sábado, 17 de marzo de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO TODO ES UNA FIESTA




Querida Mariana: fiestas hay en China, Japón y Australia, pero ¡los guateques comitecos no tienen comparación en el mundo! Acá, las fiestas incluyen una rara costumbre que se llama: “Se perdió la llave”. Creí que dicha práctica ya estaba proscrita, pero ¡ay Dios!
Emilio nos invitó a comer el día de su cumpleaños. Margarita mandó a poner una mesa debajo del árbol de aguacate. Poco a poco los amigos fuimos llegando, caminamos en medio del sendero de cipreses y macetas llenas de margaritas hasta llegar al corredor; ahí Emilio nos recibió para darle su abrazo. Él dejaba los regalos sobre una mesa cuadrada y nos ofrecía una bebida. En Comitán (tal vez en todos los pueblos del mundo) lo primero que se ofrece es una bebida. Y como Cristo dijo que es bueno “darle de beber al sediento”, ahí tenés a medio mundo sintiéndose muy cristiano al ofrecer agua revuelta con brandy o güisqui; y, de igual manera, ahí tenés a medio mundo poniendo cara de chucho en medio del desierto para recibir el cuenco lleno de taberna y satisfacer la sed. La mitad de los amigos pidió güisqui con hielo, mucho hielo, porque, a pesar de los frentes fríos que nos ensartan alfileres de hielo, ya comienza a sentirse el calorcito de Semana Santa. Los bolos, lo sabés bien, siempre tienen pretextos para enjuagar el cogote. Martín dice que en el buche tenemos el espíritu, por esto hay que bendecirlo a diario con vino, que es la sangre de Cristo. ¡Haceme el favor!
Me senté casi casi junto al tronco del árbol, donde un colibrí jugaba a libar una campanita blanca. “¡Mirá -dijo Elena- ese chuparmito en el quiebracajete!”. ¡Ah, me dio mucho gusto oír esas dos palabras comitecas en los labios de mi amiga!
Dos chiquitíos comenzaron a servir las botanas sobre el mantel blanco, tan blanco como el sueño de quiebracajete que nunca tuvo Van Gogh. Emilio, desde el corredor, preparaba las bebidas. Armando llegó y saludó a todos levantando la mano. “Me voy a sentar acá”, dijo y retiró la silla plegable, pintada en azul. Afuera, en la calle, se oía el ajetreo del día. Era la hora de salida de la escuela. Rocío dijo: “El tráfico está insoportable”. “Sí, vos, Comitán se está volviendo insoportable con tanto carro”. “¿Por qué fregados el Director de Vialidad no ordena el tráfico y elimina las calles de doble sentido que más bien parecen decisiones sin sentido?”, aventó Rocío, pero nadie le hizo caso, porque a esa hora entraron los marimberos; entraron cargando la marimba, en un ritual contradictorio, pues la cargan como si cargaran un ataúd y, sin embargo, cargan la vida, la alegre y jacarandosa vida.
“Cotz con los marimberos”, dijo Armando y pidió una cerveza al niño que sirvió un plato de sangrita sobre la mesa. A esta hora la mesa ya estaba llena de botanas, los chiquitíos, como hormigas habían traído platos con chicharrón prensado, frijoles refritos con chile de Simojovel, tostadas de manteca y guacamole. A esta hora la mesa ya estaba llena de cervezas (de esas de a cuartito). Emilio seguía preparando las bebidas que le pedían: tequila, güisqui en las rocas y un “Torres” puesto.
“Cotz con los marimberos”, volvió a decir Armando, en voz baja. “¿Cómo se les ocurre llegar tan tarde?”, preguntó, ahora en voz alta. “Sí, pues -dijo Rocío-, ya Las Mañanitas van a estar pasmadas”. Como si los marimberos la hubieran escuchado comenzaron a tocar Las Mañanitas, de manera apresurada. Margarita dejó el plato de palmito con rodajas de cebolla en salmuera, se limpió las manos con una servilleta y corrió a abrazar a su marido. Nosotros nos paramos y alzamos nuestras copas. Cuando Las Mañanitas terminaron, los marimberos tocaron una diana diana conchinchín y todos aplaudimos. Emilio hizo una caravana al estilo de los mosqueteros, alzó su copa y la estrelló contra el piso de ladrillo. Armando tomó el micrófono que tenía el del saxofón y dijo: “¡Una bomba para el festejado! Bomba, bomba. Entre abrazo y beso, caricia y apapacho, Emilio pasa su festejo, entre puro borracho”. Y la marimba volvió a somatar otra diana, mientras los invitados celebraban la bomba.
¿Cómo se pierde la llave? Así, con la mano en la cintura. El dueño de la casa, a las siete de la noche, hora en que me despedí, hora en que la calle ya estaba casi desierta y sólo el paso de algunos carros iluminaba las paredes de adobe de las casas vecinas, me dijo: “Se perdió la llave, Alex”. Yo, inocente, pregunté: ¿Pero cómo es posible? Debe haber un duplicado. Armando me quedó viendo, con cerveza en mano, y dijo: “¡Ay, no te pasés de pendejo!”. Yo había disfrutado mucho todas las caballadas que Armando me contó durante cinco horas, ¡cinco horas!
Como ya te diste cuenta, Mariana mía, esto de perder la llave significa que ninguno de los invitados puede salir de la casa. Los invitados podrán retirarse hasta que “la llave aparezca”.
