miércoles, 22 de enero de 2014

COMO UNA FRAZADA TIBIA





Imaginá que te llamás ayer. Imaginá que sos ayer, que vivís en el pasado de manera permanente. Podrás elegir entre ser un ayer luminoso o un ayer con lluvia. Podrás elegir entre caminar o volar, porque, no lo negarás, a veces, sólo a veces, tenés la impresión que podés volar, aunque sepás bien que no tenés alas, que los humanos no nacimos para el vuelo, pero nacimos (¿quién sabe por qué?) con un ansia de vuelo. A veces, cuando tenés la impresión que podés volar alzás los brazos y sentís algo como una lluvia fresca, algo como una energía de turbina. ¿Qué te provoca esa impresión? Puede ser la sonrisa de la muchacha bonita que está a tu lado, puede ser el día que tu hijo da sus primeros pasos, que es como un potrillo tibubeante; puede ser la emoción de sentir a Dios en medio del aire en el parque central de Comitán.
Imaginá que sos ayer. Que el presente no existe y que el futuro es el vacío. Imaginá que sólo vivís del recuerdo, sólo para comprobar que el pasado fue mejor. Podrás elegir imágenes en blanco y negro; podrás elegir caminar en calles empedradas, escuchar el sonido del trote de los burritos. A las seis de la tarde, prenderás un quinqué y caminarás por el corredor de la casa. Verás las sombras que la luz del quinqué provoca en las paredes húmedas, entrarás a la sala, te sentarás sobre un mueble de ratán y jugarás a provocar más sombras en la pared, las formarás con tus manos y verás cómo (a diferencia de lo que sucede hoy con las lámparas eléctricas) esas sombras tienen vida propia. Además del movimiento de tus manos, el pájaro que formaste vuela, ¡vuela! Y entonces sentirás esa nostalgia de vuelo.
Y, por ratos, sólo por ratos, pensarás que podés ir más allá. Ya que sos ayer, pensarás, podés caminar tantito más hacia atrás y podrás hallar a tus muertos ¡vivos! Podrás, entonces, qué alegría, llegar de la escuela, aventar la mochila de cuero y, corriendo, emocionado, buscar a tu padre en el taller y dirás: “¡papito, papito!”, y él se pondrá en cuclillas, abrirá los brazos y vos sentirás en ese abrazo que el mundo es un río de aguas limpias y que Dios es un vaso de chocolate, calientito, espumoso.
Imaginá que sos ayer. Podrás ir más allá, más en la luz de la oscuridad, más en la luminosidad del cuarto húmedo. Imaginá que sos ayer, que todo aún es esperanza y deseo. Que los sueños y los deseos aún son pajaritos que tienen alas y que no son la cosa asquerosa en que se convirtieron cuando viste que alguien o algo (¿quién sabe?) cortó sus alitas. Porque el futuro, ¡qué pena!, es un verdugo, un corta alas, un hijo de la chingada. Nadie, en el futuro, encuentra lo que soñó. La muchacha bonita encuentra que el príncipe azul es apenas un plebeyo gris; el escritor halla que la fama es una putita escurridiza; y el papá descubre que su hija no alcanzó la cima de la montaña que él creyó formar sólo para ella. Por esto, mucha gente anhela el ayer, lo mira con nostalgia, voltea a verlo como si allí fuera la próxima estación. Pero la vida es ingrata, su tren viaja siempre por la vía y no permite el recule. Vos sí podés hacerlo, vos tenés la potestad en tus manos. Podés imaginar que sos ayer. Dejá que el recuerdo sea una frazada tibia para tus sueños. Dejate consentir por esa posibilidad. Ya mañana será otro día. Ahora ¡viví el ayer!