lunes, 8 de julio de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UNA MUJER ESTÁ SENTADA FRENTE A UNA PUERTA





La puerta de madera tiene dos armellas, gruesas, con estrías coquetas, como si jugaran un juego de aros. Las dos armellas, que por definición están separadas, aparecen unidas por un candado, que por definición, nunca une. La puerta es una puerta digna, apenas muestra ciertos signos de tristeza en su barniz deslavado.
En primer plano aparece una mujer de perfil. Su perfil muestra la belleza de los murales mayas. Ella, la mujer, también coqueta, tiene un arete dorado, que tiene semejanza con las armellas de la puerta. El arete es sencillo, menos ostentoso y conserva su libertad, pues, a pesar de que tiene un par, éste siempre está colocado del otro lado. Nada los une, a pesar de que siempre forman un par.
Si observan con atención, la mujer pela cacahuates. Tiene en sus manos un cacahuate al que le quita la cáscara. En la bolsa donde tiene las manos queda el desecho, en la otra bolsa, la que se aprecia más al fondo, coloca los cacahuates pelados. Luego forma bolsitas que vende a cinco y a diez pesos. Sobre sus piernas coloca un trozo de tela a fin de evitar el polvillo de la cáscara. Cada vez que tiene un montón de cacahuates pelados, la mujer lleva ambas manos cerca de su boca y sopla, sopla para que la cascarita menuda vuele y los cacahuates queden limpios. Por esto, Arminda dice que no compra cacahuates pelados, ella (a quien le encantan los cacahuates comitecos, porque, modestia aparte, son los cacahuates más ricos del mundo) siempre compra la “medida” con cáscara. Ella, cuando llega a su casa, los pela, con cuidado. Los cacahuates pelados los pone en un recipiente de porcelana, le echa limón, un poco de chile piquín y un tantito de sal. Remueve bien, con una cuchara y come los cacahuates, poco a poco.
Cuando ve a una vendedora de cacahuates y ve que la mujer acerca los cacahuates pelados a su boca y sopla dice que algo de saliva sale de su boca, por esto, los llama “los escupiditos”. Los escupiditos no sólo son los cacahuates. Arminda recuerda una taquería donde la vendedora de tacos sacaba una tortilla caliente, la colocaba en sus manos y ahí ponía la carne de cerdo, pero, como la tortilla casi quemaba, ella acercaba la tortilla a su boca y, de igual manera, soplaba para no quemarse. Los tacos también fueron “los escupiditos”.
La vendedora de cacahuates mira al frente, por donde los hombres y mujeres caminan con rumbo al mercado. Ella está sentada cerca de la entrada principal del Mercado Primero de Mayo. Su utilería es muy sencilla: un canasto; bolsas de plástico, transparentes; una cubeta que le sirve de base para colocar el canasto; y los cacahuates. ¿Cuánto gana al día? No debe ser mucho, pero debe alcanzarle para su diaria manutención. Todos los días llega a vender. ¿Desde hace cuánto tiempo? Sólo ella y Dios lo saben. La gente pasa, a veces se detiene y compra. Los simpáticos siempre hacen la broma cuando ven a un hombre comiendo estos cacahuates. Corre la versión de que el cacahuate es afrodisiaco, que ayuda a “recargar pilas”. Por esto, en Comitán al cacahuate le dicen el “viagra de los pobres”. Dicen que controla el colesterol. No sé. Yo a veces compro estos cacahuates, no para el colesterol, ni para lo otro. Lo como porque tiene un sabor exquisito y siempre, siempre, me remite a mi infancia. Es como un boleto hacia el pasado, hacia mi identidad. No como los cacahuates transnacionales, siempre prefiero los de casa, aunque estén escupiditos.