miércoles, 3 de julio de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE UN TROMPE-TISTA





Escribo en julio para Julio. Porque Juanita jugó ayer al juego de “¿quién es?”, y Marcos (siempre Marcos, encuadrando todo) dijo que era un famoso trompetista que tocaba en el Metro de París, que colocaba un sombrero frente a él (para las monedas) y sacaba el instrumento de la caja. ¿De la caja? ¡Por amor de Dios! Bueno, bueno, del estuche. Juanita se rió, no tanto por lo del estuche caja cajón, sino porque el de la foto es Julio y él sólo tocaba adentro de su cuarto de juegos. Él tocaba la trompeta como un juego más. ¿De veras?
La escena es precisa, exacta. En el cintillo inferior se lee que Alberto Jonquiéres fue quien tomó la foto. Alberto fue gran amigo de Julio (por ahí, el año pasado, apareció un libro que se llama “Cartas a los Jonquiéres”, donde, dicen los presentadores, se advierte que eso de que era casi imposible intimar con Julio ¡es falso! Claro, no todo mundo podía esquivar las piedras de su montaña, pero había gente con la que Julio era más que agosto, más que septiembre).
Escribo en julio para Julio, quien cierra los ojos y toca. En la pared del fondo se advierte la esquina inferior de un cuadro. Es un paisaje. Pareciera un paisaje marino o un paisaje terrestre. El paisaje celestial es el que está concentrado en sus manos enormes, que casi casi cubren el instrumento. Julio se recarga en la otra pared, en la pared que coincide con la del cuadro. Está en una esquina y el día es luminoso, tan luminoso que provoca sombras rotundas en las paredes. ¿Qué hace Julio en una esquina a mitad del día? ¡Toca! Bueno, bueno, esto fue lo que hizo en cada instante de su vida: tocó el mundo para tocarnos con sus letras. Aunque, acá se ve, también le encantaba tocar la trompeta. Quienes conocen a Julio saben que acá toca un jazz (nada de música grupera o de banda. ¡Por amor a Dios!).
Junta los labios para dejar un solo huequito por donde escape el aire e inflame el globo metálico que se llama trompeta (también para besar deben juntarse los labios, también para hacer que las palabras vuelen).
Si los lectores ven con atención mirarán que la magia está concentrada en el extremo de la trompeta, ahí donde, por lo regular, salen las notas. ¿Ven que, en este caso, hay algo como sombras que se confunden con los destellos de luz? ¿Lo ven? Esas sombras son cronopios que, traviesos, juguetones, se asoman como ratoncitos y miran cómo está el clima del mundo. ¿Será bueno salir ahora o quedarse adentro de esta cuevita, donde estamos tan a gusto? Por esto, Julio cierra los ojos, porque siente que los cronopios (los invisibles) trepan por sus dedos que se mueven al ritmo de la música. ¡Ah!, a los cronopios invisibles les encanta trepar por sus dedos (enormes dedos) que son como montañas que se contonean al paso de un temblor. Juegan, los cronopios juegan al sube y baja. Julio juega, juega a que se recarga contra una pared y sueña, sueña a que en los cachetes se le forman hoyitos donde, los cronopios, ¡siempre!, resbalan y dejan que el mar del aire se azote contra ellos.
Escribo en julio para Julio, sólo para advertirle que acá, de este lado, celebramos los cincuenta años de Rayuela, los celebramos sin cuenta para comenzar otra cuenta, donde Juanita juega el eterno juego de “¿Qué es una trompeta que no es un barco, que no es una mesa, que no es una cuchufleta?”.