sábado, 28 de enero de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE LAS ARDILLAS REVOLOTEAN COMO PALOMAS





Querida Mariana: ¿Qué instrumento musical prefieren las palomas? ¿Es un atrevimiento decir que las palomas prefieren el sonido de las campanas? Digo esto porque he visto bandadas en los campanarios de los templos y cuando las campanas suenan, las palomas vuelan y las veo volar contentas, dichosas, y luego regresan al campanario y a los techos de los templos y caminan como si fueran pavos reales. Mi prima Roseta decía que las palomas volaban al ritmo que el badajo marcaba, como si las palomas fueran soldadescas y recibieran órdenes del trompetero. Y cuando lo decía recordaba que en la primera o en la segunda guerra mundial las palomas mensajeras sobrevolaron territorios enemigos para llevar las noticias de los ejércitos aliados. Pero, en realidad lo que hacían era huir del estruendo de las bombas lanzadas por los cañones. Buscaban espacios donde la paz era el nido codiciado.
¿Qué sonidos seducen a los mirlos, a los venados, a los elefantes, a las tortugas, a las ardillas? No lo sé bien a bien.
La única certeza es que a los animales no les gusta el escándalo de los cuetes. El ruido del turrupe (que así llamaba el maestro Bernardo Villatoro al cuete, porque tiene tufo, es ruidoso y peligroso) es un sonido que lastima la dignidad de los animales.
Roseta dice que a los venados les gusta el sonido del aire cuando pasa por entre las hojas de los árboles. Yo recuerdo el sonido del aire que escuchaba cuando iba a los Lagos de Montebello con mis papás (hablo de los años sesenta, de cuando no había carretera asfaltada; de cuando nos trepábamos en un camioncito que se desplazaba por caminos de terracería en medio de árboles que provocaban humedad y sombra). Cuando llegábamos a la zona de Los Lagos y todo mundo ayudaba a bajar la mesa y las sillas, yo caminaba hacia el bosque por un sendero, me paraba y cerraba los ojos. El sonido del viento circulando por las frondas era como un sedante. El aire caminaba casi silencioso, por eso cuando estaba fuera del bosque no escuchaba sus pasos, pero cuando el aire pasaba por en medio de los laberintos de los árboles el roce de las manos del aire era como un canto de concierto. Roseta dice que los venados toman agua en las orillas de los riachuelos y luego van al interior del bosque a escuchar el rezo del viento. Dice que esa es la vida de los venados, que ese es su gusto.
¿Y los elefantes? ¿Qué sonido cautiva el espíritu de los elefantes o de las jirafas? ¿El sonido de un tambor lejano en el corazón del África?
En casa, mi Paty tiene un cotorro australiano (debo decir que es el único animalito en el mundo que dice pichito. Cuando llego de la calle, el pájaro me recibe diciendo: pichito, pichito, pichito, pichito. Lo hace sin descanso, casi hilando la to final con el pi de inicio. Esa seguidoña es un rezo sensacional. Mientras lo dice va de un lado a otro de su jaula, se mueve como si tuviese parkinson en todo el cuerpo y con más intensidad en su colita, que para como si fuese una señorita de alta sociedad). El guazú (que así lo bautizó Paty) disfruta cuando, el domingo a las doce del día, pongo en la televisión el concierto que ofrece la OFUNAM. A veces pienso buscar alguna grabación que tenga sonidos de instrumentos individuales para ver cuál de todos es su predilecto. ¿Le satisfará el piano? ¿Tal vez el violín sea su consentido? A mí me gustaría que un experto en animales me dijera cuáles instrumentos prefieren. Por ejemplo, ¿un canario qué prefiere? ¿El tambor? ¡No! El tambor está descartado. Tal vez, el canario se sienta muy bien cuando alguien toca una flauta. ¿Y una ardilla? ¡Ah, querida mía, dejá que te cuente la historia de la ardilla que le encanta escuchar el sonido de labios chasqueando!
La historia es muy sencilla. ¿Mirás los personajes que están en la fotografía que te anexo? Ahí está don Silvino Cano y la ardilla muchachita (porque es hembrita). Ambos son vecinos de San Sebastián. Don Silvino, desde saber cuántos años, tiene su estudio musical frente al parque, y la muchachita, desde hace unos cinco o seis meses corre de una rama a otra de los árboles viejos de ese parque. Ambos son esa parte esencial del paisaje urbano. Si uno de los dos no estuviera, el parque tendría otro color, como de hoja seca. La presencia de don Silvino y la presencia de la muchachita hacen que el parque sea más afectuoso, más de sonrisa de ardilla.
