domingo, 12 de enero de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL AIRE ES TRANSPARENTE





Mi prima Rome y yo jugábamos con mi abuela. Ella decía: “¿Qué ven? ¿Qué ven?”, y nosotros debíamos decirle qué veíamos. ¡Nunca vimos lo mismo! Era increíble que viendo la misma imagen, Rome y yo difiriéramos tanto. Ella veía otra cosa. ¿Quién estaba mal? ¡Nadie! Cuando crecí supe que todos los hombres y mujeres vemos cosas diferentes. Si ahora estuviese mi abuela con nosotros y nos mostrara esta fotografía sé que Rome y yo veríamos imágenes diferentes.
Invito al lector a que, como si yo fuese un abuelo, juguemos a ver qué ve. ¿Qué ve? Rome y yo jamás imaginamos que en Comitán tendríamos la posibilidad de patinar sobre hielo. ¿Cómo si Comitán tiene clima templado? ¿Cómo si sólo en temporadas de mucho frío, a veces, las hojas del jardín amanecen con una capa mínima de escarcha? Si mi papá me hubiese dicho que en su pueblo natal, San Cristóbal, la gente patinaba en hielo ¡lo hubiese creído!, pero nunca me dijo algo así, porque no era cierto. A pesar del frío de congelador que hace en San Cristóbal nunca ha helado a tal grado de formar un lago donde los coletos patinen como si estuviesen en Central Park o en el territorio soñado de Groenlandia. Nunca los pájaros, en Comitán, han levantado el vuelo impulsándose en una pista de hielo, como si fuesen patos o como si fuese el Concorde más hermoso del mundo.
Porque si mi abuela viviese y nos llamara a Rome y a mí, y nos diera tazas de chocolate, bien caliente, lleno de espuma, y nos preguntara: ¿qué ven?, yo diría que veo a un pajarito intentando alzar el vuelo, por esto, ella, el cenzontle más bonito del mundo, levanta sus alas hacia atrás, levanta una patita y se echa al frente. Al frente, donde el fotógrafo es el vacío, el cielo, la burbuja de aire donde el cenzontle volará. Porque viene de frente, entonces el fotógrafo no puede ser un muro o un árbol con sus ramas dispuestas, porque si así fuese, con la velocidad que el cenzontle viene, se estrellaría y dañaría sus alitas. ¡No! El fotógrafo es el aire para que todos los papalotes y cenzontles del mundo vuelen.
Rome y yo, de niños, jamás hubiésemos imaginado que en el parque de Comitán, los cenzontles pudiesen iniciar sus prácticas de vuelo como lo harían en la Antártida. Y digo que lo harían porque en la Antártida no hay cenzontles, allá sólo osos abrigones, sólo renos de cornamentas navideñas. Acá, por pase mágico que hicieron las autoridades, logramos el milagro que nunca han logrado en la Antártida: ¡que los cenzontles inicien sus prácticas de vuelo en una pista de hielo! Al fondo se ve un ave titubeante, por esto busca el soporte de la barra de contención. Hace bien, es bueno que antes de atreverse al mar del aire todo esté controlado. Sólo el cenzontle bonito del frente ya despegó y se atreve a hacer contorsiones en la sala más amplia de la casa del aire. Ella, con la determinación de águila o de cóndor, extiende sus alitas y ve, sorprendida, el horizonte donde la vida se eleva tantito sobre la Tierra. Ella, cenzontle divertido, sabe que llegó el momento de iniciar el vuelo que no cesará jamás. ¡Está creciendo, está dejando el nido confortable sobre la rama! ¡La vida le guiñe, la seduce! ¡Todos los cielos de Comitán y del mundo serán de ella! ¡Volará muy alto, muy alto! Y algún día, al ver esta fotografía, recordará que sus primeros pinitos comenzaron acá, en una pista de hielo, a mitad del parque de su pueblo, un pueblo de clima templado, templado con la inteligencia de su gente. También el cenzontle del fondo ¡volará! Ambos volarán muy alto. Así lo desea el fotógrafo que es el vacío, la grieta.