viernes, 5 de julio de 2013

LÍNEAS EN LA CARRETERA



Fotografía: Archivo de El Heraldo de Chiapas.



A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como nieve en medio del desierto, y mujeres que son como alces para que calces.
La mujer nieve en medio del desierto es como una alcancía sin dinero. Elige las palabras en la oscuridad, lo hace así para no errar. Ya se sabe que quien camina en la mañana puede equivocarse a la hora de pescar libros por la tarde.
Invita a su amado a caminar en la carretera, como si fuese un pato en laguna o como si fuese la tristeza trepando a la montaña. Caminan, él y ella, a la hora en que la luna se desgaja como anillo de Saturno a mitad del cielo.
Si algún monstruo aparece en medio del bosque y la atrapa, ella intenta desasirse, mientras grita: “¡Auxilio, un monstruo me coge, me coge!”. En las cabañas del Centro Recreativo nadie hace caso. El viejo Eusebio, mientras mastica el habano, comenta: “Ah, qué fastidio, otra muchacha caliente”. Pero ella no se derrite en las garras de fuego, sobrepasa la niebla de fastidio. Sabe que todos los hombres son como dunas, como relojes que no se detienen ante el témpano.
La mujer nieve en medio del desierto es como una hielera a mitad del horno. No reconoce la coincidencia de la piedra, ni la similitud del aire. Siempre imagina que la naturaleza puede modificarse con voluntad. Imagina que el arco iris es una alfombra en la sala de teve; imagina que los hombres tienen alas y vuelan por encima de los rascacielos; imagina que las guitarras tocan ondas eléctricas y son como turbinas generadoras de energía. Por esto, imagina que no son necesarias las presas eléctricas, bastan ochenta y dos grupos de rock para iluminar a una ciudad como Tuxtla Gutiérrez.
Le gusta dibujar. Dibuja sobre cartones, con lápices grasos. Le gusta dibujar ilustraciones de carros de carreras. Por esto, odia la inmovilidad; por esto siempre lleva en su bolso una autopista sin “fantasmas”.
Asimismo disfruta reconocer las ventanas de las loncherías y de los cafés que atienden veinticuatro horas al día. Se acerca a las vidrieras y mira las mesas de plástico, las sillas de color naranja; le fascina ver a las meseras, con sus vestidos cortos y sus mandiles más breves; le encanta ver cómo la gente mira las cartas y elige. Ese momento es como cuando alguien se acerca y pregunta ¿me quieres?, y ella cuestiona: ¿Será bueno el platillo de este amado? ¿Estará bien condimentado? ¿Usará vegetales orgánicos a la hora de usar su órgano en mi vegetal?
En el anverso de la puerta de su casa tiene un pizarrón colgado. Un pizarrón similar al que existió en la escuela donde estudió su primaria. Lo hace para conjurar los complejos donde la fórmula del sodio era una lata y la lata era un cilindro y el área del rectángulo se confundía con el perímetro del sueño.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como un cuadro de Van Gogh a mitad del río, y mujeres que son como el escenario donde los cuadros del museo son simples sueños.