miércoles, 29 de enero de 2014
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UN VIGILANTE
Es apenas un cachito de pretil; es apenas un cachito de perro guardián. El cielo abarca la mayor parte de la fotografía. Sin embargo, esos cachitos hacen que la fotografía sea muy terrena. Uno sabe que ahí hay una residencia y que en esa residencia hay un perro, un perro que, con su cara, pareciera contradecir el dicho de que el perro es el mejor amigo del hombre. Este perro tiene cara de pocos amigos. También dicen que perro que ladra no muerde. Por eso este perro debe morder, porque es la reencarnación del silencio más rotundo. Es tan callado que cualquiera podría confundirlo con una gárgola.
Es apenas una mínima señal de vida. El cielo, rotundo, pareciera una sábana sin vida. Ni una nube se asoma. Un minuto antes de la fotografía el encuadre era cielo y pretil. Más de pronto, sin aviso previo, un par de manos se posaron como pequeños pájaros negros y luego asomó la trompa de este guardián, que nada “dijo”. Se concretó a mirar, con esa mirada de filo de cuchillo que acá muestra. Se asomó sobre el pretil y, sin titubear, miró al que tomaba la fotografía. Todo estaba concentrado ahí. Por supuesto que nadie puede atreverse a asegurar que el perro posaba o que el perro quería aparecer en portada de revista. Por supuesto que no. El perro hacía su trabajo, un trabajo que quién sabe quién le injertó. El perro (¿es de veras su natural?) se asoma al pretil para decir que ahí, en esa residencia, hay un guardián y si algún delincuente se atreve a entrar puede vérselas de frente con él. ¿En qué momento este perro tuvo conciencia de que éste y no otro era su oficio? Uno todavía puede verlo pequeño, cachorro, a mitad del patio, jugando con una pelota que le avienta el niño de la casa; uno puede verlo, todavía, moviendo la cola (¿tiene cola aún?) a la hora que su amo le acerca un plato con croquetas; uno puede oír el ritmo con que celebra el platillo especial: “me toca sobre, me toca sobre, me toca sobre”. Es difícil reconocerlo ahora, ahora que se alimenta con trozos de carne; ahora que su destino es estar en la azotea; ahora que su única gracia es mostrar un rosto poco amigable. ¿En qué momento el perro cambia su vocación? ¿En qué momento la violencia cambió la vocación pacifista de los hombres de buena voluntad? Porque, uno debe reconocer que no todos los hombres son hombres de buena voluntad. Hay hombres que nacen con el estigma de perros vigías; hombres que, desde cachorros, muestran su natural violento.
Cuando el fotógrafo tomó la fotografía iba acompañado por su sobrina Karina. Karina cuando vio al perro sobre el pretil sonrió y, con su manita, lo señaló. Un poco como si mostrara un avión, como si mostrara un ave sobre una rama, como si enseñara un perro volador, un perro ángel, un perro Lucifer. “¿No se moja?”, me preguntó Karina. Yo bajé la vista, la vi y sonreí. Le pregunté si quería una paleta de chimbo y ella, dando brinquitos sobre la banqueta, dijo que sí, sí, sí, quiero. Fuimos a la Papelería El Escritorio y ahí le compré una paleta de chimbo. Bien rica, bien sabrosa. Siempre que Karina me hace preguntas incómodas yo las evado. Me siento mal por este comportamiento, pero qué puedo decir yo, que soy tan frágil, ante una pregunta tan de taladro, tan de guillotina. ¿Se moja este vigía cuando llueve? ¡Yo qué voy a saber! ¡Dios mío! ¿Se moja Lucifer en el infierno?