sábado, 21 de enero de 2017

CARTA A MARIANA, PARA CELEBRAR LA AMISTAD




Querida Mariana: Tengo muchas preguntas acerca del mundo, pero dos son las que más me intrigan: la primera es: ¿Cómo Einstein logró determinar la fórmula de la relatividad del tiempo?, y la segunda es: ¿Cómo mis amigos se hicieron mis amigos?
Como mirás, la primera interrogante está en el terreno de lo inabarcable, en cambio, lo segundo pareciera más cercano a encontrar una posible respuesta.
Y lo digo, porque hoy es cumpleaños de una amiga. Y yo, que soy tan escaso de amigos (y de amigas, sobre todo), celebro esta relación, la celebro con cuetes (virtuales, para no joder el oído de los perritos y de los gatos) y con una copa de comiteco (también de manera virtual, porque vos sabés que hace años que no bebo ni una gota de alcohol).
Einstein dice que la Energía es igual a la masa de un cuerpo por la velocidad al cuadrado. ¡Dios mío! ¡Qué complicado! No sé qué pensaría mi abuelita Esperanza, quien, siempre que me servía un vaso de chocolate frío, decía: “Pa’que tengás harta energía, hijo”. En física, con el maestro güero, aprendí (no sé si lo aprendí bien) que la unidad de la energía es el julio (Quique siempre bromeaba diciendo que agosto era la unidad que medía la hueva. Lo decía porque era el mes de vacaciones). Es decir, el cuerpo que tiene dos julios posee más energía que el que posee un julio. Complicado, pero simpático. Dicha unidad se presta al cotorreo. La mujer que está casada con Julio ¿tiene más energía que la que está casada con Miguel? Si una mujer está casada con Julio y tiene un amante que se llama igual que el esposo ¿tiene más energía que la mujer fiel? ¿Cómo yo podía determinar cuántos julios me daba mi abuelita en ese vaso de chocolate? ¡Imposible!
Por esto, digo que es más sencillo tratar de averiguar en qué momento, por ejemplo, Javier se hizo mi amigo. Aunque, ya lo dije al principio de esta carta, también es imposible determinarlo. No hablo de los demás, no hablo de vos, hablo de mí. Tal vez vos sabés en qué momento un amigo se hizo tu amigo, pero yo, que soy tan despistado y tan oscuro para cosas prácticas, me resulta un misterio determinar el instante en que la luz de la amistad se hizo, como un día se hizo la luz del universo. Ahora mismo recuerdo que en una ocasión, un poco en broma, Javier me dijo que fuéramos a tomar una cerveza a “La Jungla”, que era nuestro paradero más recurrente, y yo, no sé por qué, tal vez por algún compromiso, le dije que no podía. Javier, con su modo de trapecista caminando sobre el piso, dijo: “Ten cuidado, no permitas que se extinga la llama de nuestra amistad”. Es el Javier y sus frases de etiqueta.
¿En qué momento Javier se hizo mi amigo? ¿En qué momento me hice amigo de él? Esta es la primera interrogante. ¿Quién tira la primera piedra de la amistad? Y (todo mundo lo sabe) el que tira la primera piedra (virtual) es porque está libre de culpa; es decir, la amistad es una relación sin pecado.
¿En qué momento me hice amigo de mi amiga que cumple dos años ahora? No lo sé. Lo único que sé es que mi amiga nació adulta, nunca fue bebé. Qué raro, ¿verdad?
Sí, vos sabés de quién estoy hablando, de la Librería Lalilu, local que hace dos años abrió sus puertas en Comitán y que se ha convertido en un espacio lleno de luz. He intentado, así como me sugirió Javier una tarde, procurar el afecto de ese espacio a fin de que “no se extinga la llama de nuestra amistad”.
Sé que ahora vos me estás mirando con cara de güet desorientado y te estás preguntando ¿cómo un hombre puede ser amigo de un espacio físico? Yo digo que sí es posible, porque si reviso las características que me unen a Lalilu encuentro muchas semejanzas con las que Javier me ha procurado.
A Javier lo conocí (o debiera decir que él me conoció) cuando entré al Colegio Mariano N. Ruiz para estudiar la secundaria. Javier tenía, digamos, derecho de posesión, porque él estudió su educación primaria en dicho colegio. Yo, como sabés, estudié mi primaria en la gloriosa Fray Matías de Córdova. Cuando llegué al colegio llegué a un espacio donde Javier ya había vivido más de seis años. ¿Mirás? ¡Seis años! Una gran parte de vida. Entiendo que Javier, entonces, había hecho varios amigos en ese tiempo. ¿Cómo, entonces, yo, que llegué de fuera, que no tenía mayor conocimiento de quién era él, me convertí (no sé cómo) en uno de sus mejores amigos? Este es el misterio que me acompañará toda mi vida, porque sé que jamás podré solucionarlo. El caso de Javier es un ejemplo, porque, de igual manera, no sé cómo Quique, Jorge, Miguel y Pedro se hicieron mis amigos.
