeca (acá se puede hacer un juego de palabras y decir que la muñeca es un mango que oculta el sol). Tal vez el brazalete sostiene un reloj y este reloj marca el tiempo, pero si el reloj está oculto, tal vez, sólo tal vez, el tiempo también levita. Es tan grácil el vuelo de ella que todo está como suspendido, suspendidas las frondas de los árboles; suspendida la baranda que es como una vía de tren que despertó a sus durmientes y se puso de pie; suspendidas las ventanas en su mirada; suspendido el gusano del techo que se quedó a mitad del camino y dejó las ondas de su huella. Todo está suspendido, suspendido en el vuelo de ella, la niña más hermosa.
Su brazo izquierdo pareciera querer tocar la bandera verde, la de la ilusión, la de la esperanza, pero, insisto, está como suspendido, como si lo que tocara fuese el rostro del viento. Porque su rostro es el aire, la bendición de la luz. El cabello es como la lluvia que no logra detener el parasol. No lleva calzado. ¿En dónde, por Dios, se ha visto a los ángeles usar sandalias? Ella va descalza porque sus pies tocan el césped del aire y bendicen la superficie donde Dios extiende su mano.
Ella, como las vírgenes del Renacimiento, mira hacia abajo. Es así, porque ella permanece en las alturas, cerca de donde las banderas seducen al viento. Ella levita. No necesita más mantras que su propia estatura, que su propio carácter. No se esfuerza. Es como si su vocación fuese el vuelo y su casa el jacal del cielo. ¿Baja, como Mary Poppins? ¿Sube como subió Carsolio al Everest? ¿Permanece intocada en el aire como permanece la nube más tenue? ¿Brincó desde la baranda o lo hizo desde un brincolín en un patio de juegos? Está sobre el patio de la casa de la baranda. Se puede asegurar que el piso está seco, que no llueve, que es ella la que llueve la luz. El sol está oculto detrás del parasol. Si la imagen tiene luz es porque ella, su rostro, sus manos, sus brazos, sus hombros, sus muslos y sus pies llueven luz.
Si Gabriel García Márquez viera la imagen de esta niña hermosa recuperaría la memoria y diría: ¡es Remedios, la bella!, y se hincaría y rezaría un padre nuestro, porque Él también está en los cielos, y como en ella, la niña hermosa, también es santificado su nombre.