sábado, 27 de julio de 2013

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL CANDADO ES LA EMOCIÓN DE LA LLAVE





Querida Mariana: el tío Epigmenio dice que la llave es el mayor invento de la humanidad. Vos sabés que el tío es ojito alegre y en cuanto le presentan a una muchacha bonita pregunta, coqueto: “¿me regalás la llave de tu corazoncito?”. ¿Por qué la llave, tío?, le pregunté un día. “¡Ah, porque es el objeto más inútil y el más útil!”. Y entonces me explicó que la llave sin candado o sin cerradura para nada sirve. En cambio, ¡qué necesaria es para abrir el candado!
No sé vos, querida mía, pero yo, en el llavero, llevo una bola de llaves inútiles. Ya no recuerdo qué abren (¿abren la cerradura de tu corazoncito? ¡Ah, qué mamila me estoy viendo! Bueno, soy sobrino de tío Epi).
Vos sos muy joven y no has de recordar que una vez hubo una campaña para hacer una estatua de bronce del Papa en turno. La campaña solicitó llevar llaves, de esas inútiles. Por esto, cuando la tía Eufrosia (esposa del tío Epi) buscaba una llave extraviada, el tío le decía: “Ah, andá a buscarla entre la sotana de Juan Pablo II”.
En parte, el tío tiene razón. Una llave es un objeto maravilloso. Aunque ya no por mucho tiempo. Las llaves han sido indispensables durante muchos siglos. Mirá las llaves hermosas que se usaban en tiempo de tu abuelita, acá en Comitán. Dicen que las sirvientas llevaban la gran llave en la mano, les servía para abrir la puerta y para meterle un llavazo al taxista que siempre quería propasarse con ellas. Es que antes, no era como ahora. En los años setenta, los taxistas no andaban vuelta y vuelta en las calles, buscando pasaje. Había un Sitio (sólo uno), frente al parque central. El compa que necesitaba un taxi iba al Sitio y lo abordaba. Te parecerá chiste, pero un compa de La Pila caminaba hasta el centro para subir al taxi y decirle: “llevemesté a San Sebastián” (pucha, caminaba más de lo que iba en carro). Como la clientela era escasa, los taxistas pasaban el tiempo esperando a los clientes y se dedicaban a joder a las sirvientas: les aventaban piropos, les decían: “te cargo la canasta, si querés, hasta el fin del mundo”. Bueno, dijo una vez una sirvienta, y le pasó al taxista la canasta llena de tzolitos, frijol, naranjas, cilantro, chicharrón de hebra (envuelto en papel estraza, ya lleno de grasa) y tres elotes bien granados. El taxista pensó que ya había pegado su chicle. “¿Cómo te llamás, pues, bonitía?”, preguntó y la sirvienta nada dijo, echó la carrera. El taxista se descontroló y comenzó a correr detrás de ella, cargando la canasta y no se hubiera parado si un compañero no le grita: “¡No seás pendejo, dejá la canasta!”. El taxista reaccionó y dejó la canasta en la banqueta. La sirvienta desde la esquina, acezando, miró la escena, se rió, con el mismo gusto con que todos los demás taxistas lo hicieron, y regresó por la canasta. Cuentan que la sirvienta, días después, pasó por el Sitio y encaró al galán: “¿No me quiere’sté llevar mi canasta?”. Todos los compas se columpiaron de la risa. “Ah, ¡salí de acá!”, dijo el taxista y la muchacha caminó como si fuese la Reina de Inglaterra.
Digo que las llaves, en el futuro cercano ¡ya no serán lo que han sido durante siglos! El otro día miré un documental en la televisión. Las cerraduras de las puertas ya no se abren con llaves. Las puertas tienen un dispositivo electrónico que reconoce el iris del ojo. Si los propietarios de la casa se paran frente a la puerta, ésta se abre de inmediato y, de manera automática, se cierra en cuanto entran a la casa. ¡Esto es una proeza de la ciencia! Los hombres de los próximos años ya no cargarán llaves en las bolsas del pantalón. Las mujeres no tienen este problema porque el llavero lo llevan en un bolso de marca Louis Vuitton (de esos que usaba la paisana Elba Esther). Pero, ¿los hombres? Los hombres, Dios mío, siempre tienen hoyos en las bolsas del pantalón por el rimero de llaves que cargan.
