domingo, 26 de enero de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL CIELO ES UNA PUERTA





Hiram asegura que estas muchachas bonitas son coristas del grupo “Black Lines”. Yo digo que no, que no puede ser. Ellas no pueden ser un simple coro de líneas negras. Acepto que ellas visten de negro, pero ellas no son unas líneas negras. Estas niñas bonitas ¡son más!
Yo veo el Universo. Veo una nebulosa detrás de ellas y ellas, en primer plano (por algo será), son como agujeros negros, esas fuentes maravillosas que, en lugar de parir luz, la consumen. La consumen porque, algún día, en millones de años luz, ellas crearán otros universos. Ésta y no otra cosa es la encomienda de los agujeros negros, la encomienda de estas niñas maravillosas. Por esto, Hiram, los muchachos bonitos sintieron que algo de sus cuerpos y de sus espíritus se resquebrajó a la hora que estas niñas bellas aparecieron. Aparecieron como si fuesen Beatriz en busca de Dante; como si fuesen Julieta en busca de Romeo; como si fuesen una línea de luz en busca de Dios. Sí, Hiram, estas niñas no son líneas negras, al contrario, son líneas de agua limpia, líneas de brasa.
Los muchachos bonitos saben que ellas “roban” energía. Es su condición natural y su vocación. Esto es así porque son Soles negros. Se sabe que las orquídeas negras son rarezas. Esto lo sabe medio mundo, por esto cuando ellas aparecieron, con sus vestidos a mitad del muslo y las transparencias a mitad del pecho, los muchachos bonitos, como si fuesen donadores de sangre, extendieron los brazos y dejaron que ellas, ¡benditos pozos de luz!, extrajeran sus energías. Los muchachos se dejaron porque sabían que su donación era para la causa más noble del mundo: la acumulación de energía para crear nuevos universos.
¡No, Hiram, no! No pueden ser simples coristas. Son más. ¡Son soles negros! Quienes están detrás son, también, ángeles. Tocan para ellas, ángeles maravillosos. El muchacho de las percusiones toca los timbales como un ritual; el chavo de la guitarra toca las cuerdas con que el Universo afina el ritmo; y el chico de la batería se “avienta” un solo para preparar la ceremonia en que ellas, niñas mariposa, emprenden el vuelo y seducen las miradas de todo el auditorio.
¡Son más, Hiram, son más! Son como una aparición, como una revelación. ¿Mirás cómo la luz detrás de la niebla tiene un rostro como de soldado después de la guerra? Es una luz agotada. Esto es así, porque acepta su muerte con tal de gestar vida. Y la vida, Hiram, está en el cabello de estas niñas lindas. La vida está en sus rodillas, en sus dedos, en sus labios, en sus hombros y en sus caderas. Los agujeros negros absorben toda la energía circundante; los agujeros negros son los murciélagos de la creación. Salen de sus cuevas eternas y, en la noche infinita, conectan sus radares y buscan sus presas para chuparles la sangre. Los planetas y asteroides se dejan hacer. Saben que, como zánganos, morirán después del acto de amor, pero se dejan hacer. Se dejan hacer porque ese es el destino del hombre: dejarse consumir por ellas, por las muchachas que son como vías lácteas, donde la leche es negra, porque antes de que Dios hiciese el Universo todo estaba en calma y en oscuras. De la oscuridad, no de otra parte, proviene la luz. La oscuridad es la semilla que pare la luz.
Ellas no pueden ser simples líneas, son la senda por donde deben caminar aquéllos que se atreven a buscar las alas. Ellas no son coristas de las líneas negras. Ellas son, los que las tías de antes decían, ¡el coro celestial! Ellas son la puerta de lo que se llama cielo, porque el verdadero cielo está más allá, más allá de Todo, más allá del infinito.