lunes, 30 de enero de 2017
LOS VERSOS MÁS TRISTES
Ya no tomo bebidas alcohólicas. Soporto poco a los borrachos. Cuando bebía fui más impertinente que los fastidiosos borrachos de hoy, pero no creo en eso de que debo pagar por culpas pasadas. Quienes padecieron mis impertinencias en el pasado deben tener un bono adicional y serán recibidos en las habitaciones más exclusivas del cielo. Yo, bien puedo estar en una habitación modesta del infierno.
No soporto a los borrachos, pero el otro día pasé por la cantina de la segunda y Romeo estaba en la ventana y me llamó con un apuro inusitado. “Vení a mirar quién está acá”. Me sentí obligado a entrar, Romeo ha sido un amigo afectuoso que, siempre, me ha dispensado un trato especial. A veces comentamos lecturas de libros, es un buen lector. De haber sabido que Romeo ya estaba muy borracho hubiera seguido caminando de frente. Entré, pero con la convicción de no estar más de cinco minutos. Cuando saludé a Romeo supe que ya estaba muy tomado. Romeo llamó al mesero y pidió que me sirviera una cerveza. Dejé que el mesero cumpliera la orden. Romeo me jaló hacia su silla y me dijo al oído: “¿Ya viste quién está allá? ¡Neruda!”. Luego lo repitió en voz alta, altísima. Vi hacia donde Romeo señalaba. En una mesa distante estaba un hombre gordo, con barba, tomando una cuba. Parecía estar solo, porque las demás sillas estaban arrimadas a la mesa. Romeo hablaba ya de manera estropajosa. Su mirada parecía estar detrás de un cristal, estaba opaca. “¿Qué estará haciendo acá en Comitán?”, preguntó Romeo, de nuevo a gritos. Alcé los hombros. El mesero trajo la cerveza, la abrió, sirvió un poco en un vaso y éste lo dejó frente a mí.
Me sentí incómodo. Pensé cómo hacerle para retirarme de ahí. Romeo estaba ya muy tomado. Yo sé que los borrachos comienzan a hacer impertinencias y éstas, a veces, se convierten en ofensas. Romeo me abrazó y me dijo, a gritos, que le pidiéramos a Neruda que declamara esa de “Puedo escribir los versos…”.
El juego tomaba un camino inusitado. Vi que el hombre se movió de manera incómoda en su silla. Vi con más atención al hombre y, salvo su gordura, no tenía ninguna semejanza física con el poeta.
Romeo tomó su cerveza, chocó mi vaso y dijo: “¡Salud, salud por los poetas del mundo!”. Tomé mi vaso y lo alcé. Romeo, sin tomar algo, dejó la botella con un movimiento brusco. El golpe sobre el tablero metálico de la mesa hizo que el hombre al que Romeo confundía con Neruda nos viera de nuevo.
“¡Neruda, pinche comunista de mierda!”, dijo Romeo y quiso pararse, pero yo lo evité. No lo hubiera hecho. Romeo me vio y dijo: “¿Lo vas a defender, ah?”.
Dios mío, pensé qué hacer. Por fortuna no hubo necesidad de más. Apenas iniciaba a pensar qué hacer, cuando el hombre gordo, chaparrón, se acercó a la mesa donde estábamos y, dirigiéndose a Romeo, dijo: “Siento mucho no ser el que usted cree. No, señor, no soy Neruda”. Tendió la mano y se presentó: “Soy Carlos Slim”. Romeo levantó la mirada perdida y balbuceó: “Mucho gusto”. “¿Puedo invitarles una cerveza?”, preguntó y Romeo, con un hilo de baba cayendo de su boca, dijo que sí, que era muy amable. Carlos Slim llamó al mesero y pidió que nos sirvieran otra ronda. Pagó y se retiró del local.
Romeo cerró los ojos y sostuvo su cabeza en la mano izquierda. “Ya se fue Neruda”, dijo. Yo, no sé por qué (o sí sé bien) dije: “Yo también me voy”. “Sí -dijo él- andá detrás de él y pedile que te recite esa de Puedo escribir los versos…”
Dejé de beber alcohol hace muchos años. No soporto a los borrachos.