viernes, 20 de septiembre de 2013

EN LA TOTAL OSCURIDAD





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como un punto negro y mujeres que son como un negro en su punto.
La mujer punto negro vuela como ojo de gaviota. Se confunde con la sombra y con una ola que nunca llega.
Ella saca papeles de su bolso y hace barquitos de papel que suelta a mitad de un desierto. Cuando camina sus huellas son como fichas de dominó o como postales de cielo a media noche.
Sus manos están acostumbradas a acariciar mesas y puertas de restaurantes, ventanillas de tren, maletas en escaleras de hotel de tercera. Sus pies están acostumbrados a caminar los puentes de invierno, así como a correr sobre las duelas de las arrugas.
Cuando habla lo hace deletreando cada palabra, porque sabe que las letras están hechas de puntos. Todo en el universo está hecho con puntos. Punto y aparte para recorrer la muralla china; punto y seguido para seguir al amante; punto y raya para delimitar el espacio donde los caballos se deshacen en competencias; punto final para dejar las cosas sobre el límite del patio; dos puntos para dejar el deseo sobre las camas desatentas, en cuartos de hotel, en baños sucios, con los basureros llenos de papeles con mierda y con orines.
La mujer punto negro sabe que es como un agujero del universo. Toda luz la absorbe, nada la contiene. Ella sueña con ser cantante de pop y deshacerse en un solo de guitarra a la hora que la multitud aplaude y se vuelve una baqueta de batería.
No entiende el caos que propicia el vuelo de un gorrión, ni vislumbra el aliento que se derrama en el llanto de un niño en madrugada. Las luces del escenario son como vías de tren para un destino cierto. Fuma, a medianoche fuma. Lo hace porque el humo es tan solo un punto en el fuego del mundo.
Suma, porque, desde niña le enseñaron a sumar puntos para ganar cubetas de plástico o carritos de madera o muñecas sin yardas. Suma, porque la sumatoria de una ecuación es como un cadalso para la hora del desasosiego. Si alguien la invita a salir; si alguien le dice que le gusta; si alguien el micrófono de lado o a mitad de la entrepierna, ella se convierte en árbol para la fuente, en agua para la lluvia, en destello para el sol que no se duerme.
Reza. Aunque el lector no lo crea, ella, la mujer punto negro, es creyente. Cree en el Dios negro, en el que fue antes del que ahora es. Cree en el Dios que retozaba, tranquilo, antes de que el Dios presente dijera “hágase la luz”. Cree en el punto negro que es la síntesis perfecta del agujero negro, del universo. Porque un día, tal vez una noche, la sociedad de agujeros negros se pondrá de acuerdo y hará la revolución para que el universo no sea esta panacea fragmentada de soles, sino el perfecto encuache de un punto con los demás puntos; sólo una masa, un entero, un todo, donde el día sea eterno.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como platillos voladores y mujeres que vuelan sin platillos ni tenedorcillos.