viernes, 4 de abril de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN DÍA CANTÓ EL REY DAVID





Querida Mariana: 1957 puede significar muchas cosas. Puede ser el número de pollos que tiene tío Alfonso en su granja; puede ser el número de veces que la tía Eusebia se ha cortado las uñas de los pies, en los últimos tres años; puede ser el número de veces que Alicia ha dicho ¡no! a la reiterada insistencia de Arturo para llevarla a un motel. 1957 puede ser también el año del siglo pasado. Hoy, querida mía, cuatro de abril, cumplo cincuenta y siete años de edad. Sé que en la mañana, mi mamá y mi Paty, me cantarán las mañanitas que cantaba el Rey David. No sé si creeré eso de que el día que yo nací “nacieron todas las flores”. ¿De veras? ¿También los pensamientos y las amapolas nacieron el mismo día en que nací yo? ¡Dios mío! ¡Qué gran compromiso decidir entre el pensamiento o la amapola! Los que saben dicen que la esencia de la amapola sirve para formular pensamientos sublimes, pero no sé, no lo sé.
Las mañanitas que me cantan las acepto como si fuese un combo de la vida, como si el dependiente, detrás de la caja registradora sobre el mostrador, dijera: “por diez pesos, le incluimos Las mañanitas”, y yo, porque así me lo exigen los que están en la fila detrás de mí, sin pensarlo mucho, respondiera que está bien. Pero, la verdad, a mí no me gustan Las mañanitas, no me gustan los pasteles, no me gustan las piñatas, no me gustan los regalos, no me gustan los abrazos. Paty dice que yo soy el raro, que el mundo funciona bien. Estoy de acuerdo. Me cae muy bien la gente que celebra su cumpleaños. Tengo amigos que, un mes antes, comienzan con los preparativos, contratan una marimba, compran cajas de cervezas y de botellas de trago. Aprecio mucho a la gente que hacen una relación detallada de los amigos que convocarán; respeto a quienes llenan de juncia el patio de su casa, colocan un manteado y distribuyen las mesas con los manteles blanquísimos. Ah, cómo respeto a quienes convocan a multitudes para compartir el día de su cumpleaños. Pero, yo, niña bonita, soy escaso. Vos sabés que el primer día del año me levanto a las cuatro y media de la mañana, como todos los días, y cuando ya el día avanzó salgo a caminar por las calles de nuestro pueblo. Esa es mi manera de recibir el año nuevo, es mi manera de invocar la luz. No soporto pensar en que el primer día del año me levante a las nueve o diez de la mañana. ¿Cómo puedo invocar la luz si cuando ella aparece yo sigo botado en la cama? Esto es lo que yo pienso, es en lo que creo. De igual manera, el día de mi cumpleaños me gusta pasarlo solo. Creo que ese día es muy íntimo. Yo soy quien nació, nadie más. Ese día debo hacer una pausa y hacer un recuento. ¿Qué he hecho de mi vida? Ese día es un día para que yo dé gracias a Dios. Me gusta, como si fuese aire, enredarme y jugar en las frondas de los árboles y de las nubes. Antes me desaparecía. Para evitar el abrazo de algún bien intencionado, de algún afecto desbordado, ¡desaparecía! Cuando mis hijos estaban pequeños invitaba a uno de ellos y viajábamos a San Cristóbal (un año uno y otro otro). Cuando regresábamos a Comitán ya el día había pasado y todo tomaba su cara de rutina maravillosa. No me gusta sentirme especialmente consentido. Me gusta pensar que el mundo sigue siendo el mismo para todos los demás. Quien cumple años soy yo y nadie más. Soy yo, en la soledad, quien tiene que reflexionar en ello. 1957 es el año de mi nacimiento. Hoy cumplo 57 años. Hoy hago una pausa para agradecer a la vida y a Dios. No puedo creer eso de que el día que yo nací nacieron todas las flores. ¡Es un exceso, es una exageración, es una nota de soberbia! Al contrario, este día debe ser (para mí) un día humilde y sencillo, un día para postrarse y agradecer, en lo íntimo. Después de todo ¡yo soy quien nació y no soy más que una mota de polvo en el universo!