viernes, 1 de mayo de 2015

DE LIBROS Y DE OTROS CIELOS




Hablo del libro. De abrir un libro. De bajarlo de un estante y tomarlo entre las manos. Abrir es el acto más sublime. Dios abrió las manos e hizo el universo. Desde entonces, los humanos sabemos que la apertura es el instante más prodigioso. ¿Qué hay detrás de la puerta? ¿Qué hay detrás del telón del teatro? No lo sabemos hasta que alguien abre la puerta o el telón. Abrir una ventana es acercar imágenes al corazón. Cuando un viejo abre la ventana de su cuarto abre la posibilidad de untarse de aromas y de puestas de sol, de aire inmaculado; cuando una muchacha se tiende sobre una cama y se ofrece al amado, abre el pomo de las esencias.
Hablo del libro, de tomarlo entre las manos, de acercarlo al corazón o de llevarlo a las narices para oler su aroma de libro nuevo. Hablo de acudir a esos espacios en donde los libros son como racimos de uva, como árboles llenos de mangos. En cualquier bosque, las aves se posan sobre las ramas y construyen su nido, de la misma forma que, en cualquier biblioteca, los hombres y mujeres que desean alas se posan sobre los estantes para elegir entre la luz y la oscuridad.
Hablo del libro, de abrir un libro a mitad de la noche, para iluminar los caminos. Hablo de acercarse con emoción para oír la voz de los que ya no están. Hablo de abrir un hueco en el cielo, así como el universo abre los hoyos negros para chupar la luz circunvecina.
Los lectores saben que el libro es un laberinto, es un desierto, una promesa. Los lectores saben que no hay más tiempo que el tiempo concentrado entre líneas. Ah, qué bello atardecer cuando en la tarde, en el parque, unos niños se sientan en el piso, alrededor del abuelo y éste se pone sus lentes y abre un libro y les cuenta un cuento. Abrir es el acto más prodigioso del mundo: abrimos la boca para comer, para vivir, así como abrimos las ventanas de nuestra alma para beber los cielos.
Los lectores somos pájaros y los libros son el abracadabra que abre la puerta del misterio.
Hablo del libro, del libro que contiene en sus páginas la historia de Alicia en el país de las maravillas; hablo de Alicia, niña maravilla, que contiene el país de los libros; hablo del país de Alicia que es como un río de maravillas.
Hablo de que para despertar es necesario ¡abrir los ojos! Abrir el espíritu, como si fuese un baúl, como si fuese Troya y necesitáramos un caballito de mar para llegar al patio.
Hablo de los muchachos que leen versos en libros; hablo de esas tardes dóciles en que ellas, las amadas, escuchan atentas los versos de Sabines o de Neruda y abren su corazón como si extendieran sus alas. Porque las niñas bonitas que abren sus piernas antes ya abrieron el chal del deseo a través del prodigio de la palabra.
Abrir los ojos para descubrir el mundo, para advertir que en la piedra más pequeña también hay un corazón que espera el milagro de la resurrección. Hablo de los pájaros que pasan en bandada con rumbo a Los Lagos de Montebello; hablo de las orquídeas y de las lianas que se trenzan en los troncos como si su vocación fuese ser corales de aire, de viento.
Hablo del instante en que el papá lee un cuento a su niña. La niña que cierra los ojos para abrirse a los mundos de la imaginación y de los sueños.
Abrir las cortinas para que entre el sol; abrir las puertas de las jaulas para que los canarios vuelen libres; abrir las mentes para que no haya ataduras posibles. Hablo de la mesa donde los papás, los abuelos y los hijos se reúnen y abren una botella de vino para beberse la vida, para decir que la montaña también va a los pies de Mahoma.
Hablo del artista que pinta un cuadro para que el ojo se abra al deslumbre.
Abrir la boca para pronunciar una palabra, para nombrar un objeto, para bautizar a la amada. Abrir, como Moisés, los mares que, como tapacaminos, restringen nuestro paso. Abrir el libro para soñar, para amar, para vivir. Abrir, siempre abrir, porque abrir es el acto máximo que inicia en el instante supremo en que nuestra madre abre las piernas para que nazcamos al mundo que, abierto, nos está esperando.