viernes, 27 de enero de 2017

DEFINICIÓN DE ESTANQUE





Cuando alguien, en una sobremesa, propone decir cuál es la palabra que más nos gusta, Elena siempre dice palabras que comienzan con es. Dice que le resulta fantástico que haya palabras que siempre reafirman, a través de un tercero, lo que son, que se enorgullecen de ello. Por ejemplo, le encanta nombrar la palabra esfumino, pero, por encima de todas, le fascina pronunciar estanque. Siempre pregunta:”¿A poco no es bello escuchar que alguien confirma su condición de tanque?”. ¡No hay posibilidad de duda!, dice. Es como si alguien preguntara: ¿Es tanque?, y el otro respondiera: “¡Claro, bobo! ¿Qué no ves que lo estamos diciendo? Estanque”.
Si uno busca una definición de diccionario encuentra que estanque es “Un depósito artificial de agua con fines ornamentales o prácticos, como la cría de peces o de riego”, pero también existe una segunda acepción que elimina lo artificioso de lo artificial y concede al estante una condición natural; es decir, un estanque puede ser “Un depósito de agua que se forma en una depresión del terreno”.
Recuerdo que una vez, siendo niño, Marcos me invitó a jugar a su casa. Llegué muy formal, bien vestido (porque mi mamá siempre me enviaba así cuando iba a casa de algún amigo, para que la mamá de éste viera que yo era un niño bien). Marcos abrió la puerta y, sin darme tiempo de otra cosa, me jaló y me llevó al sitio de la casa, donde había un promontorio de arena que serviría (me explicó) para la construcción de un gallinero. Marcos buscó un palo y me dijo que cavara. ¿Qué?, pregunté. Sí, confirmó él: ¡cava!, y, tal vez pensando que yo ignoraba el significado de la palabra, dijo: ¡Haz un hoyo!, y, ya considerándome un verdadero estúpido, con sus dos manos hizo la mímica de tener una pala y abrir un agujero en la tierra. Yo estuve a punto de decirle que el palo estaba muy lejos de ser una pala, pero como se trataba de jugar, tomé el palo y lo enterré en el suelo, le di vueltas, como si batiera chocolate. El resultado fue infame. ¿Cómo sacaba la tierra que había aflojado? Porque, todo mundo sabe, que para hacer un hoyo hay que retirar la tierra sobrante, casi casi como si fuese un escultor y desechara el mármol sobrante. Marcos se acercó y, de manera violenta, me quitó el palo, dijo: “No, así no lo haremos nunca”. Aventó el palo, se hincó y comenzó, como gato, a escarbar con sus manos. Me ordenó: “¡Híncate!”. Y yo me hinqué. Comencé a escarbar la tierra, la dura tierra, a retirar terrones y a hacer un amontonamiento a mi lado, igual que lo hacía él. Al final, después de varios minutos, sudados, empolvados, con las manos agrietadas, con las caras rojas, como metal sobre yunque, terminamos un hueco con un círculo de cincuenta centímetros y unos quince de profundidad. Marcos se paró, dijo que ya estaba y corrió hacia la casa. Yo me paré, vi mi ropa y pensé en la regañada que me esperaba en casa. Marcos volvió con una cubeta y una bolsa de plástico con agua. La bolsa contenía un par de pececitos que se movían de un lado hacia otro de las paredes transparentes. Marcos traía la bolsa en la mano derecha, subió ésta a la altura de sus ojos y vio a los pececitos. Dijo: “Ya les hicimos su estanque” y me vio. Me dijo que llevara agua. Tomé la cubeta, fui al tanque que estaba en un esquinero del sitio, al lado de un árbol de limón. La superficie del agua estaba llena de florecitas blancas. Metí la cubeta y la saqué casi llena. Llevé agua dos o tres veces, hasta que el estanque quedó lleno casi al borde. Marcos abrió la bolsa de plástico y la metió en el estanque. Los dos pececitos salieron de la bolsa y nadaron en el agua de nuestro estanque. “¡Lo hicimos, lo hicimos!”, dijo Marcos. Me tomó de las manos y comenzó a darme vueltas en un baile absurdo. Yo reía, pero, no sé por qué, no estaba alegre. Pensaba en mi mamá. Marcos suspendió la danza y se hincó frente al estanque y buscó a los pececitos, el agua ya estaba turbia, la transparencia del plástico y la claridad del agua habían desaparecido. Yo vi que el agua de nuestro estanque había bajado. Sin ser un experto supe que el agua estaba siendo chupada por la tierra, de manera muy rápida. El agua se estaba consumiendo. Le dije a Marcos que sacara la bolsa de plástico. Pensé llenarla con agua de nuevo para poner a los pececitos, pero vi que Marcos lloraba, tenía entre sus manos a un pececito que ya no coleteaba, que ya se había convertido en pescado.
Cuando regresé a casa hallé a mi mamá en la cocina, preparaba la cena. Me vio y abrió los ojos como si fuera un pescado. “¿Qué te pasó?”, me preguntó. Y yo iba a decirle que había hecho un estanque, pero bajé la mirada y, llorando, dije que me había caído en un charco. “¡Cuándo no! ¡Cuándo no!”, dijo mi mamá, y me llevó a la recámara para cambiarme de ropa.
Igual que a Elena a mí me gustan las palabras que comienzan con es, por ejemplo: estulticia. Cuando la digo me paso todo el día preguntándome: ¿Qué es tulticia?