lunes, 27 de enero de 2014

LA NIÑA QUE GENERA LUZ





Un bosque al fondo. En el plano medio ¡una reja! En primer plano ¡una niña con un libro! Ella está en posición de flor de loto, porque ella ¡es una flor! ¿Para qué sirve la reja? Las rejas, por lo regular, sirven para delimitar espacios donde no importa que se vea el otro lado. Porque, cuando aparece una reja ¡siempre existe el otro lado! En esta fotografía, la niña bonita está de este lado. ¿De verdad lo está? ¿Y si ella lee un cuento donde aparece un bosque encantado? ¿Y si, por el poder de la lectura, el bosque del fondo lo creó ella con su lectura? Algunas personas podrán burlarse de esta idea, pero está comprobado que el poder de la lectura incide en el poder de la imaginación y este poder incide en la creación. ¿Cómo creen que se creó el Universo? Claro, fue la posibilidad de una entre un billón de billones. ¿Cuándo volverá a repetirse tal prodigio? Pasarán millones de años luz, pero, mientras tanto, existe la posibilidad de que esta niña bonita haya creado el bosque de atrás. Existe un alto grado de probabilidad porque si el lector ve con atención verá que ella brilla como si la luz estuviera en ella, como si ella fuese el centro que irradia la luz. Esa luz dorada, luz de trigo, es la misma luz que se aprecia detrás de la reja, la misma que se nota detrás del bosque. ¿Ven que la luz siempre está detrás de algo? ¡Detrás de la reja! ¡Detrás del bosque! Sólo en ella parece brotar. La luz brota de ella, porque lee, porque formula mundos nuevos. Todo lector es un generador de luz, un formulador de nuevos Universos. Sólo el lector puede, sin mucho apremio, sin mucho esfuerzo, crear Universos alternos.
¿Ella está sola? Algunos despistados pueden creer que sí. Mi abuela Esperanza lo negaría de entrada. Mi abuela diría que ella no está sola, que ella está con Dios. Mi abuela daría una chupada a su cigarro después de decir eso y seguiría regando las plantas, que igual que el territorio detrás de la reja, tenía un resplandor de oro. Y es que mi abuela, si bien no leía literatura, leía oraciones. En el oratorio tenía un morral lleno de cuadernillos con los novenarios a decenas de santos y de vírgenes. Tal vez por eso, ella, mi abuela, tenía el mismo resplandor que esta niña bonita, de esta niña que no está sola. Véanla bien y descubran que ¡no está sola!
Los inocentes saben que los lectores tienen una luz especial en su mirada. El tío Epigmenio era experto en reconocer a un lector avezado del que no lo era él. Le bastaba mirarlo un segundo, no más. ¿Cómo lo reconocía? ¡A través de la luz! Cuando yo era niño no entendía, ahora sí lo entiendo. No es una luz de foco ahorrador ni de lámpara de Led. ¡No! La luz que emana un lector es la misma luz de ópalo ardiente que tiene la niña bonita de esta fotografía.
Está en posición de loto porque es la posición de vuelo. Cuando uno lee algo no sabe el instante preciso en que puede comenzar a levitar. Si ella ya logró crear un bosque mágico detrás de la reja no tendría algún misterio el hecho de que comenzara a elevarse del suelo. Si uno la ve bien, observa que sus rodillas ya vencieron la fuerza de gravedad. En cualquier instante puede despegar las nalguitas del piso y volverse aire, volverse niebla para jugar en el bosque encantado, encantado de recibir su luz.