lunes, 17 de octubre de 2011
CARTA ABIERTA A LA DIRECTORA DE CONECULTA-CHIAPAS
I
Respetada Licenciada Marvin Lorena Arriaga Córdova: escribo esta carta con el afán de compartir con Usted y con los lectores una pregunta que, por ratos, aunque no me quita el sueño ¡sí me alerta!: ¿cuál es la obligación del Estado para difundir las artes?
Permitirá que este tema central derive, como un río caudaloso, en afluentes menores que van a dar a otras orillas. Y una de las otras orillas es la transcripción fiel de una serie de cartas que, a través del correo electrónico, envié a la Lic. Ana María Avendaño Zebadúa, Directora de Publicaciones, de la Institución que usted dirige (la primera carta -misiva, dirían los clásicos- la envié el 10 de agosto del presente año y la última el 3 de octubre).
En los mensajes que envié uso algunas palabras de esas llamadas picantes. Soy un convencido de que todas las palabras contenidas en el diccionario son hermosas y sus sonidos son como goteo de agua clara. A veces, como si estuviese en un jardín japonés, escucho la gota sobre la piedra del lenguaje y algo como un aleteo Divino me refresca. En Comitán, mis afectos saben que, en pláticas amistosas, empleo todas las palabras sin distingo (nunca he discriminado alguna voz, todas conforman nuestro maravilloso código de comunicación). Con Ana María tengo una relación amistosa y por esto me permito emplear palabras que ella tolera -imagino- con una sonrisa de atardecer tuxtleco. Usted, así en corto, con sus afectos, ¿no se avienta una que otra palabrita de chubasco?
¿Cuál es la obligación del Estado para difundir las artes? No pregunto ¿por qué es importante difundir el arte?, porque eso está fuera de toda discusión. Es importante su difusión porque el arte ¡es vida!, y la obligación del Estado es trasfundir vida a la patria y a sus moradores. ¡Esa es su principal misión! En el Programa Cultural Chiapas 2010-2012 (que se puede consultar en la página electrónica de Coneculta-Chiapas) hay un apartado que promete: “Fortalecer el apoyo para escritores y artistas chiapanecos”.
Pienso que ustedes han dado la mejor respuesta a la pregunta que, no me desvela, pero sí me alerta: ¿cuál es la obligación del Estado para difundir las artes? ¡Apoyarlas y fortalecerlas! En un país con gran riqueza cultural, pero con grandes atrasos sociales, la difusión y promoción del arte es una alternativa real. Si el Estado fomenta el arte, los jóvenes soñarán con ser de grandes algo más que “Chicharito” o “El Vítor, de Cien Mexicanos dijieron”. No es bueno para la patria que toda su juventud aspire a ser futbolista o un simple comediante simple. ¿Cómo puede darse el retorno al humanismo y a los valores fundamentales en que se ha sustentado el crecimiento intelectual de las grandes sociedades? ¿Cómo contrarrestar los signos de violencia que se trepan a todas nuestras nubes, actualmente? ¡Ya ustedes lo dijeron: a través del fortalecimiento del apoyo a los creadores! (en nuestro caso, de los “escritores y artistas chiapanecos”).
Pero, usted lo sabe, el propio ideario del actual gobierno lo manifiesta: “Hechos, no palabras”. Si la palabra no conlleva a la acción ¡es letra muerta! Y la letra muerta, ¡Dios mío!, pudre los espíritus de los hombres.
¿Cómo se apoya y fortalece al espíritu de la creación chiapaneca? ¿En qué espacio escuchamos las voces de los poetas y narradores chiapanecos? Sí, sí, sé qué se abren espacios, pero debe admitir que el balón de fútbol, por ejemplo, es inmenso con respecto a la matatena de la literatura. Y el deber de Coneculta-Chiapas es poner a jugar matatena a más jóvenes en intento de abrir una hendija de gracia en su corazón para sembrar luz en su pensamiento. ¿Estoy equivocado?
II
Este arguende sale por una cuestión meramente personal. ¿Entonces por qué hago público algo íntimo? Porque, a la vez, tiene que ver con el hilo que tuercen los creadores chiapanecos, todos los días.
Para que sepa por dónde va el agua de este río, comparto el primer mensaje que dirigí a la Directora de Publicaciones de la Institución que Usted dirige:
Querida Ana María, me has de soñar ya, porque a cada rato estoy jodiendo.
