sábado, 5 de abril de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UNA TARDE EL ESPISTOLARIO SE CONVERTIRÁ EN LIBRO





Querida Mariana: muchos me preguntan por vos. ¿Quién es Mariana?, me dicen. Carlitos Rojas ya nos invitó a su cafetería, que está en un altillo del restaurante donde su mujer prepara comida para llevar. Carlitos me dijo: “traé a Mariana, nos tomamos un café”. Una lectora de Tuxtla (lectora asidua de El Heraldo de Chiapas), una tarde que estuve en un homenaje que le prepararon al poeta Raúl Garduño (tarde en que también estuvo Jorge Melgar, amigo íntimo de Raúl), me dijo que quería conocerte. Le ofrecí que cuando viniera a Comitán procuraría invitarte. Algunos me piden darte saludos; otros, más atrevidos, me piden darte un beso. ¡Por el amor de Dios! ¡La gente es confianzuda! Algunos lectores que preguntan por vos lo hacen enfundados en la blusa que se llama buena intención; otros lo hacen con intereses ¡andá a saber de qué clase! Los primeros son aquellos que ven nuestra relación con ojos llenos de luz; los otros muestran un cierto desagrado. Saben que vos tenés veintidós años y yo tengo cincuenta y siete. ¿Por qué se da esta relación que pareciera, en medio de su sencillez, tener un tinte prohibido? Yo soy casado y vos tenés novio.
Lo cierto es que unos y otros lectores ¡desean conocerte! Parece que no les basta que vos estés presente en estas cartas como jamás lo estarías en fotografía, como jamás lo estás en vivo y a todo color. Porque, debemos reconocerlo, acá sos la que yo miro, la que yo intuyo, la que quiero. Vos, acá, sos otra de la que sos cuando no estás conmigo. En la calle, a la hora que caminás con tus amigos y reís y hacés bromas (no te enojés), sos una pared sin gracia, sos una pared grafiteada, sos una de esas nubes que pasan por el cielo comiteco y se difuminan, se extravían. Quisiera que estuvieses todo el tiempo conmigo para que fueras mi patio más querido, pero sé que la vida te nombró otro destino. Cuando estás conmigo sos diferente a cuando estás en tu casa, o cuando estás con tu novio. Aquella muchacha no es mi muchacha. Ella no me es dada. Ella no me pertenece. Por esto, cuando vos y yo estamos juntos, trato de aprovechar todo de vos; como si fueses un trozo de caña te chupo, te exprimo; me convierto en la mula que da vueltas y vueltas alrededor del trapiche. Ramón me confesó el otro día, después de haberte conocido, que te imaginaba diferente. Nada le dije. ¿Qué le iba a decir si estaba diciendo algo previsible? La gente sabe que acá sos mi muchacha bonita, la más querida, pero afuera ¿qué sos? Nada. Por esto, algunos lectores que siguen estas cartas con emoción ¡ya te aman! Y este es el riesgo. Me dan celos que pregunten por vos, que quieran conocerte. Me da temor que me cambiés por otro. Porque no hay cosa peor que ser traicionado por alguien cercano. Los lectores son gente muy cercana. Te conocí con novio y sé que a él lo amás. Pero sé que lo amás de manera diferente a como me querés a mí y yo lo entiendo. Pero si quisieras a otro, sé que lo querrías como me querés a mí y esto sí me da el retortijón de la vaina. Dos o tres lectores ya te aman. Te siguen. Esperan tus cartas con emoción. Y esto también lo entiendo. Acá, vos y yo (vos sin quererlo, pero sí aceptándolo) mostramos una relación que va más allá del simple saludo, más allá del simple compartir un desayuno en un restaurante. Acá, vos y yo (lo sabe medio mundo que lee estas cartas) abrimos una ventana donde hurga la gente. Menos mal que nuestra ventana está al nivel de las caras de los que los que pasan por la calle. Me daría mucha pena (no por mí sino por ellas) que las personas se pararan de puntillas y metieran la cabeza para husmear, para descubrir el aroma que tiene el cuarto donde vos y yo leemos, platicamos, reímos y, de vez en vez, tocamos la luz.
