miércoles, 19 de octubre de 2011

UNA TARDE DE TÉ DE MENTA




Mónica, mi sobrina de seis años, me preguntó: “¿Qué haces?”. Yo leía, leía “Cartas a los Jonquières”, correspondencia de Julio Cortázar. “¿Me lees?”. ¡Ah, qué fastidio! Por lo regular soy tolerante, pero a Mónica me resulta muy difícil sobrellevarla. ¡Pregunta todo, se mete en todo! “¿Me lees?”, insistió un segundo después. Pensé en leerle la mano: “Acá dice que debes encerrarte dos días en tu cuarto porque algo grave le sobrevendrá al mundo”, pero no lo hice porque ella comenzaría a preguntar “qué tan grave”; “¿sobrevendrá significa que alguien enviará un sobre?”; “¿alguna parte del mundo se salvará?”; “¿nosotros estamos parados en la parte que saldrá más dañada?”. ¡Sí, Mónica, pregunta todo! Quienes la conocen no me dejarán mentir; quienes la conocen se pusieron de acuerdo el otro día para darle a su maestra del primer grado la Medalla al Mérito, en Grado Máximo, pero un día antes la maestra metió un permiso de seis meses, sin goce de sueldo. ¿Y la mamá? Ah, la mamá ¡dalay, dalay! En las tardes trabaja, así que a Mónica la “recomienda” con su abuelita o con sus tíos. Y hoy, hoy precisamente que acabo de recibir el libro de Cortázar, desde Gandhi, México, ¡me tocó cuidarla! ¡Me toca cada quince días! Es una prueba que Dios me envía y la sobrellevo con la dignidad que el empleado del circo levanta los excrementos de los elefantes.
Un segundo después del anterior, insiste: “¿Me lees?”. “Te leo, pero si prometes no interrumpir”, le advierto. “Sí, tío, lo prometo”, dice con su carita de gallina a punto de ser atacada por un tlacuache. Se sienta sobre mis piernas, casi casi sobre el libro. ¡Dalay, dalay!, me digo.
Reanudo mi lectura, en la página 175. Lo hago en voz alta, para compartir con Mónica: “…dile a María que la abrazamos con todo cariño, y a Marisandra que no se coma tus pinturas, salvo el naranja que como su nombre lo indica es un rico postre”.
“¿Marisandra se come las pinturas?” No, digo. “¿Es sólo un nombre o son dos: Mary y Sandra?” ¿Qué me prometiste?, digo. Y ella: “Me gustó lo del color naranja. Los fabricantes de pinturas deberían hacer los colores con sabores. Como dice el señor, el color naranja ya no tienen qué inventarle nada. Pero, tío, si tú fueras inventor de sabores de colores, ¿qué sabor le pondrías al rojo? Yo le pondría sabor de sandía. El amarillo no tiene chiste, siempre sabrá a plátano. A mi mamá le gustan los plátanos dominicos, dice que tienen más sabor. ¿Y el azul? El azul debe tener el sabor de la nieve que vende don Chema y que tiene el color verde. Esto es así porque don Chema está confundido y no lee lo que tú y yo leemos, ¿verdad? ¿Cómo dices que se llama el escritor? ¡Ah, ya, ya, ya me acordé! Es el del cuento del otro día, ¿no? El del osito que se mete adentro de las tuberías de los departamentos de París y limpia el hollín con sus pelitos. Acá en Comitán el osito no tendría trabajo, porque ¡ni hay ositos, ni hay trabajo de limpiatuberías! Tío, ¿por qué acá no hay ositos? Bueno, yo tengo un osito, pero es de peluche y no dejo que mi mamá me lo quite. Tío, ya no me dijiste si Marisandra sólo es un nombre o son dos; si es nombre de una persona o es de dos. ¿Te acuerdas que el otro día me leíste poemas de Álvaro de Campos que es heterónimo de Pessoa? ¿Son dos en uno? ¡No, son tres! ¡No, cuatro! Cuatro poetas en uno, ¡qué huevos de gallina!, ¿verdad tío? ¿Marisandra es dos en una o es una en dos? ¿Como los tres mosqueteros que eran uno para todos y todos para uno? ¿Por qué los adultos tienen esa costumbre de no respetar los números y dicen que los tres mosqueteros eran cuatro?”.
Algún lector de El Heraldo podrá pensar que exagero. El día que guste lo invito a venir a Comitán para que conozca a Mónica. Lo reto a que esté dos horas con ella, no más. Claro, le advierto que debe traer una buena dotación de sobres de Dalay, acá -lo prometo- tendré té de tila y música de Debussy.
No, le digo a Marisandra, Mónica es un solo nombre. Mi sobrina ríe, se tira en el suelo y patalea de la risa. Se ríe porque me confundí con los nombres. ¡Dios mío, es que esta niña debe ser como treinta niñas en una! Y yo, Dios mío, yo soy un simple uno, un simple tío.