sábado, 25 de enero de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO, A VECES, EL BLANCO ES AZUL





Querida Mariana: la gente hace literatura en la calle. Karina me pregunta de dónde saco los personajes de mis cuentos y novelillas. “¿Los imaginás?”, insiste. No, le digo, ¡no! Los personajes de todos los cuentos y de todas las novelas del mundo están ¡en la calle!
Todo mundo sabe que cada ser humano es un testimonio de vida y su historia puede ser fascinante. El tipo más calladito ¡también tiene algo qué decir! Mi tía Alicia dice que los más calladitos son los tipos en los que hay que desconfiar, y que las “mosquitas muertas” son las peligrosas.
¿Mirás cómo las personas son los personajes? Mi tía Alicia ¡es un personaje! ¿De dónde sacó eso de “mosquitas muertas”?
El otro día, Jaime y yo fuimos a una comunidad rural. Para llegar es necesario caminar varios kilómetros, dos o tres, a través de una brecha en medio de pinos. Cuando llegamos lo primero que vimos fue un grupo de niños que jugaba pelota en un descampado frente a la Casa del Pueblo. Hacía un frío como de diez grados, porque la neblina cubría parcialmente las milpas. Llevábamos chamarras gruesas. Los niños estaban descalzos, con las caras manchadas, con los pantalones remendados. Sobre la montaña se advertían algunas chozas de donde salían hilos de humo. Tal vez las mamás de estos niños echaban las tortillas al comal y ponían a calentar una pequeña vasija de barro con frijoles. Jaime se limpió la frente. Sus mejillas estaban chapeadas, por el frío y por la caminata. Entonces dijo: “¿Qué comen estos niños?”, y sin esperar que yo participara en su monólogo, se respondió: “¡Aire!”.
¿Mirás cómo las personas comunes y corrientes son quienes hacen literatura? A pesar de lo dramático de la respuesta, pensar en que hay niños que comen aire ¡es pura poesía!
Un amigo, de cuyo nombre no puedo acordarme, me dijo el otro día, cuando mirábamos a una muchacha bonita bien bonita, reclinada en un pilar del portal de San Sebastián, que él se casó porque pensó que “se iban a acabar las mujeres”. ¿A poco no es una declaración genial? Mi amigo abundó y dijo que después de casado comprendió que, como decía Mike Laure, en una famosa canción: “se acaba la papa, se acaba el maíz / se acaban los mangos, se acaban los tomates / se acaban las ciruelas, se acaban melones / se acaba la sandía y se acaba el aguacate / y la cosecha de mujeres ¡nunca se acaba!”.
Los testimonios de vida están a la vuelta de la esquina. Un día, una mujer integrante de un grupo de Neuróticos Anónimos, estrujándose las manos dijo: “cuento todo esto, porque necesito ‘desvaciarme’”. ¡Dios mío, mirás que expresión! Entendí que para sobrevivir hay necesidad de botar las piedras que cargamos, hay necesidad de “desvaciarse”.
¿En qué adultos se convierten los niños que comen aire? ¿Son como globos que al primer pinchazo terminan como bagazo o son como esos impresionantes aeróstatos que surcan todos los cielos del mundo? Creo que, dentro de su miseria, son más afortunados los niños de esa comunidad alejada de la mano de Dios. Son más desafortunados los niños de la ciudad de México, quienes, en medio de impresionantes rascacielos y avenidas anchas, deben consumir aire contaminado. Los sueños de los niños de la ciudad de México deben estar llenos de hollín.
Quien cuenta una historia pepena lo que tiene a su derredor. Los “cuentahistorias” son pescadores eternos de anécdotas. El otro día, Rafa me dijo que falta que reciclemos las palabras. ¿Cómo?, pregunté. “Sí”, dijo él. “Todo mundo anda reciclando envases de plástico y papel periódico, ¿por qué no reciclan todo el tiradero de palabras?” Como me interesó el juego le pregunté qué debíamos hacer. “Agarrás una palabra, la llenas con abono, le sembrás una de esas plantas que dan pensamientos y la colocás en la puerta de entrada de tu casa”, sonrió y me dejó con la palabra en la boca. Cuando lo vi caminar por el pasillo de la Casa de la Cultura y doblar hacia el Archivo, pensé que tenía razón. ¡Debemos reciclar las palabras! ¡Es un botadero inútil, es un gastadero exorbitante! Gastamos las palabras como si fuésemos millonarios, como si fuésemos hijos del Carlos Slim de la Lengua Española.