Comparto contigo mi alegría porque hoy envié mi segunda novelilla. ¡Es una bendición de Dios poder contar con estos chunches electrónicos y compartir con los afectos y lectores mi creación! Como te he dicho, soy muy consciente de mis limitaciones. No soy poeta y, sin embargo, ya Coneculta me editó un librincillo. Pero sí me asumo como narrador y entonces esta novelilla me produce chentura. ¿Es buena? No lo sé, yo qué voy a saber. El único referente que tengo es que mis “Arenillas” gustan a más de dos. Por esto, de manera respetuosa, te lanzo un reto amistoso: ¡Leé mi novelilla!, por favor. Leé no más de veinte páginas. Si al llegar al final te aburrió y pensás que vale madres, ¡botala, mandala a la chingada! (mandala, en comiteco, suena a ese maravilloso concepto hindú). Pero, si la novelilla (apelo a tu capacidad lectora) no te disgusta y le seguís entrando y llegás al final ¡tenés que publicarla! Mil ejemplares, una portadita decente, pero eso sí, interiores no tan jodidos como los de “Conjuros” (vos y yo sabemos. Soy editor, la impresión de los interiores está para llorar). La tenés que publicar porque sería imperdonable que Coneculta, la Marvin y vos ignoraran mi trabajo. En este caso no pido favor ni me hinco ante ustedes, simple y sencillamente pido que cumplan con su labor de difundir la obra de los creadores chiapanecos.
Claro, si, como dije antes, la novelilla, de acuerdo con tu criterio inteligente y honesto vale una pura y celestial chingada ¡mandala (de nuevo) al mismo territorio! Y tan amigos. Pero eso sí, te pido, por favor, no ignorés este mensaje y, después de tu lectura de veinte páginas que te suplico leás, me digás tu comentario. Estaré pendiente de tu respuesta. Este correito lo hago en términos de amigos, pero con carácter serio, de un creador chiapaneco a una autoridad cultural de nuestro Chiapas. Comentáselo a la Marvin, nada me daría más gusto que así como me saluda de lejitos, ahora tuviéramos un acercamiento real y ella también aceptara el reto amistoso y leyera las veinte paginitas que pido (lástima que no tengo su correo. Bueno, tal vez sea mejor, porque si no respondiera mi mensaje, me sentiría menospreciado).
¿Cuánto tardás en leerlo? Este fin de semana lo podés hacer. Servite un cafecito, arrellanate en tu sillón favorito y dedicale diez minutos a tu amigo, diez pinches minutos te
pido, no más. ¿Es posible? Apelo a tu generosidad y a tu profesionalismo en el encargo que ahora tenés.
Te miré muy movidita acá en Comitán, me dio gusto mirarte, siempre de lejos. Mis afectos saben que soy escaso, no soy mamón ni pendejo ni orgulloso. Más bien, siempre he sido tímido. Va pues mi cariño para vos.
Hasta acá el correo, enviado el 10 de agosto del presente año. Le cuento que mi primera novelilla breve la escribí hace como cuatro o cinco años, se llama “Dios también resuelve crucigramas” y es una novelilla sencilla (como todo lo que hago). La que compartí (como libro digital) el día que envié el correo se llama: “Yo también me llamo Vincent” y, gracias a Dios, a la fecha ya ha sido leída por varios lectores que me han expresado sus comentarios (es un privilegio de autor saber qué reacciones provocan sus “provocaciones”).
Ahora que conoce el contenido de mi petición hacia Ana María, Usted me puede decir si incurrí en algo que estuviese fuera de mis derechos como creador chiapaneco. Incluso dejé abierta una ventana para que ella mintiera y respondiera que la había leído y no cumplía con el mínimo de calidad. Pero ella es una funcionaria honesta y jamás actuaría así. Por eso dejé que el aire entrara a toda la habitación. Ahora aprovecho para agradecer a Ana María su integridad intelectual.
¿Cuál fue la respuesta? Se la cuento en la próxima entrega, porque ahora ya se agotó el espacio.
III
Cinco días después de mi correo, envié un recordatorio en estos términos:
Querida Ana María: tengo espíritu “Cortazariano”. Julio respondía cada carta que le llegaba. Parece que vos no sos así.
