viernes, 24 de enero de 2014

PARA LA HORA DEL DESHIELO





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como chales enredados en el aire y mujeres que son como la cima del Himalaya.
Los despistados creen que la mujer Himalaya es una mujer frígida, porque sus pechos siempre están a cero grados, como si congelaran la caricia, pero no es así. Todo mundo sabe que para preservar la carne es necesario que ésta se resguarde en un refrigerador. La carne que queda expuesta al Sol se echa a perder. Entonces, todo mundo debe entender que la mujer Himalaya es la mujer más cálida del mundo, porque preserva su cuerpo para la hora en que su amado, con sus manos y sus labios, comienza a calentarla, ¡a darle vida!
Sus labios son como una ventana de monasterio y a través del movimiento de sus manos es que logra hacer que su amado casi casi llegue al dintel del Nirvana. Ella es experta en actos que tienen que ver con ese ejercicio milenario que se llama Mandala y que enseña cómo las cosas del mundo son transitorias. Es maravilloso ver cómo ella, con polvos de colores, dibuja sobre el torso de su amado; dibuja horas y horas y, cuando el dibujo está terminado, ella se agacha y sopla, lento, sobre el dibujo y lo que era una forma única se vuelve Nada y se integra, de nuevo, al caos del Universo.
Sus amantes deben vestir con túnicas rojas y deben permanecer a su sombra, porque ella es imponente, como la montaña de la cual toma su nombre.
Sus muslos carecen de bosques. Sus muslos son como columnas de madera, su sonrisa es semejante a las alas que sustentan el vuelo de Buda.
Cuando abre los brazos suelta copos de nieve, que son como pajaritos en busca del nido. Cuando camina abre las piernas como si fuese una fortaleza imbatible. Se sabe poseedora del secreto del aire y del cielo. Basta que extienda su mano para tocar las nubes más altas, las más transparentes. Su pecho es como el patio donde cientos de hombres tocan campanas alrededor de la fogata que busca el centro del espíritu.
Como es una creyente de la reencarnación sabe que su vida actual es apenas un peldaño en la escalera que la llevará a la eternidad. Sabe que en vidas pasadas fue araña, plebeya, reina, árbol de durazno, rayo de sol, rama de eucalipto y gata traviesa. Sabe que el frío de la montaña acepta la luz del recipiente de bronce, el rezo del lama, el humo de la olla donde cuecen una piedra para hacer el caldo del desayuno.
Su patio lo habitan pájaros que no tienen color y vuelan al momento en que el monje toca el gong; su patio lo alimenta un frío que es como un dedo que pinta la escarcha sobre el pétalo, que es como el muro donde los hombres resguardan su temor.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que sueñan con puertas que nunca se abren y mujeres que son como ventanas con cristales de manzana.