viernes, 19 de julio de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE LAS PALABRAS PARECEN COLGADAS DEL CIELO





Porque no es una pared, ¡no! Si el lector ve con atención advertirá que ese espacio blanco es como el cielo. Claro, el cielo debe estar sostenido con alguna estructura. En este caso (porque habrá que admitir que hay muchas clases de cielo) el cielo está detenido con una columna de ladrillo, rojo, recocido, que se levanta discreto y que sirve de sostén, tanto al cielo, como al ángel quien, sorprendida, mira hacia donde el fotógrafo le roba un instante.
Las palabras tienen un significado como están acomodadas, pero estas palabras son nubes, por lo tanto, un minuto después ya han cambiado de posición. El viento las mueve, de igual manera el viento acaricia la cabellera negra de la muchacha bonita que mira al fotógrafo. Ella subió la mirada como buscando una palabra que le hacía falta en el texto que escribía. Porque, un segundo antes estaba concentrada en su escritura, pero le faltó una palabra que encajara, como llave en cerradura, y levantó la mirada. Se sabe que este acto es costumbre en los escritores. A veces una palabra no llega y entonces es bueno dejar de ver el teclado o el cuaderno y buscar palabras entre árboles, como si fuesen aves; o buscar palabras tiradas en el suelo o colgadas en el cielo. Acá, las palabras están colgadas en el cielo blanco, sin nubes. En ese cielo está colgada la palabra “bellas” (todo está escrito con palabras mayúsculas, porque dicen que las palabras del cielo van escritas así; las de la tierra llevan bajas y altas, porque así es la condición humana).
La muchacha bonita levantó la vista y se topó con el fotógrafo. ¿Alguna palabra vio en su rostro? ¿Pudo rascar algo en esa cara de pared vieja y húmeda? No lo sé.
No es una pared, es apenas parte de un cielo. A veces el prodigio ocurre y el cielo, como si fuese un cubo de Rubik, se muestra fragmentado. Cuando el cielo adopta esta particularidad el universo se convierte en un juego. Por esto, el ángel con suéter grueso, pantalones de mezclilla y bolsa tejida, juega. Juega a que cierra los ojos y busca una palabra; juega a que eleva la mirada y busca una palabra. Cuando cierra los ojos encuentra palabras en los laberintos del sueño; cuando abre los ojos y eleva la mirada encuentra palabras en las grietas de las paredes del sueño. Porque, los lectores estarán de acuerdo, hay una gran diferencia entre buscar en los laberintos y buscar en las paredes. Es más emocionante el laberinto, pero (habrá que decirlo), la mayor parte del tiempo el hombre busca palabras en las paredes. Pero, cuando la pared es, como en este caso, un pedazo de cielo. Todo se vuelve más sencillo. Estoy seguro que la muchacha bonita, la de tenis y colguije de cinta de cuero, no tuvo que buscar mucho para hallar la palabra. Ahí, casi al alcance de su mano (levantada y dispuesta a escribir en el teclado) estaba la palabra “artes”, como si fuese un pato migrando de un territorio a otro.
La única manera de soportar la humedad del piso de ladrillo es estar a la orilla del cielo. Esta niña bonita, por esto, se reclina contra la estructura que detiene el fragmento de cielo, a mitad del suelo.
¿Qué palabra buscaba? ¿Dejó que fuese el azar quien guiara su mano? Ella mira al fotógrafo y el fotógrafo la vio a ella. El fotógrafo no buscaba palabra alguna. Caminaba cerca del Arco del Carmen, en San Cristóbal, y buscaba una mirada, un rostro. El azar le permitió mirar el cielo y toparse con un ángel que, afanosa, buscaba palabras en intento de encontrar sus alas.