No obstante, te suplico me hagás saber tu comentario acerca de mi petición del mensaje anterior.
Te lancé un reto amistoso (como lo hice con todos mis afectos). En tu caso hay una diferencia, porque además de mi amiga sos funcionaria de este rollo donde se publican los librincillos.
Espero que respondás porque de lo contrario, en lugar de un reto amistoso, vos me estarías enviando un reto “inafectuoso”, dado tu silencio.
No deseo causar molestias, por eso me recarga dirigirme a las autoridades, pero entiendo que no hay otro camino para evitar el desmadre que existe en este país. Vos sabés que el suceso ocurrido a Efraín Bartolomé tiene mucho que ver en la desidia de las autoridades “culturales” que no cumplen con su deber de poner libros en manos de la juventud y niñez mexicanas.
Sigo pensando que, como dice Angélica, sos chingona en tu chamba. Por el bien de la patria, no quisiera modificar tal impresión.
Te mando un abrazo.
Ante este reclamo, Ana me escribió el mismo día, muy atenta, lo siguiente:
Estimado Alejandro, sin duda la leeré lo más pronto posible y te escribiré de nuevo, un abrazo.
Yo, igual que medio mundo, entiendo que el tiempo de los funcionarios públicos es diferente al tiempo de los mortales comunes. Así lo demuestra la profusión de las palabras del escritor y el laconismo del mensaje de la funcionaria. Por lo mismo, sólo pedí la lectura de veinte páginas (claro, estaba latente la posibilidad de que a mi lectora llamara su atención la novelilla y entonces, como cualquier lector, le destinara más tiempo, pero ya por placer, por el bendito placer de la lectura). El placer de la lectura se asume como una gracia bendita de quienes laboran en maceteros donde crece la vaina del arte. Mi inmediata respuesta fue:
Gracias, querida Ana María. Estaré pendiente. Un abrazo.
¿Cómo se traducen diez minutos del tiempo de gente de a pie al horario de los funcionarios? ¿En horas, en días, en meses, en años, en sexenios? El “primo de un amigo” me ha contado la desesperación que ha padecido al recibir una y otra vez la promesa de atender su asunto sin ver que tal asunto ya no digamos que camine sino que cuando menos deje de estar sentado. ¿Y la patria? ¿Cómo es el tiempo que necesita la patria para andar como debe andar? Mi padre decía que “el tiempo perdido, los santos lo lloran”. El tiempo, respetada Licenciada, es un motivo esencial en esta carta. El tiempo es el cordel y la vida ¡el trompo! Si no le damos con fuerza al cordel ¡el trompo cesa su movimiento! El movimiento, entonces, respetada Licenciada, es un motivo esencial en esta carta. La parálisis contagia y envenena. Mucha gente coincide conmigo (o, más bien, yo coincido con ellos) en que nuestro país está inmerso en una burbuja estática. Si el país aún no se paraliza es porque, a diario, millones de personas de a pie (incluidos los creadores) le trasfunden savia.
El 21 de agosto, con pena, con cierta vergüenza, metí una cuñita:
Querida Ana María, conozco el lenguaje de los políticos y los funcionarios que actúan como tales: “La leeré lo más pronto posible”; “Te escribiré de nuevo”; “Llámame luego”; “Pronto te tendré una respuesta”; “Se está atendiendo su petición”.
Por esto insisto: diez minutos y tu comentario de lectora y de amiga.
Un abrazo.
