lunes, 19 de marzo de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO ALGUNOS CAMINAN POR LAS GALERAS DEL MUNDO




Querida Mariana: Gustavo abrió la ventana de su departamento en el segundo piso, movió las manos y me gritó para que subiera. Yo caminaba apresurado con rumbo a la tienda de don Sebas y la güera. Mi mamá me había hecho el encargo de comprar un litro de leche. Subí por la escalera húmeda, eludiendo las bolsas de sabritas y latas que estaban regadas por todos los escalones. “¿Qué te ofrezco?”, dijo, en cuanto me abrazó y, con un movimiento de su mano, me invitó a sentarme. Llevo prisa, contesté, y él agregó: “Te sirvo un café y te lo tomás aprisa”. Cogió unas hojas de su escritorio y me dijo: “Te llamé porque quiero enseñarte este proyecto” y me entregó las dos hojas. Leí. Él sonrió. “Es buena idea, ¿no?”, dijo, se sentó al lado del escritorio y tomó un sorbo de café. “¡Chin, ya está frío! ¿Qué te parece?”. No sé, dije, es una idea locochona.
Cuando entré a casa mi mamá preguntó por la leche. Debí regresar a la tienda. Minutos antes había bajado de manera apresurada los escalones del departamento de Gustavo, esquivado a una pareja que se besaba en el descanso de la escalera y, con la confusión gozosa de su proyecto, olvidé el mandado.
¿Una Galería de Personajes Sin Lustre? Sólo a él, que no trabaja, se le ocurre andar inventando rarezas. Su planteamiento no deja de tener cierta razón: ¿Por qué sólo los personajes ilustres tienen el mérito de la inmortalidad?
Gustavo dice que abrirá una Sala con fotografías de personajes sin lustre: El mesero que, en la cafetería, por quién sabe qué misterio de la vida, no coloca cianuro en tu taza; el peluquero que se pasa de bueno y nunca te corta; la mujer que no acepta pasar la noche contigo porque tiene una enfermedad venérea; el bebé que no te orina.
Una galería con fotos de aquella gente que pasa inadvertida por la vida y que, sin embargo, hace que este mundo funcione como funciona.
En el primer muro será necesario colocar la foto del conductor que te llevó de Tuxtla a Monterrey y tuvo plena conciencia de que llevaba bajo su responsabilidad a treinta y dos pasajeros, dos niñas de seis años incluidas. El hombre que hizo que horas después (vos durmiendo) llegaras con bien a ver a tus tíos y primos.
¿Cómo se llama el controlador de los vuelos que hace que los aviones no colapsen a mitad del cielo? ¿Quién es esa mujer que te da de comer tacos, en la calle, y, sin que vos lo sepás, usa agua purificada? ¿Quién es el hombre que no embarra de grasa los calcetines cada vez que bolea tus zapatos? ¿Quién el hombre que, en la penumbra del callejón, a las nueve y media de la noche, no saca un cuchillo y te exige, con palabras intimidantes, que le des tu cartera? ¿Quién el enfermero que, sin asco, limpió tu caca la vez que estuviste internado en el hospital?
Gustavo dice que estos son los hombres sin lustre que estarán en su galería.
Cuando mi mamá sirvió la leche buscó el frasco de nescafé en la alacena y lo halló vacío. Sí, dije, voy a la tienda. No sé por qué di un rodeo. No quise toparme de nuevo con Gustavo que, imaginé, seguía en la ventana comentando su proyecto con medio Comitán.
Cuando entré al tendejón vi a la güera, detrás del mostrador, y pensé en preguntarle su opinión acerca de un local donde, por el pago de un peso, pudiera entrar a ver Personajes Sin Lustre. ¿Alguien pagaría por ver gente común y corriente?