sábado, 31 de marzo de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UNA NOVELA ES MÁS QUE UNA NOVELA


Con un abrazo a Víctor y Ari, por su matrimonio. Ojalá muchas nubes buenas, siempre.



Querida Mariana: una novela es un río, un río de palabras que nunca cesa. Yo, lector asombrado, me pregunto: ¿qué prodigio ocurre cuando un escritor comienza a engarzar palabras? Cuando juego a ser escritor, pienso que sólo me ha sido dado el hilo donde ensarto perlas que obtengo quién sabe dónde. Ningún escritor puede dar respuesta exacta a la pregunta: “¿De dónde salen las palabras que luego se convierten en cuentos y novelas?”. El carpintero madrugador de allá de San Sebastián, el que tiene su taller enfrente del Jardín de Niños “Justo Sierra”, cuando mira la silla terminada sabe de dónde salió esa madera y está consciente del proceso de corte y factura, pero ¿de dónde proviene el viento que trae la palabra? En todo proceso de creación existe el misterio del universo.
Estoy contento, porque ya apareció publicada mi novelilla “Yo también me llamo Vincent”, en una edición de Coneculta-Chiapas. Ésta, vos lo sabés, es la segunda novela breve que escribo. ¿Recordás cómo se llama la primera? “Dios también resuelve crucigramas”. Ambas son como riachuelos, y, sin embargo, contienen un titipuchal de palabras. Al escribirlas intenté que sus aguas tuviesen una transparencia literaria que al lector permita gozarlas. No hay peor cosa en la vida que un libro se te caiga de las manos, por aburrido, por soso, por tonto. Los lectores dirán si mis intentos consiguieron el objetivo de escribir novelillas inteligentes y gozosas. La prueba de fuego a la que invito siempre a mis lectores es que lean dos páginas, si quedan con ganas de seguir leyendo, si “se pican”, ¡mi objetivo fue alcanzado! Mi corazón se llenó de tenocté cuando leíste la primera novelilla y me sentí bien chento al saber que te gustó. Respeto tu afición literaria y sé que tus juicios críticos están por encima de nuestro afecto. Sos bien joven, pero sos una gran lectora. En un país donde la lectura no es el pan de todos los días ¡es un prodigio hallar lectoras jóvenes y sabias!
Como todo en la vida hay que volverlo una gran fiesta, he preparado una “Gira Mundial” para hacer Firmas de Libros, en pueblos y ciudades de Chiapas. El 9 de abril estaré en el Centro Cultural Jaime Sabines, de Tuxtla Gutiérrez; el 11 de abril, en el Café del Parque Central, de La Trinitaria; el 12 de abril, en el kiosco del parque central, de Las Margaritas; el viernes 13 ¡en Comitán!, en el “Café, Canela y Candela”; y el 14 de abril, en el “Café Las Nubes”, de San Cristóbal de Las Casas. En todos los lugares estaré de 11 de la mañana a una de la tarde y de 4 a 6 de la tarde esperando a los lectores potenciales. Un afecto me preguntó ¿qué es una firma de libros? Bueno, no es un laberinto. Los escritores asisten a un café o a una biblioteca o a una librería, se sientan en una mesa (siempre es bonito que la mesita tenga un mantel de paño color vino o verde botella) y los lectores que gustan de su obra literaria, acuden para comprar el libro y recibir el autógrafo del autor. A mí me encantan las firmas de libros, ¡odio las presentaciones de libros! Me encantan Las Firmas, porque permiten una cercanía más directa. Ahí, los lectores, mientras el autor firma, se sientan, platican, contestan sus celulares, echan desmadrito y se carcajean como si el mundo fuera la sonrisa del gato en El País de Las Maravillas. En cambio, las presentaciones de libros son aburridonas, los asistentes deben hacer silencio, poner atención a lo que los presentadores dicen en una mesa de honor; si suena un celular los demás miran al propietario como si fuese el máximo delincuente del barrio y lo quieren convertir en sonda espacial para enviarlo a Marte o más allá. Las Firmas de Libros son como la vida sosegada: ¡todo lleno de aire y de papalotes!
Si estás en Tuxtla el 9 me sentiré contento con tu compañía, pero como vas a estar de vacaciones, no te preocupés si no llegás. De lo que casi casi estoy seguro es que el viernes 13 sí me acompañarás, en Comitán. Ahora el “Café, Canela y Candela” ya no está frente al parque de San Sebastián; ahora está en la calle que va rumbo al Puente Hidalgo, la que va rumbo a la Calzada del Panteón (2ª. av. ote. sur no. 91). ¡Ahí te espero!
Me sentiré chento con la compañía de los lectores que me hagan el honor de llegar. Estoy seguro que todos aquéllos a quienes les gustan estas “Arenillas” me acompañarán. En esta novelilla hablo de Comitán, de un Comitán que bambolea entre la ficción y la realidad. Uno de los personajes centrales es un viejo escritor, de apellidos Castellanos Domínguez, que contrata “modelos” para escribir sus personajes. ¿En dónde has visto que esto se dé? Bueno, pues en la novela se da y este oficio inusual no podría darse en ninguna otra ciudad más que en Comitán, lugar del mundo donde ¡todo es posible! ¿Imaginaste alguna vez que el pintor Vincent Van Gogh viniera a Comitán? ¡No, es una locura! Bueno, pues esto es de lo que trata la novela.