Los papás de una amiga no le dan llave de su casa porque ¡siempre la pierde! Su mamá siempre le recrimina que pierde todo, ¡todo! “Seguro que ya perdiste también tu virginidad”, remata la mamá. Mi amiga (muchacha bonita de diecisiete años) sonríe con una sonrisa que no se sabe si dice: “¡Ay, mamá, qué cosas se te ocurren!” o “¡Uh, desde cuando!”.
De acuerdo con lo que dice el tío, las llaves son los objetos que más duele extraviar, además, dice, la llave es uno de los objetos que más se extravía. Si se pierde un celular, su propietario lo lamenta, pero el mundo no se cae sin celular. Es un engorro porque luego debe uno integrar el directorio de nuevo, pero de ahí no pasa la cosa. Pero, ¿si se pierde la llave del departamento? ¿Qué hacer? El tío Epi me contó que un sobrino suyo (que no era mi primo, porque era su sobrino del lado materno y yo soy su sobrino por el lado paterno) perdió la llave de su casa. En esa ocasión todos los de casa habían ido a un paseo a Cancún y él quedó solo, encargado de cuidar la casa. Fue al restaurante Tono Gallos, con unos amigos y se resbaló unas cuantas frías. Cuando llegó a su casa, como a las once de la noche, metió su mano en la bolsa del pantalón y no encontró la llave, como si fuera gallo, palmeó sobre las dos bolsas y no oyó el sonido característico del montón de llaves. ¡Ni a quién hablarle! Fue a casa de un amigo y pidió posada. Al día siguiente, después de aceptar el desayuno que le ofreció la mamá del amigo, se despidió, llamó a un cerrajero y lo citó en su casa. Al llegar vio el portón abierto y al tío recargado en la pared. “¿Ya vino el cerrajero?”, preguntó el sobrino. El tío le reviró con otra pregunta: “¿Para qué querés cerrajero?”, y el sobrino explicó la pérdida de la llave. “¡Serás pendejo! -dijo el tío- el ladrón no necesitó cerrajero!”, y le mostró la cerradura destrozada, por eso la puerta estaba completamente abierta. ¡La casa estaba vacía! Se llevaron las computadoras, las televisiones, la lavadora, la mesa del comedor y las sillas, los muebles de la sala, las camas, bueno, con decir que los ladrones se llevaron hasta la jaula que fue de Paco, el loro de la casa. “¿Y mi carro?”, dijo el sobrino. El tío nada dijo. El sobrino se sentó a mitad del patio y se puso a llorar.
La ironía de la llave es su indefensión. Protege, pero siempre es burlada. Aparenta ser única, pero a cada rato es clonada. En la película “El secreto de Thomas Crown”, la muchacha bonita seduce al galán, le mete la mano al saco, le saca el llavero y éste lo entrega a su cómplice, quien, echo la mocha, va a sacar un duplicado. Es tan indefensa una llave que es clonada con una simple barra de plastilina o con un jabón. Basta colocar la llave sobre una barra de plastilina y aplastarla para obtener el molde perfecto. La seguridad de una residencia puede resbalar con una simple pastilla de jabón.
Antes, en Comitán las puertas de las casas permanecían abiertas. Como había dos o tres delincuentes (¡nunca faltan!), por las noches se aseguraba con doble llave y tranca. Mi papá fue Corresponsal del Banco de México. En ese tiempo no existían las sucursales como hoy. Medio mundo del pueblo hacía transacciones bancarias en la casa, por lo que era necesaria una caja fuerte para guardar valores. Sólo mi papá sabía la “combinación”. La casa tenía las puertas abiertas todo el día, ¡nunca alguien se atrevió a dar un susto! ¡Eran otros tiempos! Muchos años después me topé con un auto que se abría mediante una “combinación“ que sólo conocía el propietario. Ese día le dije al tío Epi que el mundo se preparaba para dar el adiós a la llave. Él se enojó, dijo que no era posible. ¡Dios mío, qué pensará cuando vea que la puerta de su casa se abre a través del dispositivo que reconoce el iris del ojo! Las llaves, como los tucanes, están en peligro de extinción. Un día, todo mundo tendrá en sus casas bonches de llaves inútiles. Tal vez en ese tiempo ya ni sirvan para hacer estatuas para Papas. A alguien se le ocurrirá (ojalá sea en Comitán) abrir el Museo de La Llave. Si lo abren en Comitán, dado nuestro carácter picarón, habrá alguna sala que muestre llaves de lucha libre. El Museo, por supuesto, será interactivo y con pantallas touch screen, como anuncian, será el Museo de Rosario Castellanos.