Javier dice que lee las Arenillas, pero estas cartas que te envío ¡no las lee! “¿Por qué?”, le pregunté, “¿te molesta mi amistad con Marianita?”. “No”, dijo él, “no las leo porque son muy largas”. Bueno, lo entiendo. Vos disfrutás las cartas, porque me querés. Él también me quiere, pero de manera diferente, él cree que dilapido las palabras en tiempos en que todo debe ser concentrado. La extensión de mis cartas le resta tiempo a su tiempo donde platica con sus compas en el café. Vos esperás con ansias estas letras, así como yo espero con ansias que llegue el sábado para ir al parque a sentarnos en nuestra banca de siempre, para leer poemas o fragmentos de cuentos. Me gustan los poemas de Wislawa Szymborska, me gustan esos versos que dicen: “Nadie se siente bien a las cuatro de la madrugada. / Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada, habrá que felicitarlas. / Y que lleguen las cinco, si es que tenemos que seguir viviendo”. Me gustan estos versos, porque yo soy hormiga que se siente bien a las cuatro de la mañana. Ahora que escribo ¡son las cuatro de la mañana y me siento pleno! Me siento bien porque te escribo y al escribirte te pienso y al pensarte ¡me siento bien! Los poetas tienen la virtud de no malgastar las palabras. Al contrario, son como esas mujeres comitecas que “alargan” el dinero para que les alcance el gasto, más ahora que todo está tan caro.
Me gustó lo que dijo Rafa, porque visualiza a la palabra como una maceta en donde crecen “los pensamientos”. Si mirás un pensamiento con atención verás que, por lo regular, sobresalen tres pétalos con una sombra alrededor del centro. Esta conjunción de colores forma “caritas”. De niños, Rosy y yo jugábamos a hallar parecidos en las flores llamadas Pensamientos. A veces una carita se parecía al tío Eugenio o al Padre Jorge. Tal vez estas flores se llaman así porque propician que la mente del hombre vuele.
Rod Stewart, el cantante maravilloso, dice que “toda fotografía cuenta una historia”. Por eso, todo hombre ¡es una historia!, porque las fotografías representan el mundo del hombre y del hombre en medio del mundo.
Como no soy un verdadero poeta, como la Szymborska o como el Fabio Morábito o como el Efraín Bartolomé, debo emplear muchas palabras para, a mi modo, decirte que te quiero. Esto le fastidia a Javier. Él quisiera que yo fuera como Borges y que, con pocas palabras, expresara mucho, pero, ¡qué pena!, tampoco soy Borges. Soy Molinari y no me queda más que hacer toda una ensarta de palabras, como chorizos, para decir que te quiero mucho. ¿Cuánto? Como una línea de luz, como un verso de la Szymborska, como el vuelo de una hormiga sobre la mancha de un verso.
Tal vez a los verdaderos poetas Dios les “sopla” las palabras, les pasa “copia” como si fuesen alumnos desobligados y necesitasen llevar acordeones divinos para escribir una línea. Porque, los poetas verdaderos saben que sus mejores versos no son de ellos, no son fruto de su intelecto. El magma de la palabra está instalado en un caldero que está más allá de los límites de la razón humana. Todo texto brillante es parte de ese libro que Dios dicta. El verdadero poeta se sabe el conducto venturoso con que Dios coloca ramas al árbol del mundo.
Grandes recicladores son los que pepenan las anécdotas de los pueblos. En Comitán hay grandes contadores de anécdotas. Basta mencionar a Óscar Bonifaz, a José Antonio Alfonzo Pinto y a Héctor Castellanos Rovelo. En Villaflores nació, hace veinte años, un movimiento cultural sin parangón: la “Rial” Academia de la Lengua Frailescana, que ahora aglutina a un titipuchal de integrantes que tienen el don de contar anécdotas con una gracia especial. Nadie imaginó un movimiento cultural que se dedicara con tesón a pepenar y a reciclar palabras.
