lunes, 21 de abril de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE EL FANTASMA DE GABO





Querida Mariana: caminaba por el parque de San Sebastián cuando recibí un mensaje: “estamos de luto, ha muerto don Gabriel García Márquez”. Le enseñé el mensaje a mi acompañante, ella tomó el celular y se santiguó frente a una cruz que estaba hincada en un arriate del parque. La cruz serviría para la representación de la ópera rock “Jesucristo súper estrella” que, el viernes santo, un grupo de jóvenes representó, bajo la conducción del párroco de San Sebastián. “Chin” dijo mi acompañante y volvió a santiguarse. Luego preguntó “¿resucitará a los tres días o dentro de cien años?”.
Caminábamos por el parque, eran las cuatro y feria de la tarde, del diecisiete de abril de dos mil catorce. Era un jueves santo, un santo jueves. Nos sentamos en una banca y suspendimos lo que íbamos a hacer. Nos pusimos a ver la fachada del templo de San Sebastián. Vimos las cuatro imágenes de yeso, tres de ellas ¡sin cabeza!
“Ahora medio mundo saldrá con las grandes declaraciones”, dijo mi acompañante. Sí, pensé, ahora, dos o tres, dirán que en algún momento conocieron a Gabo y que él les dijo tal cosa. No faltará el permanentelugarcomún de “es una pérdida irreparable para la literatura del mundo”. No faltará la niña que escriba en el Facebook: “oh, ahora entramos de lleno a cien años de soledad” o “ahora sí el Coronel ya no tiene quien le escriba” o el más tontito de “fue la muerte de una crónica anunciada”.
Mi acompañante (fanática de los cuentos y novelas de Gabo) estiró las piernas, se puso los brazos detrás de la nuca y recitó el inicio de “Cien años de soledad”: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”. Ella sabe de memoria cien líneas del inicio de la novela. Cada línea representa un año de soledad. Cuando se siente sola recita una línea y con ello conjura la ausencia y el vacío.
“¿En qué piensas?”, me preguntó. Yo dije que en la cantidad de periodistas que andaba tras de Mario Vargas Llosa para obtener su declaración. “Pensaste en vaguedades, caíste en el terreno banal”, dijo ella y se paró. “¿Nos vamos?”. No, le dije, por favor, sentate. Y le dije que dentro de años ella, por alguna extraña relación, se preguntará qué hacía el día que murió Gabo y sería un absurdo recordar que caminaba y caminaba por la subida de San Sebastián, sin hacer una pausa. Se sentó y dijo que tenía razón. Si todo mundo hablaba de Gabo, si David había dicho en el mensaje que “estábamos de luto” había que honrar la memoria de ese escritor que tantas historias encajó en nuestra memoria y en nuestro corazón. La vi a los ojos y le conté lo que ya he contado varias veces, que tuve que comenzar más de tres veces la lectura de “Cien años de soledad”. Comenzaba y me parecía una novela sensacional, fantástica, pero llegaba un momento en que pensaba que no era la maravilla que había prometido al final y ¡la dejaba! Fue en la cuarta o quinta ocasión que intenté leerla cuando, por fin, llegué al término. Sigo sin explicarme bien a bien tal situación. Tal vez se deba a una incapacidad lectora o sea un bache en el puente de luz que Gabo intentó construir.
Esa tarde recordamos algunos cuentos de Gabo, algunas novelas. A las cinco con cincuenta ella dijo que ya debía despedirse, que tomaría un taxi. Ya nunca hicimos lo que íbamos a hacer. Todo fue porque recibí un mensaje que decía que Gabo había muerto. Antes que ella subiera al taxi dijo que nunca me había dicho que coincidía conmigo: la última novela de Gabo, “Memorias de mis putas tristes”, era malita.
Muchos se conmocionaron ante la muerte de Gabo. Hicieron declaraciones fabulosas. La única declaración más o menos sensata fue la de Alpuleyo, que dijo que su muerte era una consecuencia natural. En los últimos tiempos el Alzheimer jugó con él. Gabo, como si fuese personaje de su novela, había comenzado a perder la memoria, a extraviar los nombres de los objetos y del uso de cada uno de ellos. Alpuleyo dijo que la tarde en que murió, Gabo había perdido el nombre del aire y había olvidado para qué servía respirar. Le dije adiós a mi acompañante y miré que sólo una de las cuatro imágenes de la fachada del templo tiene cabeza, las otras tres ya la perdieron, la extraviaron.