miércoles, 20 de junio de 2012

SOLES DE HOJA DE LATA





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como tazas con café frío y mujeres que son como lapicero sin borrador.
La mujer lapicero sin borrador tiene una memoria privilegiada. Acude puntual al desembarco de versos venidos de Oriente. Si existe un embotellamiento en el cuaderno usa la técnica de la mancha para encubrir a vocales dispuestas a salir del closet.
Al abrir la ventana descubre que el arco de piedra es el amuleto del cielo e invoca un sol de hojalata, de esos soles que venden los artesanos al lado de la carretera; al abrir la huella busca, como si fuese una nuez, el centro del espejo retrovisor.
No toma taxis, porque sabe que el agua no tiene medida para cobrar el tiempo. Prefiere viajar sobre las cuerdas de una guitarra o en el arco de una viola.
Aplaude la vida a cada instante, a la hora que la niña masca chicle, a la hora que el pájaro interrumpe el sueño de una teja, a la hora que el amante descubre un collar de nomeolvides en el río de su amada.
Si su amado desea agradar con ella debe pintar de azul el cuarto de su memoria y grabar su voz en la fronda de una montaña. Si su amado intenta deslumbrarla debe pintar baleros en la cola de los papalotes.
La mujer lapicero sin borrador lleva en su piel la jacaranda de todos sus amados, venera los helados de vainilla que alumbraron sus balcones.
Hace colgajos con popotes de plástico y prende piercings en los escalones de su memoria; ofrece embajadas a los niños que cruzan las alambradas para robar aguamiel.
Los futuristas dicen que es una mujer en peligro de extinción, que será olvidada y su lugar será ocupado por mujeres que escribirán sobre muros que alimentan la soledad.
Se limpia los dientes con flores de escenario y usa zapatillas con aroma de agua de rosas. No la busquen a mitad de una pavana ni en el agua tibia de una tina antigua; búsquenla en el pasto de una novela policial o en el marco de una fotografía en color sepia. Búsquenla en la orilla de una canción hindú o en el círculo exterior de la onda que hace una piedra lanzada sobre uno de los lagos de colores.
Cuando cree que su cielo no tiene tachas ni errores de ramas sube a la bicicleta y pasea por los hilos donde se queman los infiernos. Cuando cree que su fuego no tiene olas para su mar camina sobre las carreteras de los deseos de su amado y corta la espiga del sol a mediodía.
Camina en la madrugada y dibuja rayitas sobre los cristales húmedos y sobre los mosaicos de los árboles en primavera; duerme en las tardes, cuando la lluvia extraña el ojo de una vela o cuando la distancia es un simple guijarro para una obertura.
Sus deseos son los del teclado de piano; sus pasiones son las cuerdas de un guitarrón, por esto, habla siempre como si cantara una copla, como si diluyera un corrido en el agua de limón.
Cuando recibe a su amado abre las piernas como si él fuese un violonchelo y disfruta el instante en que las manos de su amado suben la cortina de metal, como si inaugurará el local donde ofrecen lámparas para frotar.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como ruedas para carrito del supermercado y mujeres que son como el hueco de una mesa de billar.