miércoles, 21 de marzo de 2012

PARA CUANDO LLEGUE EL FIN DEL MUNDO




“El fin del mundo ocurrirá a las cinco con treinta y dos minutos de la tarde. En el primer minuto del final todo se volverá arena: los árboles, los edificios, la gente y el mar. Poco a poco ese desierto inicial se fundirá con la roca y con el magma y la tierra será más pesada. Será tanto su peso que no resistirá el equilibrio de la fuerza de la gravedad y caerá en el vacío, de la misma forma en que cae el polvo de los techos. En el vacío, como si fuese una canica, chocará contra otros planetas. Tras cada colisión la roca se irá fragmentando, hasta que, de aquella enorme masa, sólo quede algo menos que un grano de arena. ¿Ven? Será como en la cita bíblica: ¡Polvo eres y en polvo te convertirás! La tumba del planeta será el mar del universo. Pero esa mota de polvo es una semilla y, un día aún no establecido, se producirá un nuevo Big Bang y la tierra dará a luz un universo y otra tierra volverá a aparecer en el infinito”.
Así habló Akenatón. Un silencio voló por todo el auditorio al final de su charla. Todo mundo vio hacia el techo como si presintiera que en ese instante iba a derrumbarse. “Es un charlatán”, dijo Mariana, en voz baja. “Hasta acá oí las palabras de la señorita. No, no, señorita, no soy un charlatán”. Puso sus manos sobre el pecho y preguntó: “¿Alguien de ustedes puede decirme cómo comenzó el universo?”. Una sábana negra volvió a cubrir nuestra mente. “El inicio de nuestro universo comenzó hace millones de años en la misma forma. La primera tierra acabó, se fragmentó en millones de pedazos y, del último grano que quedó, con una enorme concentración de energía, brotó el universo”.
Según Akenatón, este proceso se ha repetido durante siete veces. “¡Existen siete universos alternos! Cada vez que una gran explosión aparece, el universo anterior es desplazado. Si nosotros pudiésemos pararnos en la cima del límite veríamos algo como siete lagos unidos, cuya aguas no se mezclan”.
Mariana llegó a su límite, se puso el suéter y me dijo que saliéramos. Yo, que siempre soy tímido y respetuoso de las otras personas, así tengan ideas extrañas, le pedí que nos esperáramos tantito, que ya no tardaba en concluir. “Sí, señor -dijo él-, gracias por su tolerancia. Ya termino. No hay necesidad de que la señorita se altere”. Mariana, ya molesta, me dijo: “Gasté mis últimos cincuenta pesos a lo tonto”. Yo, en afán de paliar su mal humor, dije: “Ay, Marianita, ahora que se acabe el mundo el dinero no tendrá mayor importancia”.
El vidente puso las manos sobre su pecho, hizo una inclinación y todos aplaudimos. La gente comenzó a pararse, entonces él dijo: “Si la señorita sigue pensando que soy un charlatán la reto a que me pruebe. Yo le demostraré que la ciencia de los Siete Mares está de mi lado”. Entonces, Mariana se paró y aprovechó lo que yo había dicho minutos antes: “Como el fin del mundo se acerca ¡el dinero ya no importa! ¿Puede usted regresarme mi entrada?”. El público que aún quedaba rió ante la ocurrencia.
Akenatón, de nuevo, llevó sus manos al pecho y dijo: “Con todo gusto, señorita. Su billete de cincuenta ya está en su bolso” y dio las buenas noches. “Pendejo”, dijo Mariana, en voz baja. El vidente volteó, miró a donde estábamos y rió. Cuando salimos la invité al café de la Casa de la Cultura. Mientras ella revisaba el menú yo miré el cartelón donde se anunciaba el acto del vidente: “Instrucciones para cuando se acabe el mundo. Veinticinco pesos la entrada”. Cuando Mariana lo vio por primera vez, me jaló y dijo que entráramos: “Parece un título escrito por Cortázar. Va a estar divertido. ¿Sí, sí? Yo te invito”.
Ella pidió un café y pay de queso, yo pedí una botella de agua pura, al tiempo. Mariana abrió su bolso y sacó un espejo. “Mierda -dijo- tiramos nuestro dinero a lo tonto”. ¿Y ese billete de cincuenta?, pregunté. ¿Qué no sólo traías un billete?, agregué. Mariana me vio, dejó el espejo y nada dijo.
Yo, por si las dudas, me estoy preparando para cuando llegue el fin del mundo.