A la hora que aludí a Comitán mencioné sólo a tres contadores de anécdotas, pero el pueblo, como si fuese un cielo claro a medianoche, tiene cientos de estrellas que, a la hora de la comida, en la sala familiar, en el café o en la mesa de cantina, cuentan anécdotas con la picardía sabrosa del comiteco. Quien ha compartido mesa y cerveza con Fernando Figueroa Castellanos, sabe que posee la genialidad que sólo les es dado a pocos, como Eraclio Zepeda o como doña Lolita Albores, la cronista eterna de Comitán.
Eso de “mosquitas muertas” siempre ha llamado mi atención. Se aplica, lo sabés, a las muchachas bonitas que se presentan modositas y son unas zorritas bien hechas. Pero, llama mi atención porque si están muertas, resulta que es el milagro más grande del mundo, porque, además de revivir, reviven con gran vida, cada vez que tienen oportunidad de darle vuelta a la hilacha. Siempre pensé que debían llamarles “mosquitas entumidas”.
Medio mundo tiene cierto grado de neurosis, por eso es necesario que nos “desvaciemos”, de lo contrario explotaríamos como dirigible mal dirigido. Cada uno tiene su forma de matar pulgas y matar neurosis; unos esperan con ansias el fin de semana para ir al estadio de fútbol, otros para ir a la cantina con los amigos, unos más para ir al antro a tratar de ligar, otros (los hay) acuden al templo en forma religiosa. Hay algunos inconscientes que son integrantes activos del Club de Lucero y van a cazar animalitos. Y, también, hay otros que botan sus piedras contando anécdotas o escribiendo libros de cuentos o novelillas. Estos últimos son los pepenadores de palabras, frases y anécdotas. Todos los demás son los creadores, los que, al contar fragmentos de sus historias hacen la Historia con hache mayúscula.
Es proverbial la forma en que los cazadores cuentan sus aventuras. Todos los cazadores son grandes mentirosos. Bueno, por esto, los “cuenta-anécdotas” también exageran sus historias. Los “oidores” reconocen este valor y lo toleran y lo disfrutan. Un gran cuenta historias es Gabriel García Márquez, sus mentiras exageradísimas y fumadas han sido catalogadas como Realismo Mágico. Este término sólo es un eufemismo elegante para decir que es un gran mentiroso. En realidad, la vida es una mentira, una gran mentira. Pensamos que vivimos y lo que hacemos en realidad es soñar. Si viviéramos no tendríamos necesidad de desear otros bienes y otras posibilidades de vida. Nunca estamos satisfechos y por esto dilapidamos nuestras potestades. Hay dichos que refuerzan esta idea. El tío Andrés siempre repetía eso de que “lo bailado nadie se lo quitaría” y siempre andaba echando la casa por la ventana, aunque al otro día estuviese penando porque le prestaran algo de dinero para comer. De igual manera dilapidamos las palabras. Por esto, Rafa insiste en que deberíamos reciclar las palabras. Ir a los tiraderos a cielo abierto y, con un cubre bocas y con guantes, levantar aquellas palabras que significaron tanto hace muchos años.

Posdata: una vez, hace muchos años, en una cantina me levanté para ir al sanitario y un hombre que bebía en la mesa de junto me dijo: “cuidado con las nubes”, atribuí su recomendación a que ya tenía la mesa llena de botellas vacías de cerveza. Caminé en medio de las mesas y al llegar a la puerta del sanitario tropecé y fui a dar contra la puerta. A lo lejos oí un grito: “te lo advertí”. Hice lo que hace todo aquél que tropieza con algo, volví la mirada y vi al suelo y vi dos plastas de cemento que tenían forma de nubes. Pensé que cualquier escritor podía hacer una gran historia con ese detalle insólito, pero como yo tenía muchas ganas de orinar entré rápido al sanitario, hice lo que tenía qué hacer y cuando abrí la llave del lavamanos el agua comenzó a regarse por el tubo de desagüe. Me mojé, eché pestes, entonces oí la voz del viejo: “te lo dije”.
Te cuento esto, mi niña, sólo para decirte que la literatura está a la vuelta de la esquina, así como los personajes con sus grandes testimonios de vida. Basta poner atención a lo que sucede a nuestro derredor para entender que la vida está hecha de literatura y ésta hecha de la vida, de la hermosa vida. No lo olvidés jamás: ¡te quiero como si fueses la luz de la vida!