A algunos lectores les gusta leer estas cartas que te escribo. Lo hacen porque se identifican con la relación que llevamos. Algo de sal les cae en sus propias heridas y se refugian en esta relación. Otros (los hay, los hay) les gusta el estilo literario de las cartas, les gusta este rescate a botepronto de un género literario que está a punto de extinción: el género epistolar. A algunos más les gusta el uso del voseo que empleo cuando te escribo, dicen que se identifican y, si están lejos de Comitán, se sienten de nuevo en el patio de la casa.
¿Recordás la carta que te escribí el sábado 22 de marzo, donde hablo de la nostalgia? Lety García Barrera la leyó y, desde Mérida, escribió: “ya me hiciste llorar. Gracias”. El gran artista Luis Aguilar, cuyas esculturas adornan el parque central de nuestro pueblo, me envió la foto de una pintura que hizo, motivado por la lectura de esa carta. Sé, entonces que hay gente que aprecia estas cartas. El Maestro Marco Tulio Guillén Barrios me ha dicho en dos ocasiones que cuándo hago una selección de estas cartas y las convierto en libro. ¿Será? ¡Pues sí, parece que ahora sí será! El viernes me llamó Víctor Manuel, un hombre que me quiere mucho porque mi papá, una tarde, le mostró un rayo de luz. Él también lee estas cartas y las comenta. Cuando Víctor halla un error en la redacción me llama y me lo señala y ríe. Dice que le cuesta trabajo hallar erratas, pero las consigue. El viernes me llamó porque, dijo, estaba emocionado con la lectura de esa carta y, al estilo de Marco Tulio, me preguntó por qué no sacaba un libro con tus cartas. ¿Valdrá la pena hacer una recopilación de estos gajos que han formado el árbol de nuestra relación? ¿Servirá de algo reunirlas como si fuesen un haz de claveles y dedicar ese bonche al hombre que, igual que a Víctor, me entregó la luz que me guía todos los días? Porque Víctor tiene razón, si él reconoce en mi papá a un hombre bueno, yo también reconozco que mi papá fue un hombre sencillo que no tuvo más pretensión en la vida que servir desde su modesta trinchera. Por esto, ahora pregunto si el tambache de cartas que te he escrito ¿servirá de algo a alguien?
Mientras son peras o manzanas o son tzizimes o curgüatones me he dado a la tarea de pepenar todas tus cartas. Vos y yo llevamos más de cinco años de ser afectos. Estas cartas ya están a punto de cumplir cinco años. Las cartas que escribí en 2009 siguen casi inalteradas por el tiempo. Yo he envejecido, vos has crecido, pero tus cartas se han mantenido intactas, lozanas.
¿Cuándo murió José Emilio Pacheco? Fue este año, pero no recuerdo el mes. No sé, tal vez enero o febrero. Yo, el 21 de septiembre de 2009, te escribí una carta que en su inicio alude al poema que tanto me gusta: “Alta traición”.
Por eso, porque ahora la mano de Dios decidirá si vale la pena hacer de ese bonche un librincillo, copiaré la carta que te envié ese 21 de septiembre. Esa carta fue un homenaje al poeta, pero también fue un homenaje a la patria y, lo sabés, parte importante de mi patria ¡sos vos! Vos, que no tenés bandera, ni tenés leyes caducas; vos que sos como una nube que siempre está, como manteado, sobre mi cabeza.
¿Vale la pena volver libro este epistolario? ¿Le servirá de algo a Comitán, a Chiapas, a la patria?

