lunes, 6 de enero de 2014
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL AÑO NUEVO ES UNA LÍNEA DE AGUA
Querida Mariana: cuando se acercaba la fecha de celebración, el tío Hermisendo nos llamaba a todos los niños, nos repartía dulces de tamarindo envueltos en papelitos de color naranja, translúcidos, y nos contaba, con una gracia sin igual, la historia del día que el mundo se quedó sin navidad. Nosotros destapábamos los dulces y a medida que escuchábamos la historia comíamos el dulce. María, la inquieta del grupo de primos, siempre le preguntaba al tío dónde compraba los dulces, pero él nunca le respondía, siempre sonreía y dejaba todo como en un misterio; igual de misteriosa era la historia que nos contaba, porque era un cuento sin final. Nosotros, cada año, albergábamos la esperanza de que ahora sí, este año, por fin, nos cuente el final del cuento, pero ¡nada!, cuando menos lo esperábamos decía colorín colorado ¡este cuento se ha acabado!, y nosotros protestábamos, porque, gritábamos, ahí no se acaba la historia, cuenta el final, qué pasó con el espíritu de la navidad, pero el tío nos ignoraba, metía la mano en el morral y sacaba más dulces y como si fuese un viejo dando migas a las palomas, tiraba los dulces y nosotros nos aventábamos al piso, como si la piñata ya se hubiese quebrado.
Cuando se acercaba la fecha de celebración, el tío Hermisendo nos llamaba a todos los papás, nos invitaba a sentarnos a la mesa, repartía cervezas y nos contaba, con una gracia sin igual, la historia del día que el mundo se quedó sin navidad. Nosotros, destapábamos las cervezas con los dientes y a medida que escuchábamos la historia bebíamos una, dos, tres y más cervezas. María, la inquieta del grupo de primos, siempre le preguntaba al tío donde compraba esas cervezas alemanas, pero él nunca respondía, siempre sonreía y dejaba todo como un misterio; igual de misteriosa era la historia que nos contaba, porque era un cuento sin final. Nosotros, cada año, albergábamos la esperanza de que ahora sí, este año, por fin, nos cuente el final del cuento, pero ¡nada!, cuando menos lo esperábamos y cuando ya la mitad de nosotros estaba borracha, él, con la voz pastosa, ya casi embrocado sobre la mesa de madera y sobre el plato de chicharrón que a esa hora ya estaba todo grasoso, decía colorín colorado, este cuento se ha acabado, y cada quien se va a su casa todo cagado, y nosotros protestábamos, porque, borrachos, lo tomábamos de la camisa, lo zarandeábamos y le decíamos que ahí no acababa la historia y le decíamos que si no contaba el final lo íbamos a madrear, pero el tío nos ignoraba, metía la mano al morral y sacaba una botella de tequila y como si diese de beber al sediento que tanto proclamaba la Biblia hacía que abriéramos la boca y nos empinaba la botella, gur, gur, hacían nuestros cogotes y bebíamos lo que él nos daba.
Cuando se acercaba la fecha de celebración nos reuníamos todos los abuelos, nos sentábamos a la mesa y tomábamos una copa de champaña en honor al tío Hermisendo. María proponía que contáramos la historia del día que el mundo se quedó sin navidad, pero todos nos negábamos, sabíamos que nadie de nosotros tendría la gracia de contar el cuento como lo contaba el tío. A final de cuentas, cuando el viento frío nos calaba los huesos, nos poníamos las bufandas y nos despedíamos del grupo de primos. Todos caminábamos tristes, como intuyendo que el final del cuento ya estaba cerca y que el día que el mundo se quedó sin navidad fue el día que el tío murió y no volvió a reunirnos en torno a él para que nos contara, con una gracia sin igual, la historia del día que el mundo se quedó sin navidad.