Hay, lo sabés, hombres llave y mujeres llave. Mentira que las mujeres sólo reciben; mentira que sólo sean cerradura. Hay muchas, maravillosas, bellas, que poseen la llave para abrir el universo. No es fácil toparse con una de ellas. Vos, niña bonita, sos una llave que nunca se extravía en mi bolso. Siempre vas, siempre reconocés el iris de mi corazón. ¡Dichoso tu novio!
Los hoteles de estos tiempos ya no usan llaves (bueno, algunos de acá ¡sí!). En los hoteles modernos, a la hora que firmás tu registro, te dan una tarjeta (como esas que dan en Aurrerá o en Banamex) y con la banda magnética, abrís la puerta del cuarto. Existe aún el riesgo de pérdida. Peor si estás de vacaciones y te pasaste de tragos en el antro. Por eso, el futuro, aunque se enoje el tío Epi, pinta mucho mejor. Ya sólo que estés butul de bolo no podrás abrir la puerta de tu casa. Porque la mayoría de bolos llega dormido a la casa y con los ojos cerrados. ¿Cuál iris? Pero, bueno, la ciencia es tan maravillosa, que el día menos pensado, los dispositivos electrónicos de las puertas no sólo identificarán los iris, sino tu aroma y el tamaño de tus pestañas. Así, si el tipo llega bolo, queda el recurso de identificar las pestañas.
¡Ah, la llave! Un día el mundo amanecerá sin llaves. Los primeros que detecten este cambio lo lamentarán y, a la hora de tomar un café, platicarán de las llaves con nostalgia, meterán la mano a la bolsa del pantalón y hallarán sólo unas cuantas monedas, que les servirá para pagar el café y la línea azul de la ausencia. Nos quedaremos sin llaves, nos quedaremos sin cerraduras. Los voyeristas no tendrán el huequito de las puertas para ver a las primas a la hora que se sueltan el sujetador y dejan libres sus pechitos a la hora del baño. No sólo las llaves se perderán, no sólo las cerraduras, también se perderá algo de la luz que llena las estancias de los solitarios.

Posdata: el otro día, Francoise me entregó un obsequio que me envió su hermano Manolo. Manolo, vos lo sabés anda por Italia. El obsequio es una moleskine, que es una libreta que usan los viajeros como bitácora. Son famosísimas en el mundo entero. El obsequio lo recibí con agrado por dos circunstancias: la primera por venir de quien viene, y la segunda, porque me recordó los tiempos en que llevaba una libreta a todas partes. En estas libretas anotaba todo lo que se me ocurría y más, hacía dibujos, escribía textos, mensajitos de amor, pegaba boletos, postales, fotografías antiguas, en fin, un montón de mudencadas (dijera don Toñito Villatoro). Esas mudencadas eran como la síntesis de mis instantes. Bastaba abrir la libreta para toparme con recuerdos. En ocasiones, a la hora de tomar una cerveza o de comer una costillita asada, como botana, se caía la cerveza y se regaba y manchaba una hoja. Esa mancha era el recuerdo de ese instante, la mancha grasosa de la costilla ¡igual! Todo estaba contenido ahí. Un día, vos lo sabés, me harté de ese recuento y decidí quemar todas las libretas. Hoy haré el intento de que este obsequio de Manolo no se pierda en las llamas del infierno. Pero, nada puedo prometer. Así como las llaves desaparecerán un día, todo lo del mundo también desaparecerá. Ya lo dijo el precepto bíblico ¡todo volverá al polvo! Así que, ¿para qué andar guardando “chivas”? Tal vez el tío tiene razón, el invento más grande de la humanidad es la llave, pero la llave que abre los corazones. Tal vez el corazón, desde siempre, ha tenido un dispositivo que lee los arcos y los iris del infinito.
Nos quedaremos sin llaves y el mundo será una ventana abierta por siempre. Ya comenzamos a perder intimidad. Antes las puertas de las casas estaban abiertas y todo mundo podía entrar; después se tapiaron las casas para evitar a los maleantes. Ahora, todo mundo abre la puerta de su casa y de su corazón a través del facebook. La intimidad ya es un valor que desapareció hace mucho. No hay cerradura que impida la lectura del mundo. Ahora ¡todo mundo tiene la llave!