domingo, 17 de mayo de 2015
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UNA PLANTA
Germán Dehesa, famoso periodista, montó un teatro-bar que llamó Planta de Luz. Cada una de estas palabras son luminosas por sí mismas; aliadas abren más ventanas. Una planta de luz genera energía. ¿Hay acaso algo más prodigioso?
La otra mañana escribía parte de la novela breve que ahora acometo. Escribía entusiasmado en el teclado de la computadora; al lado de la pata de la mesa la Pigosa me acompañaba. Era el quince de mayo (Día del Maestro). Sin aviso, la perrita comenzó a ladrar y fue a rasguñar la puerta. Sé que es aviso de que alguien toca. Bajé el volumen a la computadora (escuchaba música de las películas de Woody Allen). Sí, alguien tocaba la puerta. Vi el reloj, eran las siete con veinte, de la mañana. ¿Quién podía ser?
Germán ya murió. Era un escritor inteligente y mordaz. Siempre escribía con humor. Los escritores inteligentes son como plantas de luz: generan energía. Una energía que mueve el mundo.
Abrí la puerta y salí a la cochera. “¿Quién?”, pregunté a la usanza comiteca. Una voz femenina me dijo que abriera, que me llevaba un regalo. ¿Un regalo? Bueno, como era Día del Maestro, todo era posible. Vi por el ventanillo y miré que era una de mis vecinas. Abrí de inmediato. En la banqueta estaba la maceta de barro y la planta. Mi vecina me dijo el nombre de la planta y miré sus florecitas.
¿Por qué Germán bautizó como planta de luz su teatro? Tal vez porque el arte abre una hendija en la cara del ignorante. Cuando un niño escucha un cuento, cuando acude a una sala de museo o escucha el sonido de un violoncelo algo como un hilo de luz asoma.
Cuando mi vecina me vio con cara de vaso sin agua me explicó. Mi cara entonces recibió un rayo de luz que ayudó a despejar la sombra.
Mi vecina, hace ya casi un año, sembró unas plantas en su banqueta. Ahora, me explicó, tiene la pretensión de que los vecinos sembremos plantas en toda la calle. Como sabe que los vecinos no tenemos la misma energía que ella, se dio a la tarea de regalar las macetas y las plantitas. No me lo dijo, pero es un poco como si me hubiera dicho que lo único que debo hacer es ponerle tierra a la maceta, sembrar la planta y regarla y cuidarla.
¿Qué logró Germán Dehesa con sus escritos y con su planta de luz? Sin duda contribuyó a hacer más afectuoso este mundo. Cuando alguien escribe con humor y con inteligencia, el mundo cambia su rostro permanente de miseria y de abandono.
Tal vez lo que mi vecina pretende es lo mismo. La maceta que me obsequió es como el contenedor de la vida; la planta que me obsequió es como una planta de luz, como una planta de aire, como una planta de energía. Una energía que hará más afectuosa nuestra calle. Cuando agradecí el obsequio (así es mi de por sí) no oculté cierto pesimismo. No faltará el que pase a orinar la planta, no faltará el que dañe la maceta. Este mundo está plagado de cucarachas. Se sabe que las cucarachas viven felices en la podredumbre y en la fetidez de las alcantarillas.
¿Y ahora? Me siento comprometido. Veré que un albañil, ahogue a la mitad la maceta en la banqueta (para que no se la roben), le pediré a mi mamá que consiga tierra negra con un poco de abono y que siembre esa planta bonita que tiene flores blancas, tan pequeñas como ilusiones, como botones de esperanza.
Nuestra calle se verá más iluminada, más afectuosa. Sí, imagino lo que mi vecina quiere crear: ¡un mundo más cordial desde una pequeña parcela del universo! Ella comulga con aquella sentencia que dicta hacer lo que se pueda hacer desde el breve espacio que nos toca habitar.
Cuando mi vecina se despidió y metí la maceta a la cochera pensé en el acto prodigioso y mínimo que me había ocurrido. A las siete con veinte de la mañana, alguien había pensado en mí y pensado en nuestra calle; alguien, desde muy temprano, había pensado en Comitán y, por ende, en el mundo. Así que yo pensé en ella, mi vecina que, generosa, piensa en los demás, porque, tal vez, ella es como una planta de luz que genera energía.
Hay muchos (pero pocos) seres así en el mundo. Gracias a ellos, el mundo, a veces, pierde su cara de albañal.