domingo, 10 de mayo de 2015

DÍA DE LA MADRE


(Textillo dedicado a las dos pichitas más importantes de mi vida.)

Rosy, mi sobrina de siete años, le dio un ramo de doce rosas a su mamá. En cuanto mi prima Elena tuvo el ramo en su regazo, Rosy se paró de puntillas y, con el dedo pulgar y el índice, le quitó una de las rosas. “¿Me la regalas?”. La abuela Elvira dijo que el que da y quita con el diablo se desquita, pero mi prima no hizo mayor caso y le dijo que sí, por supuesto que sí, hijita. El tío Joaquín preguntó a quién entregaría esa rosa y Rosy dijo que a la abuela. Fue hasta el sillón donde estaba sentada la abuela Elvira, tomando un vaso de limonada, la abrazó, le dio la rosa y dijo: “Por ser mamá de mi mamá”. Todos los que estábamos en la sala aplaudimos y sonreímos. Rosy fue saltando hacia donde estaba mi prima, volvió a hacer lo mismo y preguntó: “¿Puedo tomar otra?”. El tío Joaquín, tosió, fue hasta el balcón y miró la calle. Todos vimos que hacía esfuerzos por no soltar la carcajada. “Sí, hijita, las que quieras”, dijo Elena y le entregó una rosa más. Rosy salió de la sala, se fue brincando, cantando una canción de Maroon 5: “Sugar, yes please”. Mi prima tomó un florero de la mesa de centro, sacó las flores secas que ahí estaban, pidió un poco de agua fresca y colocó las diez rosas restantes. Rosy regresó: “Sugar, yes please”, brincoteando, como pajarito bañándose en arena del camino. “¡Ya!”, dijo. Todos deseábamos preguntar. Mi prima se acercó y preguntó a quién le había entregado la flor: “A Tina, va a ser mamá”. Todos nos quedamos viendo. ¿Tina? Pero si Tina, la sirvienta, tiene apenas catorce años. “No, no puede ser”, dijo la abuela Elvira, pero Elena dijo que sí, que era cierto, Tina tiene tres meses de embarazo. “Pero, ¿cómo?, ¿quién?”, preguntó la abuela. El tío Joaquín tosió, tosió varias veces, en movimiento automático corrió la cortina. “¿Por qué cierras las cortinas?”, preguntó la abuela. El tío salió de la sala. Oímos cómo seguía tosiendo, mucho, ya en el patio. Todos nos quedamos viendo. Rosy regresó la armonía, preguntó: “¿Puedo tomar otras, mami?”. “Sí, hijita, claro, todas son tuyas”. Rosy volvió a brincotear, feliz: “Todo lo tuyo es mío, ¿verdad, mamita?”. “Claro, hijita”. Elena se sentó al lado de su mamá, la abrazó, ambas sonrieron. La abuela, en voz baja, insistió: “¿Es cierto lo de Tina?”. Mi prima asintió, le acarició las manos y le dijo que no se preocupara, ya Dios se encargaría de todo. Rosy tomó el haz de rosas, dijo que estaban mojadas, seco los tallos con un trapo y, como lo había estado haciendo toda la mañana, salió brincoteando. Oímos que abría la puerta de calle. La abuela le dijo a Elena que fuera a ver: “Ahora, ya no es como antes”, dijo y apuró a que fuera a ver a la niña. Yo caminé hasta el balcón, corrí las ventanas y desde ahí vi que mi sobrina detenía a doña Rosa, la vecina, que regresaba del súper, cargando dos bolsas llenas de jitomates, cebollas, cebollines, plátanos y una papaya roja. Doña Rosa dejó las bolsas sobre la banqueta y besó a mi sobrina. Luego le tocó a la mujer que, en la esquina, tenía puesto el anafre para asar los elotes. La mujer, con un soplador, echaba aire a las brasas para que sus cachetes se llenaran de achiote ardiente. Se sorprendió cuando la niña le extendió una rosa. No lo escuché, pero vi que mi sobrina abrió los labios y dijo: “Para usted, por ser día de la madre”. La mujer, dejó el soplador sobre la banqueta, al lado del costal lleno de elotes tiernos, y recibió la flor. No lo escuché, pero vi que abrió sus labios y dijo: “Gracias, niña, nunca alguien…”. Ya para esa hora, mi prima había tomado de la mano a su hijita y, juntas, brincoteaban sobre la banqueta y buscaban más mujeres para ofrecerles una rosa por el Día de la Madre. No lo escuché, pero vi cómo abrían sus bocas y, al dar pequeños saltitos, cantaban la de Maroon 5: “Sugar, yes, please”. Abandoné el balcón. Fui hasta la mesa de centro donde habían quedado las flores secas que antes estaban en el florero. Dudé. ¿Las volvía a colocar o las llevaba al basurero? Supe que mi sobrina es una niña sabia. Si las rosas hubieran quedado en el florero, mañana lunes ya estarían comenzando a marchitarse. En cambio, habían echado renuevos en las manos de Tina (que en noviembre tendrá su pichita, porque será niña), en las manos de doña Rosa, en el corazón viejo de la abuela y en los patios de las demás mujeres. La flor que no se siembra en el corazón se marchita en el agua de un florero. Los corazones deben brincotear siempre como gotas de lluvia sobre el patio y cantar una de Natalia Lafourcade o una de Maroon 5: “Sugar, yes, please…”