IV
Se entiende que al pedir los famosos diez minutos alentaba una esperanza: la esperanza de que mi respetada y avezada lectora encontrara algo de luz en mi novelilla y con eso el aval para una digna publicación en papel. ¿Para qué? ¿Un acto de vanidad? ¿Me permite invitarla a un juego de imaginación? Imaginemos a Julio Cortázar (uno de mis maestros más entrañables) en su departamento de París, imaginémoslo viendo sus libros publicados. ¿Qué acto de vanidad puede existir en un escritor famoso, metido en una buhardilla, regodeándose con sus libros publicados? ¿Tiene alguna importancia en la expansión del universo? ¡No lo creo! Parece que la importancia de los libros de Julio radica en los millones de corazones y espíritus que ha tocado y seguirá tocando. La importancia del libro impreso radica en el maravilloso acto de abrirlo y leerlo tomando una taza de café; en medio de una plaza; brincando adentro de la combi que brinca los baches en las calles de Tuxtla (o de cualquier ciudad de Chiapas); trepado en la rama de un árbol; sobre un columpio; recostado en las piernas de la mujer amada o del amado; en una hamaca; frente al mar; al amar. El libro no hace más o menos escritor al escritor, el libro ¡hace más humano al lector! La vanidad del autor es irrelevante ante el corazón iluminado de quien lee a Sabines, a Efraín Bartolomé, a Gustavo Ruiz Pascacio, a Gabriel Hernández, a José Martínez, a García Márquez, a Saramago, a Jesús Morales Bermúdez, a Heberto Morales Constantino. Las decenas de horas ensartadas en la soledad para el acto de creación encuentran su justificación en el instante que se prende la luz de un cerillo en el corazón del lector. Así, entonces, los libros son importantes para el hombre de a pie, para el lector, y no para el ego del autor. La fama, cuando llega, es un mero sucedáneo, una mera tea que no alumbra más que el rincón donde el escritor sigue, necio, terco, escarbando los agujeros negros del espíritu. Así que la impresión de un libro no es un acto de soberbia para el autor, sino un acto de humildad ante el asombro del lector. El autor abre las manos y, generoso, entrega la semilla para la tierra. Es responsabilidad del Estado propiciar dicho encuentro, a través de instancias culturales como la que Usted dirige. A veces vemos que el gobierno federal manda imprimir un texto de Carlos Fuentes con un tiraje de miles y miles de ejemplares y los que amamos a la patria pensamos que ¡eso es prender un cerillo que exorciza oscuridades!
Un cerillo, ese fue el objeto que me alentó. Cuentan que a Einstein le preguntaron cuál era el descubrimiento más memorable en la historia de la humanidad y él dijo: ¡el cerillo! A Ana le pedí hallara, en esos diez famosos minutos, algo como la flama de un cerillo. Si esto no sucedía, pues entonces le pedí usara el cerillo para quemar la novelilla. Por ello, el 29 de septiembre (un mes y medio después de la respuesta donde ella ofrecía leer la novelilla “lo más pronto posible”) escribí:
Querida Ana, con respeto te recuerdo que el 10 de agosto te hice un “reto” amistoso; el 15 prometiste regalarme diez pinches minutos para la lectura de la novelilla y darme tu opinión; es 29 de septiembre y miro que has ignorado mi petición. Insisto en mi petición inicial: diez minutos, veinte páginas, no más. Si vale madres lo botás, si no, estás en el compromiso de publicarla. ¿Debo hablar con la Marvin? Espero tu amable respuesta. Un abrazo.
Un cerillo, apenas un cerillo. Esto somos los creadores. Los funcionarios están acostumbrados a estar frente a reflectores, tal vez por esto, en ocasiones, se mimetizan y se piensan eso: reflectores, ¡lámparas incandescentes!, ¡faros equiparables al de Alejandría!
El 3 de octubre recibí amable y tolerante respuesta:
Estimado Alejandro: pues aquí me tienes, el tiempo no es mi aliado y no me había sido posible responderte.
El “reto” amistoso, como has dado en llamarle fue eso, amistoso. “La leo y te comento, claro que sí, te dije”. “Si vale madres lo botás, si no, estás en el compromiso de publicarla”, me dices. Como tu amiga, agradezco que me tengas en esa consideración, te digo honestamente no puede haber ninguna obligación de publicarla, pues estaría trasgrediendo el derecho de otras personas que, como tú, buscan la publicación de sus obras y para ello las han hecho llegar al Consejo para su valoración.
Fue un “reto” amistoso Alejandro, repito tus palabras. No es apuesta, mucho menos oficial.
Espero tengas la paciencia para esperar mis comentarios sobre tu novela.
Un abrazo sincero.
A veces, respetada Licenciada Marvin, se me da la ironía. El comentario que ahora hago está exento de ella: la respuesta de Ana María es digna del encargo que tiene. La sigo considerando una mujer que responde con ética al encargo que Usted le designó. Lo único que lamento como amigo, de veras, es que, hasta la fecha, sigue sin regalarme los famosos diez minutos.