Y digo que la historia es muy sencilla, porque, cuenta don Silvino, una tarde apareció en el parque una ardilla (el barraco, dice don Silvino). ¿Quién sabe de dónde llegó? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Tal vez este macho reconoció que hace años, varios años, el parque de San Sebastián no sólo era visitado por los comitecos, sino también por los pajaritos (los llamados garbanceros), uno que otro zanate, uno que otro colibrí y, ¡maravilla!, ardillas. Sí, varias ardillas convirtieron al parque en su hogar permanente. Pero, de igual manera, una tarde, esas ardillas desaparecieron quién sabe por qué. Este es un enigma como el de la desaparición de los mamuts o de los dinosaurios. Claro, acá no ocurrió la caída de un meteorito, tal vez algún cabrón los corrió a punta de pedradas o los metió en un costal y fue a venderlos en el mercado. Se sabe que nunca faltan los cabrones que se roban las plantas de los parques o los cables de cobre. De igual manera nunca faltan los que atrapan loros o secuestran perritos para ir a venderlos.
Pero, por ahora, ¡qué bueno!, el parque de San Sebastián cuenta con una pareja de ardillas (la muchachita y el macho) que, parece, ya tienen crías. Don Juanito, que es el bolero del parque, asegura que ya ha visto a dos o tres ardillas pequeñas, que andan con las colitas levantadas, muy orgullosas de haber nacido de tales padres y de tener como su lugar de origen el parque histórico donde se prendió la flama de la libertad de Chiapas y de Centroamérica. ¡Nadita!
Una tarde llegó el macho y, como si fuese Adán en el Paraíso, don Silvino vio que estaba solo y dijo: “No es bueno que este barraquito esté solo, le haré una ayuda idónea”, y fue a comprar una ardilla hembra (a quien bautizó como la muchachita), y la ardillita llegó y vio que ese espacio de San Sebastián era el Paraíso y conoció al varón y he acá que procrearon crías para celebrar los cincuenta años de la parroquia.
Y digo que soy testigo de que a la ardilla le gusta el sonido del chasqueo de los labios, porque todas las tardes don Silvino sale del cuarto, que siempre tiene las puertas abiertas porque hasta ahí llegan los clientes que hacen contrato para que la Marimba Tradición Chiapaneca amenice los guateques, cruza la calle, llega hasta un arriate y comienza a emitir un sonido con su boca. Don Silvino (tiene el don en su nombre) silba, silba, de manera casi inaudible, pero el oído sensible de la ardilla capta ese sonido armonioso y baja moviendo la cola como metrónomo y llega hasta donde la mano del hombre le ofrece un pedazo de elote. La muchachita atrapa la comida y sube hasta lo más alto del árbol y ahí, con las dos manitas, desgaja todos los granos de maíz. ¡No deja uno solo! Cuando termina, desde la altura, suelta el olote y éste, por la bendita ley de la gravedad, cae al piso. El sonido es sordo, rotundo. No sé si algún paseante ha recibido un olotazo, como antes lo recibían los asistentes al Cine Comitán que se sentaban en luneta, porque los de gayola, como ardillas, aventaban los olotes desde arriba. El trozo de elote queda sin un solo grano. La muchachita y el macho hacen honor a su condición de roedores y dejan limpio el olote.
Es emocionante escuchar el sonido que hace don Silvino al chasquear sus labios, asimismo el sonido que hace la ardilla al triturar los granos de maíz, y el sonido de piedra que se escucha cuando la ardilla suelta el pedazo de olote y cae al piso. Son tres sonidos que se han agregado a los tradicionales de San Sebastián. Porque este parque tiene sus sonidos propios que le vienen de tradición: ahí está el de la marimba, cuando don Silvino ensaya; ahí está el sonido de los pasos de Ciro, el maravilloso sacristán del templo; ahí los sonidos de los pasos de hombres y mujeres que usan el parque como sucedáneo de la pista de carreras. En San Sebastián hay un rumor como de mar cada vez que las mujeres caminan para ir a misa y, por supuesto, aparecen los sonidos de las campanas que vuelan como palomas incansables a la hora de convocar a los fieles. Hay otros sonidos discretos que pueden captar los oídos sensibles: el sonido de los labios de la muchacha bonita a la hora de chupar la paleta de chimbo o a la hora de besar de lengüita a su novio. A veces se escucha (es una pena, pero es así) el sonido de la botella de charrito a la hora que el teporocho la tira al lado de la banca metálica.

Posdata: Si alguien se sienta en la rotonda donde está el busto de Josefina García y cierra los ojos puede escuchar los pasos de las ardillas corriendo por entre las ramas. Es un sonido que no debiera perderse, que debiera procurarse. Ojalá que el parque tenga más, muchos más, Silvinos que protejan a las ardillas, que les den de comer y procuren su armónica convivencia.
¿Qué instrumento musical prefieren escuchar las muchachas bonitas como vos o como Roseta? ¿Las ardillas bonitas se solazan con el sonido del chasquido de los labios?