No, le dije a Emilio. Vos sabés que duermo temprano y ya debo irme a casa. Emilio alzó los hombros, ya medio bolo, y dijo: “Ya, ya, estamos contentos que estés acá. Tomá otro té” y, cantando en voz alta esa de “yo sigo siendo el rey…”, con un jaibol en la mano, fue hacia donde Rocío y Manuel bailaban.
Entiendo esta costumbre, pero no la justifico. La llave es un chunche que abre, pero también cierra. En este caso, la llave funciona como elemento que cancela. La amistad tiene como pivote fundamental ¡la libertad! Si vos y yo somos amigos es porque así lo decidimos, de manera libre. Nadie es capaz de obligarte a ser amigo de alguien. ¿Por qué, entonces, en nombre de la amistad, pero con un trato abusivo, alguien atropella el derecho elemental de la libertad?
Quise decirle a Emilio que casi casi me tenía secuestrado y eso no iba a permitirlo. Pero no lo hice porque él y su esposa y los demás amigos bailaban con gusto al ritmo de la marimba, iluminados por el cielo oscuro y fresco de Comitán. Algunos, ya tatarateando, gritaban los gritos que acostumbran los bolos y que tanto se parecen a los lamentos de las urracas que perdieron un anillo de oro.
Caminé por en medio de los setos y chequé la cerradura. La puerta de madera es de mediados del siglo pasado y tiene una cerradura antigua. Oí la marimba a lo lejos, como si yo estuviese en otro espacio, fuera de la fiesta. Porque eso era lo que quería: abandonar el espacio de la fiesta donde había estado contento, pero ya era hora conveniente para retirarse. Me sentí prisionero y me sentí miserable, porque era un amigo quien, con el pretexto de su cumpleaños, me había metido adentro de una celda. “No, no -había dicho Armando-, la llave aparecerá como a las dos o tres de la mañana, siempre es así”.
¡Dios mío!, nunca pensé estar metido en un brete semejante. Una vez, Jorgito, en una banca del parque central, me contó que Tía Maty hacía unos fiestones bárbaros en su casa de La Pila y siempre, siempre, se perdía la llave y todo mundo seguía echando baile y trago hasta que amanecía. Y yo disfruté la historia y celebré la arrechura de los comitecos. Pero ahora, Mariana, que yo era personaje principal del cuento, tenía un sentimiento de impotencia. Saqué mi celular y llamé al maestro Odulio (un amigo albañil) y le pedí llevara una escalera, por favor. Busqué a los chiquitíos que habían servido la botana y ellos, felices con el billete de veinte pesos que les di, colocaron otra escalera sobre la barda donde crece generosa una enredadera. Esperé quince o veinte minutos, sentado en una barda junto a la fuente. El sonido del agua me relajó, un hilo de luz velaba mis ojos. El maestro Odulio me llamó y yo subí por la escalera de los niños. Cuando estuve en el borde superior de la barda, me monté y desde esa altura vi a mis “amigos” bailar y echar trago, felices, llenos de sudor y de emoción, ajenos a mi pesar. Supe, Mariana mía, que mis afectos viven la vida como si ésta fuese un río y dejan que el agua cálida los moje por entero. Yo, ¡qué pena, Dios mío!, no me gusta mojarme, no sé nadar. Supe, niña mía, que pertenezco a otra burbuja. Siempre he sido tímido, apartado de entradas de flores, de tumultos y de manifestaciones. Soy un poco lo que acá dicen “Ish”.
Como si desmontara de un caballo bronco, con temor, pasé mi pierna por encima de la barda y bajé por la escalera de madera del lado de la calle. El maestro Odulio detenía la escalera con ambas manos, había dejado prendidas las luces de su camioneta (camioneta gringa que compró en la frontera, cuando anduvo trabajando en Ciudad Juárez). La calle estaba desierta y sólo pasaron dos carros que se detuvieron tantito para ver cómo un hombre bajaba por una escalera, como si huyera de la casa; como si cometiera un acto ilícito. ¡Dios mío! Me sentí un delincuente, un traidor. ¡Qué tontería! Al bajar de la barda oí como si alguien espolvoreara hojas secas. ¡Era el colibrí! Me dio pena interrumpir su sueño.

Pd. Fiestas hay en todo el mundo, pero como las fiestas comitecas ¡no hay dos! Acá se pierde la llave. ¿Qué le pasa al mundo cuando una llave se extravía? Todo aquello que se guarda bajo llave tiene un significado especial. Se guarda bajo llave el diario personal (para que los demás no se enteren de nuestros sentimientos más íntimos); se guarda bajo llave las joyas (para que a los ladrones les cueste trabajo a la hora de robar). ¿Es correcto guardar bajo llave el corazón de la amada o del amado? ¿Es correcto mantener “en encierro” al afecto cuando el ideal es que la amistad sea como un loro viajando libre por los cielos de Chiapas?
Entiendo lo que hacen los anfitriones comitecos a la hora que encierran a sus invitados y no los dejan salir. Entiendo que es el extremo del cariño; es la forma de decirles que están tan a gusto que no quieren que ellos abandonen la casa. Lo entiendo ¡pero no lo justifico! ¡Cotz para los marimberos y para los que hacen “perdediza” la llave!