miércoles, 17 de julio de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL ARCO DEFINE EL SUEÑO

La columna de piedra enmarca el techo de teja. En un “filito” se ve parte de un balcón, apenas unas líneas de hierro y una franja de madera. Dos parasoles, uno azul y otro naranja, son la línea de horizonte de la muchacha bonita que espera.
Ella, la muchacha bonita, está sentada en la escalera principal del Centro Cultural Rosario Castellanos. ¡Espera! Cuando alguien ve la fotografía sabe que ella espera. En la mano derecha sostiene un teléfono celular. Tal vez acaba de enviar un mensaje, tal vez acaba de decir dónde se ubica. Los jóvenes de hoy no advierten el prodigio de estos chunches. En los años sesenta no había modo de decir en dónde estaba uno, todo el mundo estaba dispuesto al azar. ¿Alguien recuerda la famosa película de los años cincuenta (An affair to remember), con Cary Grant y Deborah Kerr? Esa historia de amor ya no sería creíble en este tiempo. Ambos se citan en el Empire State, pero ella no llega porque sufre un accidente. Él cree que ella no acudió a la cita por otra circunstancia y se siente miserable. Ah, si hubiesen existido celulares en ese tiempo, la historia sería diferente. Hoy todo es diferente. Los amados se mensajean a cada instante: “¿Ya llegaste?”. “¡Estoy a una cuadra de la Casa de la Cultura!”. “¡Te estoy viendo!” (¡Por el amor de Dios, qué prodigio!).
Quienes viven en Comitán saben que esos paraguas los colocan los vendedores de elotes hervidos y “esquites”. La presencia de estos vendedores afea el paisaje urbano, pero ya se convirtieron en un referente de la ciudad (un referente equívoco, pero referente al fin). Mucha gente se acerca y comprar lo que ahí ofrecen. Quien no tuviera el referente podría decir que ella, la muchacha bonita, quien espera algo o espera a alguien, ha convertido ese espacio de tierra en un espacio de mar. Es posible imaginar que, desde ahí, puede uno viajar a una playa. Tal vez la muchacha bonita, ahora que es verano, imaginó una playa, las olas besando apenas las orillas y regresando al mar; tal vez imaginó una estrella de mar. Uno nunca sabe hasta dónde puede llegar la imaginación. Antes acostumbrábamos a ofrecer “un peso por tus pensamientos”. ¿Un peso? ¡Qué poco! Era un juego que tenía la pretensión de saber qué pensaba la otra persona. A veces, la otra persona también jugaba y mentía (no conozco a alguien que, en efecto, cuente al ciento por ciento lo que piensa). Los pensamientos son tan esquivos, tan traviesos, que resulta imposible que el “pensador” pueda expresar en palabras el total de un pensamiento. Son tantas imágenes las que cruzan en la mente que es como un tren que no alcanza el andén final. Por esto, nadie puede saber qué piensa esta muchacha bonita. Podemos imaginar, podemos inventar, pero jamás llegaremos a acercarnos al dintel de su mente. ¿Ya vieron la mirada que tiene? Es la clásica mirada que adopta el hombre o mujer que está ensimismada, que imagina.
Puede imaginar mil mundos (mil mundos es una cifra muy corta). Espera, de esto no cabe duda. Hay algo en el ambiente que provoca sueños tenues: la solidez de la piedra, la sensualidad de la teja, la utopía de la sombrilla playera.
Los colores de su vestimenta son colores sencillos (si el color permite este término): pantalón azul fuerte, blusa amarilla y chamarra que se camufla con el color de la piedra. ¿Se recuesta en la piedra o se confunde en la piedra, sale de ella? Piensa, espera. Sólo estos dos conceptos son ciertos. ¿Qué piensa y qué espera? Sus pensamientos, gracias a Dios, son tersos, se advierte en su mirada. No está confundida ni preocupada. Sólo espera. Tal vez el secreto está en su celular. Si uno pudiese leer el último mensaje, tal vez ahí encontraría la clave.