V
Comencé esta carta preguntando: ¿Cuál es la obligación del Estado para difundir las artes? Si el deber de las instancias culturales públicas (léase Coneculta-Chiapas) es el de procurar guías para abrir ventanas al espíritu, creo que una responsabilidad es el respeto hacia el acto de creación.
Ante la atenta respuesta de Ana María respondí, el mismo 3 de octubre:
Sí, querida Ana, tenés razón, yo jamás sujetaría mi obra a la “valoración” de un Consejo. En algunos concursos de “poesía” que he participado -en Chiapas- luego me entero de jurados que son más mudos que yo para escribir y eso me parece una falta de respeto. Como te he dicho siempre ¡soy muy consciente de mis limitaciones!, pero, eso sí, soy muy respetuoso de mi obra. Sé en dónde está colocada, por sí misma, no por amistades, no por actos donde tenga que arrastrarme. Por encima de todo tengo muy en alto el concepto de dignidad. Pensé que, al escribirte, daba oportunidad a Coneculta Chiapas de valorar, con honestidad, una obrita sencilla, muy sencilla, alejada de pretensiones vanas, pero con un camino certero. Pensé que podía incidir en el camino que Chiapas debe tener. A veces se publica tanta basura, pero, bueno, olvidalo.
Olvidá mi reto “amistoso”. Olvidalo. Pasa nada. Cuando decidí publicar la novela en línea, decidí dejarlo todo en manos de Dios. El correo que te envié sólo fue un guiño para saber si ustedes, las autoridades culturales, podían reconocer en mi obra algún hilo de luz que pudiera dar luz a Chiapas. Así que no te preocupés. Olvidalo. Pasa nada. Amigos como siempre.
Hay gente que le va al “América”, gente que le va al “Guadalajara”, incluso hay mudos que le van al “Jaguares” (Dios mío) por decreto. Yo no le voy a alguno de estos equipos, sólo juego -con toda el alma- con el equipo que se llama Chiapas. Los creadores ponemos el corazón por Chiapas, desde siempre (vos lo sabés), son los funcionarios quienes no ponen a Chiapas en su corazón (vos lo sabés). ¿Todo mundo hace fila en esa fila que me decís, para ser publicado? Por supuesto que no. Yo no me coloco en la fila de los amigos, ni de los recomendados, ni, tampoco, en la fila interminable de los que hacen fila toda su vida. Me coloqué, un ratito, en el lado de tu corazón, mi amiga, pero, como vos intuís, perfectamente, no necesito hacer alguna clase de fila. Si me atreví a lanzarte el reto amistoso fue porque pensé que vos abrirías la puerta, sin sugerir la grosería de pasar a la ventanilla donde está el Consejo: ¡que el Consejo coma las plumas de otros polluelos!
He visto cómo en esos equipos mediocres que te mencioné arriba existen gentes especializadas que acuden a los campos llaneros y buscan los talentos.
En el equipo de ustedes, según me contás, es al contrario, la gente tiene que hacer fila y como esto no es fútbol para constatar la calidad del juego en la cancha, a cada rato nos meten cachirules. ¡Qué horror! ¡Qué pena!
No te preocupés, mi obra camina sin necesidad de muletas, por obra y gracia de la mayor gracia y obra del universo: Dios, que está por encima de patios mediocres.
Prometo no volver a fastidiarte, sé que el tiempo no es tu aliado y te resulta casi imposible dedicar diez pinches minutos a tu amigo. ¡Qué pena!
Te mando un abrazo y, como siempre, a Dios le pido que todo vaya bien en tu parcela.
Hasta acá mi intercambio epistolar con Ana María. Ahora ¿sí me permite ser tantito irónico? Fueron 54 días, o lo que es lo mismo: mil 296 horas, o lo que es lo mismo: setenta y siete mil 760 minutos en donde solicité, con todo respeto: 10 minutos.
Por esto pregunto: ¿qué sucede con mis compañeros artistas que, desde la banqueta de enfrente, solicitan apoyos? Si yo, que me precio de ser amigo de la Directora de Publicaciones; si yo, que soy periodista y tengo acceso a este medio; si yo, que como creador llevo metido en el tachilgüil de la literatura más de treinta años, ¡tengo este trato!, ¿qué será de los jóvenes, los que comienzan, los que andan en los campos llaneros del arte?
