viernes, 15 de junio de 2012



NO SIEMPRE ES PRIMAVERA

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como viento de junio y mujeres que son como escarcha de invierno.
La mujer viento de junio tiene la piel de luz a mediodía. De niña creció en callejones con grafitis y con mujeres en sandalias, por esto su abuela le regalaba huecos para que las ardillas construyeran su casa.
Desde niña se acostumbró a invocar la buena suerte frotando su brazo contra una pausa de mar. Aprendió que la suerte es un viaje en tren y que la desgracia es un amuleto para noches apolilladas.
Su abuelo le enseñó que nadie sabe a qué hora el corazón toma un aire de sepia; que nadie sabe en qué noche los labios de los amantes se vuelven un puente sobre los ríos del corazón; que nadie sabe en qué mano la espalda se convierte en el fruto de la tarde. El abuelo le enseñó, también, que ella jamás reconocería el instante en que la mano dibuja el carbón de la lluvia.
Nadie intuye el instante en que la lluvia se desgaja sobre el agua; nadie advierte la cicatriz sobre el árbol, sobre el círculo del alma; nadie sabe del dolor de la blusa a la hora que se afloja. Sólo la mujer viento de junio reconoce la calle donde el ojo descubre la huella; sólo ella identifica el párpado donde el cielo esconde su nube; sólo ella advierte la tira del sostén que, seductora, se desliza sobre el hombro, igual que se desliza la piedra sobre el abismo.
A ella le encanta cerrar los ojos cuando su amado ensarta collares de ausencias alrededor de su cuello y de su cintura; le encanta cantar el canto donde el alma es una sala de aeropuerto; le encanta depositar las maletas sobre cintas que dan mil vueltas sobre su propio eje. Piensa que la vida no es más que una maleta sobre la cinta transportadora y que mientras no se baje verá siempre el mismo paisaje.
Su corazón es como una casa construida con tabiques sin repello, es una construcción que, como salmón, remonta el vuelo del agua; su pensamiento es como una pared para prender alfileres y tempestades; su mirada es como una carretera donde el horizonte es un colgadero de ropa recién bautizada.
Sólo una grieta tiene en su muralla: no reconoce otoños ni inviernos, por eso no sabe del sueño del oso blanco ni la nostalgia de la hoja cuando se suelta del árbol; por eso su pared está llena de polen que brinca la cuerda de primavera y llena de nubes que sueñan caricias sobre pechos desnudos.
A veces, en noches de palabras cansadas, abre la ventana y mira cómo la vida es una mesa chueca con clavos oxidados; y mira la lluvia que se desprende del cielo de igual manera que se desprende el vacío del hueco, así como se desprende el pie del peldaño. En ese instante sabe que junio es un pretexto para el viento y que el viento seduce al aroma porque todo es como una habitación donde no entra el sol.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como pedal de piano, y mujeres que son como partitura para entonar la madrugada.