El otro día, sólo por curiosidad, abrí el archivo en Word de la novelilla y descubrí -ésta es la palabra- que contiene ¡veintitrés mil veintidós palabras! ¡Dios mío, casi casi me da el telele! ¿A qué hora, en qué momento, pude escribir tal palabrerío? ¿Cuánto es esta cantidad? Tuve el deseo de estar en uno de esos bosques que en otoño llenan su suelo de hojas secas y, con paciencia, levantar hojas y hojas hasta formar un montón que contuviera la misma cantidad de palabras que usé para mi textillo. Tuve el deseo de aventarme, como si fuese una alberca, en ese túmulo y nadar como si supiera hacerlo. Tuve este deseo porque cuando leo es lo que hago: ¡nado! ¡Me sumerjo! Sin temor, braceo y me deslumbro ante la vastedad del mar de la literatura y dejo que sus olas me estrellen contra los farallones de la imaginación. A veces termino exhausto sobre la arena, complacido, satisfecho, como si hubiese llegado a la Costa Francesa o a un puerto en La India. ¿Cuántas palabras he leído a través de mis cincuenta y cinco años de vida? ¡Dios mío, no quiero saberlo! Saberlo me ataría para siempre. ¡Cuánto mar, Dios mío, cuánto mar! ¡Qué prodigio! Por esto, cuando los lectores contumaces intentamos contagiar el entusiasmo de la lectura a los demás decimos: ¡no pierdan la oportunidad de descubrir qué hay del otro lado del mar!
Nadie puede explicar cómo se da el prodigio de la creación. Un día, como de la Nada, comienza a brillar algo que luego se convierte en un libro de cuentos o en una novela. Al final, después de muchísimas horas de juego casi Divino, uno no logra explicarse cómo, frente a una hoja en blanco, ocurre el prodigio de “llenar los huecos” con palabras. Las palabras son la mayor invención del hombre, más que el Tiempo, más que la idea de Dios. El Tiempo y Dios no existirían si los hombres no pudiésemos nombrarlos. La idea de Dios y la idea del Tiempo existen porque existen las palabras que los crean. ¡Con la palabra es posible inventar todo! En ocasiones anteriores, vos y yo, hemos platicado de cómo el nombre de una persona es la que lo define como tal. Si en este momento digo silla la silla ¡existe!, y aparece en tu mente.
¿Imaginás un mundo en donde la palabra no existiera? ¡Imaginá un mundo lleno de sordomudos! Los nombres, a través del tiempo, se disolverían como arena. No habría necesidad de nombrar el mundo y el mundo sería como un desierto. La palabra nos sirve para cantar la cualidad de los objetos y el carácter de las personas. Por ahí, Roberto Cantoral le pidió al reloj que no marcara las horas “porque (iba) a enloquecer”. ¿Mirás el prodigio de la palabra? El enamorado le pide al medidor del tiempo que se haga tacuatz, que se vaya a dar una vueltecita por Los Lagos de Montebello, a fin de que esté con su amada más tiempo. ¿Qué podríamos preservar si no tuviésemos el arca de las palabras?
Por esto, con humildad y orgullo, te cuento que estoy contento, porque tengo el privilegio de poseer a la palabra como aliada, para nombrarte, para contarte, para tratar de definir el mundo que es mi mundo y tu mundo, ¡nuestro mundo!, el mundo de los otros, que también son mundo.
Los sabios recomiendan tener siempre presente los dones con que contamos. Por esto, al despertar, refriego mis ojos, me quito los cheles y los abro. ¡Los abro con la emoción del que mira por vez primera! Los sabios recomiendan disfrutar cada ladrillo del día: la lluvia, el arcoíris, el vuelo de los loros, el juego del chupamirto y la caricia de la mamá. Todo esto no sería posible si nos olvidáramos de nombrar el mundo. ¿Cómo decir “Te quiero” sin esa combinación de dos palabras sencillas? ¿Cómo nombrar Comitán sin esa voz de cenzontle? ¿Sin ese polvo con vuelo de colibrí? Amamos los pueblos y su gente porque tenemos la posibilidad de nombrarlos. Al nombrarlos los bautizamos y los hacemos nuestros.
Pd. Por esto, a veces, los hombres de mi tiempo contratan a un trío (o si hay paga ¡una marimba!), para que, a media noche, al amparo de una lámpara triste de la esquina, le cante a la amada esa de: “Reloj, detén tu camino, porque voy a enloquecer…detén el tiempo en tus manos, haz de esta noche perpetua…”.
Y lo único que puede perpetuar, no sólo la noche, sino el corazón del hombre ¡es la palabra! Si los seres humanos hemos perpetuado el conocimiento ha sido, precisamente, porque hemos logrado perpetuar El Verbo. Y ahí, niña bonita, en El Verbo está Dios, enredado en la palabra ¡Eternidad!
Marianita chula, invitá a mucha gente para que acuda a la Firma de Libros, en Comitán. Será en el “Café, Canela y Candela”. Espero que mis lectores se lleven mi novelilla con un bonito dibujo y unas palabras que sean como agradecimiento por su complicidad y sean una alabanza a Dios por el don de ¡la palabra!
¡Que la luz de la palabra ilumine, siempre, todos los resquicios de tu alma! ¡Bonita!