sábado, 26 de abril de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY CIEN AÑOS EN UN DÍA





Querida Mariana: todo mundo habla de la muerte de Gabriel García Márquez, escritor que obtuvo el Premio Nobel de Literatura. ¡Basta! No caeré en la tentación de ese exceso. Yo no escribiré acerca de él ni de su obra, a pesar de que pocos pueblos del mundo tendrían la cercanía que tiene Comitán con Macondo (Macondo es el mítico poblado que aparece en su novela “Cien años de soledad”). Los poblados de Latinoamérica tienen mucha semejanza con Macondo. Cuentan que las casas de Macondo están hechas de barro y que, en el mes de marzo, los gitanos llegan al pueblo. En los pueblos actuales de América del Sur y de América Central aún hay casas de barro y los gitanos llegan.
Yo no sé de dónde vienen los gitanos, pero ellos vienen de muy lejos. Un buen día se aparecen en los pueblos, levantan sus casas y cuelgan en las ramas de los árboles algo que se asemeja a un sol. Los terrenos baldíos se llenan con su luz y con su arguende de chachalacas. Mucha gente no tolera a los gitanos. Hay personas que desconfían de los trashumantes. Los comitecos se preguntan de dónde vienen esos personajes extraños y les inquieta no saber, bien a bien, qué es lo que buscan en estas tierras. Y no hablo sólo de gitanos, hablo de cualquier extraño que se aparece en la casa. Quienes se extrañan son comitecos de nacencia y quisieran que Comitán siguiera siendo el mismo pueblo, como dice García Márquez: “de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas…”. ¡Esto no puede ser! Ya Comitán no es una aldea de veinte casas donde todo mundo se conoce y se reconoce; ya Comitán no tiene un río de aguas diáfanas. Comitán ya es una ciudad de muchísimas casas construidas con varilla y cemento y su río (un hilo de agua) es un río de lodo. Cuentan que hubo un tiempo en que el Río Grande fue, a semejanza del río de Macondo, un río de “aguas diáfanas”. Hubo un tiempo en que Comitán fue muy semejante a Macondo. La diferencia fundamental es que Macondo (¡ah, qué prodigio!) sigue intocado. No ha ganado ni perdido una sola casa; sus vivos son los mismos y sus muertos también. Acá, en Comitán, cada día los viejos se mueren, de igual manera nacen muchos pichitos. Con tanta nacedera es imposible que (como lo piden los más conservadores) Comitán se mantenga sin crecimiento. Pero, en el fondo, detrás de todas las fachadas modernas, hay un Comitán que tiene muchos rasgos de cercanía con el Macondo eterno. Hay casas, todavía, que están hechas con barro, con adobe, con tejamanil. Y si me apurás, todavía, el Río Grande (muy cerca del nacedero) tiene un agua limpísima.
¿Por qué Macondo tiene semejanza con Comitán? Porque Macondo es un pueblo mágico. Macondo es producto de algo que, en literatura, se llama Realismo Mágico; un pueblo donde lo cotidiano toma un rostro de sueño. ¿Qué es Comitán? Pues es un pueblo más entre los miles de pueblos que existen en el mundo, pero es un pueblo único por su peculiaridad, donde lo real a veces se confunde con lo mágico. Quienes vivimos en Comitán no vivimos en la realidad real que asoma en las calles de los demás pueblos del mundo. Quienes vivimos en Comitán reconocemos un halo especial que confunde los ojos y el alma de propios y extraños. Cuando un visitante llega a Comitán algo sucede en su espíritu. Si alguien le pregunta cuál es esa seducción no sabe explicarlo bien, porque la magia, así como el milagro, no tiene explicación. Hay algo detrás de este Comitán de 2014; hay algo en su cielo, en su aire, que conmueve el espíritu y hace que la gente no quiera irse. Como que si de pronto llegara al útero materno, el aire de Comitán conmueve el corazón del viajero, del que, como si fuese Noé, viera una paloma en el cielo y entendiera que el Diluvio Universal ¡cesó! Quien se acerca a Comitán reconoce que algo, más allá de lo racional, está sostenido en las frondas y en las cimas de sus montañas discretas. En ocasiones anteriores te conté que me sorprendió la rotundez de la visión de las cercanías de Puebla. Cuando viví en aquella ciudad abría la ventana de mi cuarto y los volcanes aparecían frente a mis ojos. El Popocatépetl y el Iztaccihuatl se me venían como si fuesen nubes de piedra amenazando mi cielo. El Popo, de vez en vez, me recordaba que todo tiene vida y eructaba piedras de fuego. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué rotundez de imagen inolvidable! Acá, en mi pueblo, abro la ventana de mi cuarto y miro las montañas que circundan el corazón de Comitán, ¡ah!, son como pechitos de niña de quince años, como los primeros pasos de un sueño, como pequeñas frutitas colgadas del árbol mayor. Acá todo es como si el mundo apenas balbuceara su nombre. García Márquez dice que, al principio, en Macondo “las cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. ¿Mirás la semejanza con nuestro pueblo? Acá también todo está innombrado, por eso nos encanta esta maravillosa ciudad. Nos dicen que fulano de tal se llama así, pero nosotros sabemos que detrás de esa piedra que se llama nombre, ese fulano tiene otra línea para nombrarlo. Ahora en Semana Santa acudí un día al barrio de Nicalocok, barrio en donde representan (desde años) la Pasión de Cristo. Llamó mi atención que el día domingo, el día de la resurrección, Judas lee su testamento. ¿Qué propiedades materiales tenía el traidor? ¿A quién se las cede? En Comitán, dentro del protocolo de algo tan serio y conmovedor, como lo es la representación de la Pasión, se celebra la vida con un texto humorístico. Vecinos del barrio de Nicalocok cuentan que esta “ocurrencia” es fruto de la imaginación fértil de nuestra amada cronista, doña Lolita Albores. Ella, todo mundo lo sabe, fue una persona que tenía la cultura de Comitán en la mano. Sabía mil anécdotas de este pueblo. Todos los cronistas de los demás pueblos de Chiapas reconocieron que era una auténtica comiteca, llena de la picardía y humorismo de la gente de este pueblo. Bueno, pues ella, un día dijo que por qué no hacían “El testamento de Judas” y ayudó a los vecinos a redactar el texto en cuestión. Ahí, Judas deja sus pertenencias (pocas, incluidas las treinta monedas fruto de la traición) a los vecinos del barrio. La gente de Nicalocok espera con alegría la lectura del texto. Sorprende que los nombres de los elegidos son sobrenombres. En el barrio nadie se enoja porque sea tratado por su apodo. El clásico vecino me confesó que en el barrio todo mundo se trata por apodo, “si decimos nuestro nombre no nos reconocemos”. Tal como sucedía en Macondo, en Comitán pareciera el principio de Todo. Hay necesidad de nombrar las cosas, de iluminarlas con el ritual del bautizo.
No caeré en la tentación de escribir acerca de Gabriel García Márquez, como si han caído miles en estos días. Yo no escribiré acerca de él. No lo haré, porque una de las características fundamentales de su escritura es precisamente un rasgo que tiene que ver con ese denominado Realismo Mágico y que es ¡la exageración!, y a mí (te lo he dicho mil veces) no me gusta la exageración. Los críticos literarios dicen que “Cien años de soledad” es como un recuento de la historia del mundo. La novela conmovió el corazón de millones de lectores en todo el mundo porque narra el origen y la evolución de un pueblo maravilloso. Muchas alusiones tienen que ver con relatos bíblicos, con apariciones, con extrañamientos. Una mujer tenía miedo de embarazarse porque su crío podía tener la maldición de nacer con cola de cuch. Todos los lectores saben que ahí hay un símbolo. ¿Cuántos humanos, en toda Latinoamérica, siguen naciendo con cola de cuch? ¿Cuántos cuches nacen con forma de humanos?
Murió Gabriel García Márquez y todo mundo escribió y habló acerca de él. Desde la diputada local, en Chiapas, que confundió a Gabo con Carlos Cuauhtémoc Sánchez, hasta la nota luctuosa electrónica de CONACULTA donde lamentaba la muerte del Premio “Novel”. Desde el snob que quiso pasar a la inmortalidad a la hora que escribió el clásico lugar común de que ahora “Cien años de soledad alimentan la orfandad de los lectores de todo el mundo”, hasta el que puso una frase ingeniosilla: “Si de García Márquez hablan, ¡que no será de mí!”.
Yo no caeré en la tentación, porque quien cayó en la tentación fue Judas y ya mirás cómo le fue.