VI
Respetada Licenciada Marvin, no podemos irle a Los Jaguares por decreto. La afición por el deporte se da desde el corazón, más que por la razón. Y como todo amor, el amor al fútbol nace desde el conocimiento. Dicen los que saben que no se puede amar algo que se desconoce. ¿Cómo, entonces, se da el amor al arte? Sin vendas en los ojos y sin vendas en el entendimiento. La única manera de acceder al arte es a través de los sentidos: necesitamos oler, palpar y mirar el arte. Necesitamos tenerlo como el pan nuestro de todos los días.
Todos los días a todas horas estamos expuestos a una inmensa avalancha de productos culturales sintéticos. Nos hace falta el trigo para nuestro pan integral, el que da agua para alimentar nuestros sueños y nuestros deseos. Nos hace falta lo auténtico ¡para crear una sociedad auténtica!
Hablo a título personal. Si en mí estuviese le cambiaba el Festival Internacional Rosario Castellanos por talleres, por espacios donde los niños y jóvenes aprendan a querer el arte. Se lo cambiaba por una mega pantalla para instalarla en el parque central de mi pueblo (su pueblo, también) para que todo mundo, a la hora de caminar, a la hora de estar sentado en las bancas o en las gradas, a la hora de tomarle la mano al amado o a la amada embarraran en su corazón un concierto con la Filarmónica de Nueva York o un toquín de un grupo de jazz de Finlandia. Sería maravilloso que a la hora en que los chiquitíos jugaran resbaladilla en las piedras lajas, pudieran ver una función de títeres de Alemania. Que los viejos de este pueblo se sorprendieran con el Ballet Bolshoi o con una exposición de pintura. La tecnología actual permite que, a través de pantallas, el mundo llegue hasta nuestros patios. Es deber del Estado ofrecer alternativas culturales a los pueblos. Reproducir lo que los emporios televisivos nos sambuten día a día ¡es un desacierto! Debemos abrir las manos, de manera generosa, y decirle al mundo de acá que, como decía la Chayo, “hay otros modos de ser”.
Si en mí estuviese le cambiaba el Festival Internacional Rosario Castellanos porque el famoso festival ya no tiene algo de Internacional y sí muy poco de Rosario. Es un simple festival.
En fin. Agradezco su tiempo en la lectura de esta carta. Espero, con todo respeto, un comentario ante lo expuesto.
Le ofrezco mis obras ¡para Chiapas! ¿Puede Usted dedicarme los diez minutos? No sé bien cómo funciona esto de una petición ante una instancia gubernamental. Sé que es un Derecho Constitucional que ante toda petición realizada, con comedimiento y respeto, la autoridad tiene la obligación de dar respuesta puntual. Si mi novelilla (“Yo también me llamo Vincent”) tiene algún mérito, aunque sea menor, debe procurársele aire, mucho aire, para que vuele, en nombre de nuestro estado. Usted, como la autoridad máxima en materia de promoción de las artes de Chiapas, tiene los medios para promover el talento de esta olvidada zona del mundo y tiene la obligación moral de cumplir con el programa de Coneculta-Chiapas en el fortalecimiento de apoyos para creadores.
Desde el 10 de agosto la novelilla se ha leído. He tenido (privilegio de autor ante la duda de la efectividad de su mensaje) algunas opiniones. El poeta Roberto López Moreno, Premio Chiapas, y amigo personal suyo, me escribió y dijo: “…es la mejor novela que se ha escrito en Chiapas en los últimos diez años.”. Este comentario me advierte tres caminos: primero, su afecto de río desbordado; segundo, su desconocimiento, por distancia, de novelas escritas por chiapanecos, que son de factura impecable; y tercero, que la experiencia de un gran lector y creador da el aval para decir que mi novelilla ¡no es tan mala!, y, por lo tanto, merece, cuando menos, la atención de las autoridades culturales de Chiapas (el Doctor Sarelly Martínez también hizo favor de escribir un comentario donde señaló defectos y virtudes, concluyendo en que la novelilla es un “libro ligerito, sabroso”).
Soy un escritor y artista chiapaneco, reclamo apoyo de la máxima instancia cultural de mi estado. Claro, siempre y cuando exista el mínimo decoro en mi acto de creación. Le mando un abrazo, con respeto, y quedo en espera de respuesta.