CARTA A MARIANA, DONDE SE DA CUENTA DE UN “FULGOR ABSTRACTO INASIBLE”

Querida Mariana, ¿has leído el poema de Pacheco que habla de la Patria? “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos. / Cierta gente / puertos / …” y ta ta ta ta tá.
Te invito a jugar el juego de “Alta Traición” (así se llama el poema). Me toca.
Mi patria es breve como un trozo de pan. Es la casa donde vivo, es mi familia; y es el gato, la perrita y las tortugas que a diario me acompañan. Mi patria es un territorio modesto donde a diario el Sol se oculta y sale. Mi patria es la lluvia, las plantas del jardín improvisado y el cielo lleno de estrellas; es la presencia constante de mis ausencias y es la sonrisa de la niña que vende la tortilla hecha a mano.
¿Mirás la diferencia? La tortilla no está hecha en una máquina con banda transportadora, la hace una mujer que se esmera en que salga redonda. Así es mi patria, querida Mariana, está hecha a mano, sus hombres la ponen a cocer al comal, amorosamente. Mi patria es el techo donde me resguardo; es el patio donde juegan los niños, el cuarto donde mi amada cuelga su hamaca. Mi patria es la esquina donde está la farola; donde hay montones de basura; donde -a medianoche- la puta ofrece su cuerpo. Mi patria es la cantina donde un hombre levanta el vaso y brinda; donde otro hombre lamenta su destino; donde la rocola canta una canción triste.
Mi patria es un árbol de tenocté; es la subida de San Sebastián; es la marimba en el atrio de San José; es la fuente frente a Santo Domingo; es el santo que no es tan santo porque es el enmascarado de plata. Mi patria es el Cine Comitán que ya no existe; es la casona donde estuvo la primaria Matías de Córdova; es Mingo y Manuel trepados en un carretón; es la tienda de doña Pijuy (una vez mis compas me hicieron una travesura pesada. Me dijeron que entrara a una tienda donde una señora vendía dulces típicos y me dijeron que comprara dos “trompadas”, cuatro “africanos”, tres “turuletes” y dos “pijuyes”. Entré y pedí los dulces en ese orden. La señora fue colocando en una bolsa de papel estraza los dulces pedidos, pero cuando pedí los dos “pijuyes” sacó un machete de abajo del mostrador y me amenazó “Pijuy, tu chingada madre, muchachito pendejo”. Yo no sabía que ese era su apodo. Afuera de la tienda mis compas se retorcían de la risa). Esto, Mariana, esto que acabo de contarte, también es mi Patria, porque mi patria es la resbaladilla, el trompo, las canicas, la cola de una ardilla, los cenzontles, los libros y el aroma del viento.
Mi patria es el patio donde una mujer borda; donde un hombre apila la leña; donde una mujer se arremanga la falda y lava sus pies y piernas. Mi patria es el pilar donde me escondo para ver a la muchacha bonita que me gusta. Mi patria es el ave que pasa fugaz por mi cielo; la nube de algodón que se deshace en agua. Mi patria es la madrugada que es polvo de oro en medio de mis ojos; y es la tarde donde los zanates buscan su refugio en los árboles del parque.
Mi patria es el Cine Montebello que ya no existe. Porque mi patria, Mariana, es lo tangible, pero también es aquello que no ven mis ojos, lo que no ven los otros, pero que ahí está, porque la patria más que la realidad es el deseo que cada hombre formula en su corazón. Mi patria es el mortero donde macero mis sueños.
Mi patria tiene un nombre: Se llama Comitán; se llama papá, mamá, hijo, abuela, abuelo; se llama tierra, agua, fuego, viento. Mi patria tiene una patria y ésta, a veces, toma la forma de la mujer amada.

Posdata: ¿y vos, Mariana? Doy por descontado que amás a tu patria, pero ¿de qué nubes está formada? ¿Me contás? ¿Sale?

Posdata: ahora esta es la posdata de la carta que te escribo ahora en abril. La anterior fue la posdata de la carta escrita en 2009. Esta posdata la escribo en la madrugada del 4 de abril, día en que cumplo 57 años de edad. Son las cuatro y cincuenta y dos minutos ahora. Escucho (con audífonos) a Barry White. Sobre la mesa está un libro de Vargas Llosa y otro de Marguerite Yourcenar. Tomo un té de limón que me preparé al levantarme. Ahora espero que el agua del calentador esté caliente para darme un baño. Ahora te pienso y pienso en lo que dije al principio: ¿vale la pena hacer libro lo que te escribo? Como siempre, en los últimos tiempos, dejo todo en manos de Dios y que Él decida. Me cito: “mi patria tiene una patria y ésta, a veces, toma la forma de la mujer amada”.