miércoles, 15 de enero de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE UN CUADRO





Un cuadro, una pared, un piso y una planta. Los puristas del lenguaje dirían que es un error escribir: “se ve un cuadro”. ¿Debí escribir que el cuadro nos ve? El piso y la pared pertenecen a la Galería del Centro Cultural de La Rial, en Villaflores. ¿La palmita? No sé. Tal vez la palma no le pertenece a alguien. Alguna Potestad nos la prestó para que fuera el primer plano de esta fotografía. ¿El cuadro? Es una pintura de Arcadio Acevedo, el Renacentista Chiapaneco número uno (es periodista, monero, escritor, pintor de pincel fino y bebedor de cerveza).
¿Debí escribir que el cuadro “nos ve”? Tal vez sí, porque la mirada de la mujer en blanco y azul es un pozo de luz. Su mirada es tan intensa que el autor debió cubrir el otro ojo para que no, a la usanza chamula, robara el espíritu del espectador. ¿Ya vieron cómo el extremo de la palma se consume en luz? ¡Es la mirada de la mujer en blanco y azul la que provoca tal flama!
Estuve cerca del cuadro y vi cómo Arcadio desapareció el otro ojo. ¡Era muy intensa la luz! Y se sabe, todo mundo lo sabe, la intensidad de una mirada provoca los incendios más pavorosos. Quien dude de esta afirmación debe someterse al influjo de una mirada de muchacha bonita y, entonces, dejar que su espíritu retome la cita bíblica de que es polvo y en polvo será convertido. Así como Picasso tuvo su Época Azul, Arcadio llega con esta pintura al culmen de su búsqueda. Esta pintura es el inicio de la época más esplendorosa del artista (su Cubismo personal), ya que las demás pinturas expuestas tienen el sello inconfundible de lo que será su obra presente y su obra futura. La imagen femenina que está en el otro extremo, ya contiene el germen de la obra actual: ¡el universo fragmentado en miríadas de color y de luz! A partir de este cuadro, la sombra es inexistente. Arcadio se convierte en el más irreverente de todos los artistas chiapanecos y, como si fuese un Dios, dice a cada trazo: ¡hágase la luz!
Porque la mirada de la mujer en blanco y azul es tan intensa, las demás miradas están canceladas o contenidas. Los demás personajes privilegian el color y la mueca de sus labios y de sus trompas. No es la mirada de la calavera la que nos alerta, ¡no!, es la mueca de ironía que nos recuerda que un día “nos cargará el payaso”; no es la mirada de alcancía del muñeco zapatista la que nos alarma, ¡no!, es la boca cancelada la que nos siembra el silencio en lo más hondo del pecho.
Arcadio sabe quién es la mujer de blanco y azul. Ya una vez lo confesó. Pero, para la mirada del espectador no importa saber quién es ella o quién la Marilyn Chiapaneca del otro extremo. ¡No! Lo que importa para el espectador es el misterio con que el cuadro nos ve. Este cuadro, como mujer de Los Altos, está detrás de una ventana o de un balcón y desde ahí, moviendo tantito la cortina, mira quién entra a La Galería. El espectador sabe que ahí hay algo o alguien. En Comitán la gente acostumbra decir “te tocó el muerto” cuando alguien entra a una casa, a media noche, y siente una corriente helada y advierte la presencia de algo o de alguien, a mitad de la sala vacía. Acá, el espectador, al entrar siente que “lo toca la vida”, ahí está esa enigmática mujer, detrás de un muro blanco, confundiéndose en el blanco, quemando el extremo de la palma, ardiendo en el cuerpo y en el alma de quien se deja ver por el cuadro. Uno arde, se hace polvo, mientras los demás personajes disfrutan, con carcajadas contenidas, el ardor de la brasa, la exultación de los espíritus extraviados, la búsqueda de la eterna Potestad.