Sólo diré que Macondo se parece mucho a Comitán. Allá, en aquel pueblo mítico, una tarde Remedios La bella levita, vuela, “decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”. ¿Mirás, niña de mis vientos, cómo Macondo se parece a Comitán? En este pueblo (así nos lo recuerdan “los más altos pájaros de la memoria”) las mujeres también ascienden. Acá, las mujeres nos hacen el favor de bajar, como palomas que bajan a comer granos de luz, pero su condición natural es la altura. Bajan sólo para que los hombres puedan tenerlas a la vuelta de la mano. ¿Cuántos viajeros han quedado prendado de la belleza física de las comitecas y de sus virtudes? Los más reconocidos autores de canciones lo han dicho. Ellos llegaron un día a Comitán y vieron que en este pueblo la luz que se derrama sobre los tejados proviene de la mirada de la mujer comiteca. Ya Roberto Cordero Citalán lo cantó: “…Comitán de las flores, donde están mis amores, donde quieren de verdad”. Dicen (en todo el mundo) que el amor es una frágil flor de cristal. Acá, en nuestro pueblo, las muchachas “quieren de verdad” y esto, niña mía, es la máxima copa del Realismo Mágico. Acá, las muchachas ¡vuelan! (estaba a punto de decir que son como mariposas amarillas, pero iba a caer en la tentación de comparar estas mariposas con las que aparecían cada vez que Mauricio Babilonia se asomaba).
Yo no hablaré de García Márquez. Con tantos temas, se me hace una estupidez hablar de lo que habla todo mundo. Vos y yo podemos hablar de la lluvia, por ejemplo. Dicen que en Macondo llovía mucho, casi tanto como llueve ahora en Comitán. Acá llueve tanto que, a veces, no se sabe cuándo parará. A veces tenemos miedo de que llueva de más. Abrimos las ventanas de las casas, asomamos la cabeza y vemos que la lluvia se desgrana como si no tuviese otra vocación. Cuentan, yo no sé, que en Macondo llovía tanto que las calles eran lodazales, porque las calles eran de tierra, de barro. ¿Mirás la cercanía de Macondo con nuestro Comitán? Un amigo, lector de “Cien años de soledad”, me contó que en Macondo, un día comenzó a llover, como llueve acá, de manera ligera, poco a poco se intensificó, la gente se metió a sus casas, cerró las ventanas, se sirvió café mientras esperaba que el chubasco cesara, pero al día siguiente, la gente abrió las ventanas y vio que la lluvia seguía. Las personas volvieron a meterse a las camas, platicaron, dijeron algo así como “qué barbaridad, cómo llueve” y se abrazaron de nuevo al sueño, en espera de que la lluvia se retirara. Los hombres y mujeres de Macondo repitieron la escena al día siguiente y hallaron que la lluvia seguía cayendo como bolo a media noche, no se levantaba. Mi amigo dice que en Macondo llovió durante ¡cuatro años, once meses y dos días! Llovió sin pausa. Fue una lluvia sostenida, como alud de piedra sobre el pueblo. Al principio, la gente se arrulló con el sonido del agua sobre los techos de palma, lo oyeron como pasos de gatitos sobre el tejado. Pero, conforme la lluvia se desgranó como si fuese una maldición, día tras día, noche tras noche, el rumor de los pasos de la lluvia se convirtió en tropel de elefantes, en aleteo de millones de zanates.

Posdata: ¿imaginás una lluvia de cuatro años, once meses y dos días? Yo no puedo imaginarlo. Pero, a veces, uno tiene la impresión de que llueve de más. Algunas calles de Comitán se anegan y esto ocasiona problemas. El agua, en ocasiones, entra como delincuente a las casas y roba la tranquilidad de sus moradores. Dicen que El Calentamiento Global causa este desajuste. Pero mi amigo lector dice que sólo se están cumpliendo las profecías de Gabriel García Márquez; cuenta que el mundo, cada vez más, se parecerá a Macondo y la humanidad se convertirá en una horda de gitanos, que irá de un lado a otro, en busca de agua pura. ¿Mirás qué semejanza con la historia del origen de nuestro pueblo?
Ahora que murió García Márquez ¡todo mundo cayó en la tentación de escribir y hablar acerca de él! Yo me hice el propósito de no hacerlo. No caeré en la tentación.