No te enojés, pero con vos me pasa lo mismo, no podría decir cómo vos y yo nos hicimos amigos. Ethel Beautelspacher, narradora chiapaneca, dice que las amistades se forman en la coincidencia de espacios. A mí me llamó la atención una historia de 1968, cuando se efectuaron los Juegos Olímpicos en México. Un deportista de no sé qué país conoció a una edecán mexicana, se hicieron novios y se casaron. Creo que ambos no olvidan el instante, porque estuvieron colocados en un momento histórico único. Esta historia confirma la teoría de doña Ethel, pero ¿qué sucede ahora que vivimos inmersos en una realidad virtual? Hay historias (he visto películas y leído libros que aluden al tema) donde un compa que vive en Japón conoce a una chica mexicana a través de las redes sociales, se hacen amigos y luego él o ella viajan al país del otro y se casan. La coincidencia de espacios se ha expandido, ya no es preciso que Alejandro entre al Colegio Mariano para conocer a quien será uno de sus grandes amigos, sino que ahora basta una pantalla para “entrar” al mundo completo.
Los cronistas comitecos dan cuenta del instante en que la historia de Comitán se modificó, dicho acto ocurrió cuando se construyó la carretera internacional, en 1950. Algunos de los ingenieros y camineros que llegaron a Comitán se casaron con mujeres de acá, por la famosa coincidencia de espacios. Es decir, para que una amistad surja debe de existir esa coincidencia de espacios y de tiempos. ¡No, no! No es cierto, los lectores sabemos que es posible tener amigos ya muertos. Los escritores no tienen fecha de caducidad. Yo tengo pocos, muy pocos amigos reales, pero tengo muchos virtuales. Cientos de escritores son mis mejores amigos. Ahora leo a Dazai Osamu, escritor japonés que se suicidó en 1948. Lo tengo acá a mi lado. Mientras escribo esta carta veo la foto de portada de su libro “Recuerdos”, está sentado sobre un banco de madera frente a una barra de alguna cantina japonesa. Tiene los pies subidos a otro banco, de tal suerte que pareciera un niño malcriado que nunca estuvo con los pies en la tierra mientras vivió. En la introducción hay una declaración de Dazai que dice: “Pronto comprendí que el alcohol, el tabaco y las prostitutas eran un método excelente para librarme del miedo a los seres humanos”. ¿Mirás? Hay seres humanos que encuentran a sus mejores amigos en personas, objetos o espacios insólitos. Cuando la amistad es con otra persona no hay tanta sorpresa, el asombro comienza cuando alguien tiene a objetos o espacios como amigos entrañables. ¿Qué pensar de alguien que diga que su mejor amigo es un libro? ¿Qué de alguien que diga que su mejor amiga es una biblioteca? ¿Qué pensás de mí cuando digo que me alegro por los dos años de vida de mi amiga, la librería Lalilu?
En estos tiempos, de nuevo por la maravilla del Internet, es posible que entremos al portal de la librería Gandhi y pidamos libros que nos llegan por mensajería (dos o tres días después) o que, ¡maravilla de maravillas!, compremos un libro electrónico y cinco minutos después tengamos en nuestro dispositivo el libro en cuestión. ¡Nunca imaginé, en los años sesenta, años en que conocí a Javier, que viviría tiempos en que en un chunche electrónico, del tamaño de una libreta, podría tener más de cinco mil libros! ¡Más de cinco mil! Ahora podemos hacer eso, pero en cuestiones de amistad siempre será precisa la cercanía. Nunca seré tan amigo de la librería Gandhi como lo soy de la librería Lalilu. La amistad necesita de la presencia del otro. Julio Cortázar, uno de mis mejores compas, siempre está a mi lado.

Posdata: Javier dice que a veces escribo Arenillas muy largas y que él se aburre y no las lee. Yo digo que dice eso porque en su juventud fue un gran lector, pero de historias de vaqueros. Él siempre compraba en la Proveedora Cultural (la maravillosa librería de nuestra juventud) libros vaqueros, que eran escritos por un tal Marcial Lafuente Estefania. Nunca le he preguntado por qué le gustaban tanto esas historias de vaqueros del viejo oeste.
Nunca entenderé cómo Einstein dio con la fórmula, ni sabré cómo las amistades aparecen de pronto. Lo único que sí sé es que el tiempo es relativo, cuando uno está con amigos la vida sonríe apacible, cuando estoy con vos todo fluye como verso de Walt Whitman. De igual manera, cuando voy al jardín de mi amiga Lalilu o camino viendo los cientos de libros que están en sus libreros siento como si el mundo de afuera, casi siempre agresivo y apresurado, perdiera esencia y me siento bien. A final de cuentas uno hace amigos para sentirse bien. ¿Hacer amigos? ¿Cómo se hacen? ¿En qué momento hice amigos? ¡No lo sé!