lunes, 3 de octubre de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL AGUA QUE HAS DE BEBER TIENE BACTERIAS COLIFORMES




Querida Mariana, no creo en los refranes. Eso de que son consejos sabios ¡no va conmigo! Te pongo un ejemplo: “Con la vara que midas ¡serás medido!”. ¡Que sea menos! No creo que Moisés haya sido medido con el mismo cayado con que midió al Mar Rojo, ni que el Mar Muerto haya sido medido con la misma vara con que fue asesinado. No, mi querida muchacha, los refranes se aplican con la misma insolencia e ignorancia que la “vitacilina” se aplica a toda raspada. Todo hombre es medido con diferentes varas, dependiendo de su tamaño y de su tozudez. Un enano puede medir a un gigante con una vara enorme, pero es un despropósito que el chaparrito sea medido con la misma vara.
Los niños de los años sesenta fuimos “medidos” con varas escolares. La mayoría de maestros nos azotaba con una vara. ¡Ah -cuentan- las varas de membrillo eran las preferidas de los maestros más perversos, por su flexibilidad y por su dureza! Algunas de esas varas se hicieron famosas porque, al estilo de los caballos de los personajes egregios de la historia y de la literatura, tenían nombres apoteósicos: una se llamó “Dalila” y no había niño Sansón que la soportara.
Con el aval de otro refrán estúpido: “La letra con sangre entra”, los maestros se daban gusto empleando las varas. El maestro exigía aprender de memoria las capitales de los países del mundo. Me da pena decirlo ahora, pero no recuerdo cuántos países había en ese tiempo. Con esto que acabo de escribir, el lector ya se dio cuenta que nunca, ¡nunca!, aprendí los nombres de las capitales. Fui de los niños que recibió en las manos los azotes de la “Dalila”. Bastaba un simple titubeo para que el castigo apareciera: “¿Budapest?”. ¡No, no era Budapest! El maestro hacía la señal, los niños desaplicados colocábamos las manos como lo hacíamos cuando revisaban si las teníamos limpias y cerrábamos los ojos. Dos varazos aguaban nuestros ojos y salíamos al patio a seguir repasando la lección.
¿Fueron medidos con la misma vara nuestros maestros fustigadores? ¡No! Al contrario. Crecimos y en nuestro corazón sólo dimos cabida al agradecimiento. Dicha muestra de afecto la cobijamos cuando reconocimos que ser maestro es una labor pesada. ¿Cómo moderar los reparos de cincuenta animalitos desbocados?
Las varas con que medimos son diferentes a las varas con que nos miden. ¿Carlos Slim es medido con la misma vara con que él mide? Parece que no. Los poderosos siempre tienen varas que parecieran medir en el sistema inglés de pulgadas y de pies (por esto, tal vez, es frecuente tener una sensación de ser pisoteado ante la presencia de un poderoso).
Los refranes, querida mía, son intentos de diseñar el mundo desde la perspectiva de los que poseen las varas. A veces me rebelo ante estos absurdos y trato de medir a los otros sin pensar en que la misma vara me será aplicada. La naturaleza aplica a cada ser humano una medida única, precisamente porque somos únicos. Algunos merecen un trato con vara de membrillo y otros con vara de bambú o con vara de nube.
Pd. ¿De qué sirve saber que “no por mucho madrugar amanece más temprano” o que “al que madruga Dios lo ayuda”, si cada ser humano tiene su propio concepto de “temprano” y de “ayuda”? No es lo mismo recibir ayuda de un hombre generoso que de un político prepotente. ¿Quien es creyente cree que Dios ayuda? No creo que este concepto esté incluido en el diccionario Divino. Incluso pienso que Dios no nos mide con alguna vara porque las varas no sirven para medir el espíritu del hombre. Si los maestros de los años sesenta usaron varas fue porque no eran dioses y por esto es que, en el recuerdo, somos condescendientes con ellos.