miércoles, 27 de junio de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO ESTAMOS HECHOS DE RETAZOS




Querida Mariana: tengo un afecto que me envía versos. Vibra mi celular y leo el mensaje: “>Es un desierto circular el mundo…<, Octavio Paz. Buen día, Alex”. Las cartas siempre me provocaron temor. Cuando el cartero llegaba a casa y tocaba el silbato yo imploraba la llegada de noticias buenas. Esto porque, en una ocasión, el cartero llegó y cuando mi papá abrió la carta una mota de tristeza apareció en su cara: “murió el tío Carlos”, dijo, arrugó el papel y lo tiró a medio patio. Ahora tengo una sensación similar cada vez que me llega un mensaje. Por esto, al principio, los versos fueron como una bendición. Pero al poco tiempo regresó el desasosiego. Ahora pienso que estamos hechos de retazos y por esto mi afecto me envía pedazos de poesía, retales de vida. Tal vez porque (¡Dios mío, qué jodido!) la vida nunca alcanzará para alcanzar la vida por entero. Por esto nos vamos llenando con trocitos. Nos comportamos en la vida como si fuésemos canaritos y nos llenáramos con dos o tres alpistes. Cuando Rocío regresó de Europa fui a su casa y le pregunté cómo le había ido. Ella me ofreció una taza de té de limón y un botón metálico como recuerdo. Se sentó en un sillón (casi se dejó caer) y me dijo que había regresado hastiada. ¿Fue mucho para tan pocos días?, le pregunté. Al contrario, dijo ella, fue muy poco para tanta vida. Estamos hechos por pedacitos. Somos tan frágiles que no tenemos alas y sólo nos alcanza para tener el deseo de vuelo. Rocío me ofreció otra taza de té y ella se sirvió la segunda cerveza alemana. Volvió a botarse sobre el sillón y dijo que había pepenado muy poco. Fue agotador entrar a cinco museos y regresar con casi nada. Bebió un trago y dijo que hubiese sido mejor estar los treinta días del tour ¡en una sola ciudad! Y visitar un solo museo y recorrer sólo un barrio y sentarse sólo en una loma para ver un solo río. Hubiese sido mejor llenarse con la mayor parte de un Todo, que atragantarse con tantos pedazos. Tal vez por esto el desasosiego aparece ahora cada vez que mi afecto me envía versos de poetas famosos. “>Alza su pecho gris la incertidumbre<, Efraín Bartolomé. Buena noche, mi Alex”. Al principio le respondía con la impresión que me causaba el verso. Después, ella reclamó, me dijo que me iba por la tangente. ¡Dios mío, cuál era entonces el Centro! ¿Cuál era el juego? Ella dijo que no era más que compartir conmigo sus lecturas. No dije más. Querida mía, ¿compartía conmigo sus lecturas? ¡No, no! Ella me enviaba pedazos de su lectura. Claro, así justificamos el amor. A veces vos, tal vez, has hecho lo mismo con tu principal afecto. Ves algo cuando no estás con él y le enviás un mensaje, pero no le decís que, en el fondo, no le estás enviando toda la mirada, sólo estás enviándole un pedacito de tu vida.
¿Y qué le vamos a hacer? ¡Así de pinche es la vida, así de miserable! Mi afecto me sigue enviando pedacitos de poesía. Ahora, desde hace tres o cuatro meses (¡qué pena!), ya no leo sus mensajes. Cuando el celular vibra, lo saco de la bolsa y si veo que es un mensaje enviado por ella ¡no lo leo! Le respondo con un “gracias por compartir” o “qué linda” o “qué buen detalle” o “yo también te quiero”. Agradezco que ella se acuerde de mí y por esto le correspondo. Pero, a últimas fechas pienso incluso que no sólo a mí envía estos mensajes sino que los envía como “cadena” a todos sus contactos. Por esto, ahora tengo algo como coraje, porque pienso que la vida es más cabrona todavía. No basta con que te envíen pedazos sino que, además, esas migajas las reparten entre más gente.
Sí, no podemos evitarlo, nuestra vida está hecha de retazos, de cachitos. Cuando menos en descargo de lo que hace mi afecto diré que ella nos manda migas de cielos, de luz. Digo, para no verme tan cabrón y para conjurar un poco el temor a abrir cartas y mensajes que traen nubes negras.