martes, 30 de diciembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON SILENCIOS
Querida Mariana: hay gente que no soporta el silencio. He visto (escuchado) casas donde tienen la radio a todo volumen, el silencio los enerva. En Comitán hay un dicho que dice: “Sólo brava está contenta”, bueno, lo mismo puede aplicarse con el tema que abordo: “Sólo con bulla está contento”. Mucha gente protesta cada año en temporada navideña por la profusión de cuetes (los famosos “turrupes”, del maestro Bernardo, porque tienen tufo, son ruidosos y peligrosos), pero cada año hay más quema de cuetes. ¿Será que Comitán es un pueblo que no soporta el silencio? ¿Por qué queman cuetes en navidad? Los católicos, los que siguen el precepto, recuerdan el nacimiento de Cristo y uno piensa en la imagen bíblica: una humilde choza donde están María y José con su criaturita. ¿En dónde aparece la cohetería? Tal vez no fue silencioso, tal vez el niño Dios soltó su llanto, como cualquier mortal y José corrió para cortar el cordón umbilical, porque hijo de Dios y todo, pero debió nutrirse en el vientre de su madre a través del mushuc (ombligo). ¿Será que Comitán es simple y sencillamente un pueblo cohetero?
El silencio es una sustancia que no corresponde a las masas humanas, por lo regular las grandes concentraciones de personas están asociadas al ruido, al sonido estridente. La ciencia explica que el silencio le hace bien al ser humano, así recomiendan las caminatas en la naturaleza, donde el único sonido es el canto de las aves y el rumor de las hojas secas, lejos de las ambulancias y de los escapes abiertos de las motocicletas. Claro, nunca falta el pájaro carpintero que, por su oficio, taladra y taladra todo el árbol que se le pone enfrente.
Vos y yo amamos el silencio. Sabemos lo que eso significa en la vida del ser humano. Antes que el Verbo fue ¡el Silencio! Un poco como si dijéramos que el silencio fue la placenta de la palabra, del sonido. Por eso, cuando estoy en silencio siento algo como si estuviera en el principio de Todo. Es difícil en este siglo XXI alcanzar la plenitud del silencio, el mundo actual está lleno de ruidos por todos lados. No existe ya el silencio total, algo ruidoso se cuela por las hendijas del mundo. Tal vez la esencia del presente es alcanzar un buen porcentaje de silencio. Por esto, los que amamos esa plácida burbuja gozamos cuando hay un instante donde todo parece quedar en suspenso. Ahora que te escribo estoy en la oficina, escucho el sonido de mis dedos sobre el teclado, es un sonido armonioso; Dora Patricia diseña un video que compartirá en redes sociales, está absorta en su trabajo, con las piernas cruzadas sobre un sofá; Robertito también está frente a su escritorio, veo que edita un video, de vez en vez aparece un sonido. Casi casi estamos en silencio. En la calle caminan personas, no se escuchan sus pasos en la planta alta donde estamos, pero de vez en vez pasan autos y motocicletas, todos provocan sonidos, cuando pasan enfrente es como si un pez vela cruzara frente a la playa. No hay el silencio absoluto, pero hay instantes en que el mundo hace una ligera pausa y algo como un mar en cámara lenta absorbe todos los ruidos.
Antes, en mi infancia, Comitán era más silencioso. La gente que venía de fuera se aburría, ese manto silencioso los apabullaba, los asfixiaba, cuando mi tía Emelina llegaba de pronto (decía) despertaba porque el silencio la había despertado, añoraba los sonidos de la gran Ciudad de México, el paso de los aviones, los pregones, las ambulancias, los ocasionales disparos.
Comitán demuestra el paso del tiempo y la transformación en la cantidad de ruidos que ahora se escucha. Antes, en mi infancia, los ruidos eran otros, muchos ya desaparecieron, como el trote de los burritos, como el agua escanciada en las ollas, como el borbotar del café de olla en el fogón. Ahora hay sonidos que eran inexistentes. En casa escucho a mi Paty que dice: “Alexa, tal cosa” y la Alexa le responde, como si fuera un integrante más de la familia. Claro, por fortuna, existe la puerta que permite decir: “Alexa, apágate” y el chunche queda en pausa, pero hay sonidos que aparecen como gatos trepados en la ventana: el sonido del celular a la hora que llega un mensaje o los cuetes que rompen la tranquilidad de la noche, el aparato de sonido del vecino que suena a deshoras, que hace que media cuadra se recete la música guapachosa de Juan Gabriel (ah, nunca me ha tocado un vecino que escuche jazz o música clásica, todos han sido cumbieros, rockeros, salseros o ¡Dios mío! bélicos.
Posdata: como fui hijo único crecí en una casa silenciosa. A las seis de la tarde, el movimiento incesante de la mañana se suspendía y sólo aparecían los pasos de mi papá, de mi mamá, de Víctor y de Sara su mamá, quien era la sirvienta. La casa se ponía en modo “gato” y ronroneaba de vez en vez. El sonido de los pasos se amplificaba, pero llegaba un instante en que todos los sonidos eran atrapados en la red del silencio y los ruidos parecían hacer lo mismo que nosotros: dormían. Y nadie soñaba pesadillas, porque, en la inconsciencia, sabíamos que el mundo descansaba. El silencio es el mayor descanso para el espíritu.
¡Tzatz Comitán!
