miércoles, 24 de julio de 2013

¿A CUÁNTO EL KILO DE OSCURIDAD?





Te regalo una palabra, me dijo Karina. Me dio a elegir, pero yo, como siempre, cometí el error de dejarlo todo al arbitrio. “Regalame la que querás”, dije. Entonces ella, mientras comía esquites en la banca del parque, cerró tantito los ojos, como si pensara (tal vez, ahora que lo escribo, ella cerró los ojos para buscar la palabra en el muro ciego de su pensamiento). Yo quedé expectante. En el parque todo era armonía, el viento corría lento, los niños corrían más rápido y el tiempo, ¡ah, el tiempo!, casi casi volaba. No sé porqué el viento tiene una vocación de ave. No se conforma con ser tiempo.
MI expectación terminó cuando ella extendió la mano como si me entregara un tesoro y dijo: “herida”. ¿Qué? ¿Por qué Karina me regaló esa palabra? A mí esa palabra no me gusta. No me gusta porque no me da opción de dividirla. A mí me gustan las palabras que se pueden dividir en dos o en tres, como si fuesen árboles y cada rama aportara un significado. El otro día, el grabador alemán, Holger Roick, pronunció la palabra “Mexylo”, que es una palabra inventada por él donde mezcla la palabra México y Xilografía. Holger estuvo en Comitán la noche de inauguración de la muestra de grabado: Posada 13-100, una exposición tributo a José Guadalupe Posada, en el Centenario de su fallecimiento. Holger comentó que la técnica de la xilografía es la más cercana a su corazón de tinta. ¿Mirás qué bonita palabra: Mexylo?
No invento palabras, soy muy simple para ello. Pero sí me gusta dividir las palabras. Pero Karina me regaló una palabra que no puedo dividirla, porque ningún mortal es capaz de dividir la herida. Puedo, en todo caso, eliminar la hache porque no ayuda más que a la estética de la palabra, pero, aún sin la hache, la erida sigue siendo rotunda, miserable, dadora de sombra.
El recuerdo más lejano que tengo de una herida lo tengo grabado en la muñeca de mi mano derecha. Fue una tarde, en el comedor, a la hora que comíamos. Tal vez (no recuerdo bien), la herida me la provoqué en un berrinche. Me levanté de la mesa y fui a una vitrina empotrada en la pared. Ahí, mi mamá tenía vasos y tazas. Las puertas de las vitrinas tenían cristales esmerilados, bien bonitos. Abrí la vitrina para sacar un vaso y, en mi berrinche, tal vez porque mi mamá o mi papá me habían exigido que fuese por el vaso y yo, niño consentido y malcriado, pensé que no debía hacerlo yo sino la sirvienta. Saqué el vaso y a la hora de cerrar lo hice con fuerza, con coraje y mi mano se fue contra el cristal y el vidrio roto me causó una herida en la muñeca de la mano derecha. La sangre manó como si fuese manantial. Quedé con la mano adentro. No tuve capacidad para sacarla. Fue necesario que mis papás se pararan y corrieran para ver qué me había pasado. Lloraba. Lloraba mucho, con la mano adentro del cristal roto. Mi mamá me colocó un trapo y me dijo que subiera el brazo, en intento de cerrar la llave. Mi papá me llevó al consultorio del Doctor César Guillén (su consultorio estaba frente a donde actualmente está el Archivo Municipal). El doctor dijo que era necesario ponerme varios “puntos”. Lloré más. Después de un minuto, más o menos, me dijo: “¿Estás preparado para que yo costure?”. No, dije. Lloraba. “¡Así me gusta -dijo- valiente, porque ya te costuré!”. Miré mi brazo y vi que ya no sangraba. Ya me había costurado la herida. Dejé de llorar. A la usanza de aquellos tiempos, mi papá dijo que le diera las gracias al doctor. Lo hice. Salimos. Ya no lloraba. Desde entonces no he llorado por herida alguna. Desde entonces he tenido muchas, físicas y morales (éstas son las más jodidas, porque no se pueden costurar). No me gusta la palabra “herida”. Gracias, le dije a Karina. Lo que no le dije fue que, minutos después, pasé al basurero que estaba al lado de la fuente y ahí la boté. ¡Tontito de mí! Ahora he vuelto a recuperarla. Uno no puede cerrar los ojos ante la miseria, ante la vida. La vida es así y uno debe aceptarla. Karina lo sabe, por eso me regaló la palabra “herida”. A final de cuentas esa palabra es parte de nuestro diccionario permanente.